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Peñas sacras de Extremadura. El altar rupestre de Las Trescientas

Peñas sacras de Extremadura. El altar rupestre de Las Trescientas
Foto: Cedida
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El paraje natural de Los Barruecos ha sido siempre un lugar emblemático y, efectivamente, lo fue durante las primeras etapas de nuestra Historia. Los pueblos que desde la Prehistoria habitaron estas tierras lo identificaron con un lugar mágico; prueba de ello es el gran número de espacios sacros localizados en el entorno de este monumento natural.

A un kilómetro escaso al suroeste del núcleo central del parque de Los Barruecos, en la dehesa de Las Trescientas, en lo alto de una pequeña loma, emerge un gran bolo de granito de unos tres metros de altura. Tiene formas redondeadas en la parte superior y cortes verticales por el sur y por el este, pero por el norte desciende en una pendiente menos acusada donde se han practicado 16 entalles circulares dispuestos en zigzag a modo de peldaños.

La escalinata da acceso a una plataforma amesetada, donde el agua ha excavado tres cubetas de forma oval dispuestas en sentido este-oeste, cuyos bordes presentan un ligero desbaste artificial. Dos de ellas están alineadas en el extremo más meridional de la roca y la tercera en la zona norte.

Rocas cercanas tiene pinturas esquemáticas con formas antropomorfas1 y, además, el sur coincide con el Pico Hatoqueo, que destaca en la Sierra de San Pedro que cierra el horizonte meridional.

Las escaleras servían como elemento físico de acceso a lo alto de la peña, aunque no siempre, porque algunas de ellas se disponen en lugares imposibles para el cumplimiento de su función. Más bien parecen tener un carácter simbólico de ascenso al mundo celeste. En las cubetas naturales o modificadas artificialmente se llevaban a cobo los sacrificios y rituales a la divinidad del lugar.

Al igual que decíamos en relación con otros monumentos de estas características, la peña era el símbolo visible del Numen loci o divinidad ancestral que habitaba el lugar. La peña era el centro del territorio y tiene un carácter onfálico, punto en el que convergen el mundo celeste y el terrestre con el mundo infernal al que, en definitiva, pertenecía la divinidad ancestral protectora del territorio y a la que se hacían los sacrificios.

Es muy difícil hablar de cronologías cuando nos referimos a este tipo de peñas que han sufrido el efecto de la antropización y que fueron en algún momento considerados espacios sacros. Los ritos y ceremonias que allí se celebraban se nos escapan, pero algunas fuentes grecorromanas hablan de sacrificios de animales y humanos y de ritos adivinatorios, de ceremonias relacionadas con el agua lustral, ofrendas, abluciones, libaciones, etc. Ceremonias todas ellas propias de una religiosidad estrechamente vinculadas a la naturaleza y al mundo astral; un mundo en el que las fuentes, las rocas y la vegetación son elementos vivos del paisaje y representan el espíritu invisible del lugar.

Esto, que para nosotros parece incomprensible, formaba parte de las creencias más generalizadas de un mundo que respondía a una primitiva concepción no antropomorfa, de origen animista ancestral, anterior a la concepción antropomorfa de los dioses característica de las religiones de las culturas más avanzadas de la Antigüedad.

1 Sauceda 2001 (105-106)

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