Sara Escudero nació en Arenas de San Pedro, pero tiene una vinculación especial con la localidad cacereña de Belvís de Monroy por su familia paterna. Estudiando Medicina en Salamanca se atrevió a dar un giro a su vida para probar lo que le entusiasmaba y desarrollar su vena artística; se fue a Madrid a estudiar teatro y lleva desde 2006 haciendo reír en multitud de formatos, desde los monólogos hasta la televisión, pasando por la radio, sin olvidar sus pinitos en el cine y que ha escrito varios libros.
También ha mostrado reiteradamente su carácter solidario, como embajadora de Unicef o prestando su imagen a eventos como la Muestra de corto social, de la Plataforma del Voluntariado, o los Premios San Pancracio del Festival de cine solidario de Cáceres.
Presumes de tu pueblo de nacimiento, Arenas de San Pedro, en Ávila, pero no todo el mundo conoce tus orígenes extremeños, concretamente de Belvís de Monroy, por tu familia paterna.
Belvís es mi otro pueblo por lo que dices, es el pueblo de mi padre y desde bebé he pasado los veranos y miles de fines de semana allí. Lo amo. ¡Como Arenas, por supuesto! Porque el corazón da para todo, para el pueblo en el que naces y en el que también te crías.
¿Qué recuerdos tienes de tus vivencias en Extremadura, y qué queda de aquella infancia en la Sara Escudero adulta?
¡Buah, menuda impronta! Recuerdo corretear por el pueblo sin camiseta, la piscina maravillosa que por las mañanas estábamos tres niños y las dos abus a lo ‘David Meca’. Recuerdo ir por las tardes a ver el maíz con mi tío Raúl y mi tío Sebastián, que fue como otro abuelo para nosotros; el Calipo de después de la siesta; las noches ‘a la fresca’ jugando con los amigos; los paseos… Me pongo a llorar de la maravilla que eran.
Acostumbrados a verte triunfar en el mundo del espectáculo también será una sorpresa para muchos saber que empezaste a estudiar Medicina. ¿Cómo fue aquella decisión y qué te hizo decantarte después por la interpretación?
Siempre quise ser actriz, desde enana. En casa no sorprendió, la verdad. Lo que ocurre es que, en su día, a mis 18 años, había muchísima menos información (internet no era lo que es ahora, claro, ni teníamos ese acceso instantáneo y constante) y por miedo a todo (al futuro laboral y a la propia ciudad) empecé Medicina en Salamanca, que siempre fue una ciudad cercana porque íbamos mucho en familia.
Pero al final tienes que intentar ser feliz, y venció el corazón al miedo. Lo dejé en tercero porque, por desgracia, falleció un amigo de la familia con 38 años, joven, deportista, vida sana… y fue de golpe. Y pensé “¿Jo, y si me pasa a mí, y por miedo no he intentado ser lo que siempre quise ser?”. Esa noche me leí ‘El club de los poetas muertos’ y cuando tenía que estar saliendo para clase me estaba metiendo a dormir algo. Ese fue el punto de inflexión.
¿Cómo fueron los primeros años en Madrid?
Duros, emocionantes, cargados de sueños… ¡Imagina! Me enfrentaba a un folio en blanco, ya no solo por la carrera que emprendía, sino porque me puse a trabajar los fines de semana poniendo copas para que mis padres ya no me pagaran nada más y, claro, entre las clases y el trabajo pues iba menos por Arenas, te aumenta la morriña… En fin, muchos ‘pros’ pero también con sus ‘contras’.
¿El desparpajo en el escenario ya lo tenías o también se aprende?
Desde niña he sido de hacer el tonto en casa, con los amigos, en los teatros de la escuela… He escrito cosas desde EGB, hacía teatrillos… Siempre. Mi vinculación con lo cómico me viene en el ADN, pero si no lo trabajas no serviría de nada. Lo que quiero decir es que, como en cualquier otra profesión, si al instinto y al talento no le sumas trabajo no crecerá.
Empezaste a ser conocida en el Club de la Comedia, certamen de monólogos que ganaste en 2011. ¿Cómo es el proceso de crear un monólogo, en qué te inspiras?
Aclaro, así como pincelada, que no es que naciera ahí como humorista, que llevaba ya desde 2007 en el mundo ‘stand-up’; en 2008 ya entré en Paramount Comedy, ahora Comedy Central, pero es verdad que hasta llegar al Club de la Comedia me movía en un canal y un circuito de actuaciones en bares y pocos teatros, y nadie te conocía salvo los que pagaban por tener Paramount.
Para escribir mis monólogos yo me baso en lo que he vivido, en lo que siento en la vida ante ciertas cosas, en lo que sueñas y ensueñas… En fin, que es realidad más surrealismo, siempre desde mi manera de sentir y de ser.
¿Hay algún límite para el humor?
Todos y ninguno. Para mí el humor es actitud. Por eso no hay humor femenino ni masculino; otra cosa son los temas: temas feministas, temas machistas. Pero el humor necesita un contexto, una sinergia entre el que lo genera y el público, y para quién se actúa es algo muy detonante. Eso te hace saber y sentir cuándo ‘se puede’ o cuándo ‘no es el momento’, cuándo ‘es buen tema’ o cuándo ‘no procede’.
A partir de ese año 2011 te hemos podido ver en muchos programas de televisión, y has actuado en multitud de teatros, pero también colaboras en programas de radio. ¿En qué medio te encuentras más cómoda?
Esto es como el “¿a quién quieres más?”. No puedo elegir porque cada medio tiene su encanto, y si los trabajo es porque me gustan, siento que son mi hábitat. La radio es algo mágico porque llegas por el oído, hay una energía que llega hasta el oyente y que se completa con su imaginación. La tele es trabajo en equipo también, pero con imagen, y eso da pie a otro tipo de juegos maravillosos. Y los directos son la definición de comunicación ojo a ojo, sin cuarta pared. ¡Así que no, no puedo elegir, porque amo todos!
En este sentido, ¿el humor llega igual al público si no se ve al humorista, o la esencia está en el contacto directo que propicia un escenario?
No hay mejor manera de comunicar que con humor. La sonrisa es la distancia más corta entre las personas. Y el ‘stand-up’ tiene la peculiaridad necesaria de mirar a los ojos al público; es como cuando presento un evento: los miras, hay sinergia, hay acción-reacción, por eso un mismo texto fluye/nace/crece de manera diferente según esos ojos que te miran y escuchan ese día. Siempre se llega mejor si hay mirada, pero el oído es capaz de ver más de lo que nos creemos, porque las ondas de radio transportan la verdad que se dé en ese estudio. ¿Ves como no podía elegir?
También has escrito varios libros. ¿Qué buscas en la literatura, es otra forma de dar rienda suelta a tu creatividad?
Siempre he escrito, como te decía; no solo mis textos de cómica, también obras de teatro, relatos, poesía… Y los libros que he hecho han nacido porque había una historia que quería compartir y contar de esa manera.
Además, has escrito varios cortos, y nos queremos fijar concretamente en ‘Chica’, por la relación con tu infancia. Aquí hay algo más que humor.
‘Chica’ es mi primer corto que no es de humor, efectivamente. Porque yo soy humorista, pero también soy actriz y quería contar una historia diferente al registro que la gente conoce de mí. ‘Chica’ es una historia de amor y una oda a nuestros abuelos basándome en los míos (en mi abuela Magdalena y mi abuelo Laure, los ‘belvisos’), que se quisieron como se refleja en el corto. Es una pieza bonita, amable, también dura, cuidada, mimada al detalle, y grabada en Belvís, porque toda esa verdad que quise contar necesitaba la verdad del espacio.
También ha sido un corto muy premiado; suponemos que es un orgullo que reconozcan un trabajo tan personal como este.
Lo es. Pero sobre todo es la magia de saber que la historia de tus abuelos, su amor, ha llegado a tanta gente, ha traspasado fronteras (¡Hasta en Los Ángeles se ha visto!) y, por supuesto, que mi padre y mi familia la han recibido como un regalo, con el mismo amor que la hice, con un elenco y un equipo de gente maravillosos.
Seguimos con los cortos, ahora con ‘Actos por partes’, del que también nos puedes contar la bonita historia que tiene detrás, no solo por lo que cuenta sino por cómo se gestó y desarrolló.
Es una maravilla. Mi amigo Sergio Milán, el director y autor del corto, ha fundido el dolor con el humor y con la esperanza de una manera asombrosamente mágica. Amor, realidad y humor. El cáncer es algo que, por desgracia, nos toca o nos ha tocado a casi todos los adultos en mayor o menor medida, y ‘Actos por partes’ desmitifica ciertos aspectos de esta enfermedad, acerca la realidad al que la miraba de lejos y deja claro que es nuestra relación con la enfermedad la que marcará el patrón de peso emocional. No es un corto ‘happy flower’, es realista pero divertido, es duro pero vitalista, es abrazo y aliento para todo aquel al que le haya sobrevenido esta enfermedad de mil caras y mil diagnósticos. Tenéis que verlo.
Al hilo de esto, acabas de presentar de nuevo la gala de los Premios San Pancracio en Cáceres, que destacan por su carácter solidario. Qué importante es aprovechar la visibilidad de vuestro trabajo para concienciar, para cambiar la sociedad.
¡Absolutamente! Yo siempre lo digo: nuestros trabajos son como cualquier otro, con días buenos, malos, regulares, con altibajos, con cosas buenas y malas… pero con la ventaja de que son un altavoz que deberíamos aprovechar siempre para aumentar la empatía en el mundo, ¡Que hace mucha falta!
¿Qué nos puedes contar de tus próximos proyectos profesionales?
Los que tengo entre manos ahora mismo… ¡No puedo contar nada! Pero, si salen, prometo avisaros y colarme en vuestras gradas unas líneas en otro momento, que las cosas buenas hay que compartirlas para que sean aún mejores (y las malas también, para mitigar el dolor). La vida es como el trabajo: ¡Siempre en equipo es mejor!
¿Hay algún sueño por cumplir?
¿Sueños por cumplir, dices? ¡Miles! Desde hacer una serie y una peli hasta hacer más de una [risas]. O poder ir a Japón, o a Argentina. O poder hacerme algún día el Camino de Santiago Frances desde el inicio, desde Saint Jean Pied de Port (San Juan de Pie de Puerto)…
¿Cómo es Sara Escudero cuando se apagan los focos y el micrófono y vuelve a casa?
La misma que ves en un escenario, ¡Pero con sus dos perros encima!
¿Nos regalas un consejo para afrontar la vida actual, sinónimo de estrés, preocupaciones, malos rollos en las redes sociales…?
Comparto mi máxima, que es lo único que puedo hacer: vivir en el amor. En el sentido más amplio de la palabra. Solo así nacerá siempre la empatía. Solo si un ser humano vive deseando el bien podrá tener buen humor y afrontar la vida y sus avatares de otra manera, es decir, cambiando el foco, cogiendo perspectiva (que es lo que te proporciona el buen humor: el cambio de eje emocional sobre algo). No hay más fórmula: amor y humor, en retroalimentación.