Nunca nos preguntamos qué sería de las personas mayores con movilidad reducida, que viven en un séptimo piso, que estuvieren sin ascensor un solo día. ¿Se quedarían en casa? Si bajaren a la calle para trabajar o hacer la compra, ¿cómo subirían? Solo quienes lo sufren a diario echan de menos el ascensor. Edificios antiguos de tan solo cinco pisos están colocando ascensores y suprimiendo las barreras arquitectónicas; pero hay inmuebles, demasiados quizá, que no tienen ascensores; tan solo escaleras para subir y bajar. Hay, también, discapacitados prisioneros en casa por falta de ascensor, por 50 escalones que no pueden ni subir ni bajar si no fuere con ayuda de otros. Su casa, más que su discapacidad, es su cárcel, una cárcel en una vida sin libertad vivida.
Nos conmovió leer en un periódico nacional1 el caso de Josu, un chico vasco de 29 años, que se mueve desde los 15 en silla de ruedas. Una casa antigua sin ascensor y 48 escalones le separan de la calle. Como él, hay otros muchos en nuestro entorno. Sus vecinos ya le han dado por dos veces el pésame a su madre creyéndole muerto. Josu ha podido estudiar hasta 3º de la ESO y obtener un título de diseñador gráfico online; pero nada pudo impedir su inmovilidad, condenado para siempre a una silla de ruedas. Prisionero en casa, su salud se desgasta. La familia propuso al vecindario la instalación de un ascensor. Todo fue en vano. Los gastos supondrían abonar 40.000 euros por vecino. Ni soñarlo. Su familia no puede. Seis veces al año su padre le baja a la calle y torna a subirle a casa. Ni la Ley de Propiedad Horizontal, que dice que la instalación de un ascensor no requiere el acuerdo previo de la junta de propietarios para garantizar la accesibilidad…, nada vale para Josu, el hijo de Marisa Miranda, condenado a vivir prisionero en casa por 48 escalones que le separan de la vida, de su libertad, ahora enjaulada, quizá para siempre.
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1 Vid: Ormazábal, Mikel: ‘Josu, prisionero en casa desde los 15 años por 48 escalones’, en El País, de 13/06/2019
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