Nuevamente con vosotros para expresar que, aunque mis ganas de escribir son permanentes, pensé que la Navidad sería una época propicia para el descanso. No fue así, al contrario, la noche del 3 de enero de 2025 viví una maravillosa experiencia que me dio pie a coger mi pluma para analizar por escrito lo acontecido en esa noche, que fue lindo, tanto emocional como culturalmente hablando.
Nací en Segovia, pasé mi infancia y juventud en el pueblo segoviano de Otero de Herreros, impregnado de la belleza de la Sierra de Guadarrama. Me unen a los extremeños vínculos familiares y emocionales; por ello mi ilusión es responder a la cortesía que me brinda la revista Grada con dedicación a la cultura, a las tradiciones y a los intereses de sus lectores, ubicados en su mayoría en Extremadura y en la región hermana del Alentejo (en Portugal), a todos les envío un afectuoso saludo.
Pero también siento la necesidad de contaros de dónde vengo y deciros que allí, en ese lugar, hay cosas que unen a extremeños y lusitanos con los segovianos, porque mi tierra ya era administrada hace más de 2.000 años por la Roma de Augusto, la que puso bella y grandiosa para el Imperio a vuestra tierra, dándole un protagonismo influyente bajo el nombre de Lusitania y la engalanó e hizo de ella un lugar de referencia como provincia importante de Roma con su capital en Emérita Augusta (Mérida); por aquel entonces, en mi pueblo los romanos ya explotaban los yacimientos del Cerro de los Almadenes para todo el Imperio, seguramente para Lusitania también; por ello necesitaba decir que, en tiempos remotos, teníamos mucho en común las gentes de Segovia y los habitantes de aquella Lusitania romana.
Dicho esto, os comento el evento que ha dado lugar a esta introducción y a mi posterior poema. En la noche del 3 de enero asistí a un recital de villancicos en la iglesia de San Juan de la Cruz, en el barrio madrileño de Chamberí, invitado por el coro de Otero de Herreros (al igual que lo hice en diciembre de 2024), compuesto por un grupo de magníficos cantores dirigidos por un gran director.
Después de una hora de preciosos cánticos a la Nochebuena llegué a la conclusión de que la alegría, la ilusión, impregnarse de la Navidad, se debe en gran medida al estímulo que recibe el ‘espíritu’ de los creyentes y también de muchos no creyentes al escuchar el relato y las loas del nacimiento de Jesús, nuestro Señor, embriagado de melodías navideñas.
Sucedió en este concierto, porque al mismo fui invitado, pero esta reflexión sobre el canto en la Navidad la hubiese sentido igual, y hubiese escrito lo mismo, si escucho cualquier otro evento similar en otro lugar.
Cada villancico es un ‘himno’ de celebración, de alegría por el nacimiento de un niño y el amor de sus padres (la Virgen María y San José) por sacarlo adelante desde la humildad, desde la pobreza, desde las carencias; pero no deja de ser un hecho frecuente, que hace que identifiquemos lo que sucedió en Belén hace más de 2.000 años con lo que sucede cada día, en cada esquina, en cada casa, y por ello el corazón se alinea en favor del niño Jesús y su familia, que puede ser la de cualquier recién nacido actual. Luego, con independencia de lo ‘Divino’ de la Navidad, lo que se alaba, se siente, se celebra, es la llegada al mundo de un ser humano, en una familia humilde y llena de dificultades, con 2.000 años de diferencia en el tiempo. Y esto es algo que entienden y sienten tanto cristianos como agnósticos; es la propia religión de la vida, quizá ahí radica la magia de la Navidad.
Esa similitud en las vivencias y en los problemas hace que cada villancico lo sintamos como nuestro, como de nuestra familia, porque María, Jesús, San Jose, somos nosotros mismos en cualquier lugar del mundo.
Es por todo esto que escribo mi poema, que no es otra cosa que una reflexión de lo que debe significar la Navidad para cualquier persona: alegría por el alumbramiento, comprensión y solidaridad en las dificultades.
El canto y la música, en este contexto como en otros, tienen la virtud, la facultad de dar el color y el calor que nos lleva a la ilusión; sin ello seguramente Belén, la Navidad, las familias, estarían frías, sin luz, huérfanas de esperanza.
Muchas gracias, por dedicarme unos minutos, un abrazo para todos los lectores de la revista Grada, va por vosotros / muito obrigado, é para você.
Si se apaga el cantor
De nuevo, esta vez
fue en San Juan de la Cruz
templo de Chamberí
donde el coro de mi pueblo
volvió a ‘llenar’ con su luz
a las gentes de Madrid.
Un tres, del mes de enero
ya en dos mil veinticinco
y antes de lo pensado
llegaron los ‘Magos de Oriente’
y el coro con sentimiento
¡De los cantores ‘instinto’!
para gozo de la gente
nos regaló mil momentos.
Villancico a villancico
me di cuenta en un instante
¡Que la Navidad!
¡¡Si se apaga el cantor!!
sería cielo sin estrellas
tristeza en el semblante
calor sin abanico
arcoíris sin colores
vino sin botella
jardín sin bellas flores.
¡Hoy! afortunadamente
no estuvo mudo el cantor
y en el altar, bello ‘sendero’
de timbres en ‘do mayor’
llegaron de Otero de Herreros
con muchos tonos de voz
llevándole este presente
a Jesús, el Salvador.
Timbre a timbre
nota a nota
con su ‘mago’ director
se fue tejiendo la urdimbre
en la casa del Señor
esa que hace devotas
a las gentes con fervor
y se llenó de colores
de Navidad y de amor
aquel santuario tan frío,
hasta que llegó el cantor.
Termino aquí mi poema
¡Es menester este ejemplo
de cantores con talento!
para que el mundo comprenda
¡¡Que cantar en Navidad!!
valió la pena
y las caras tan felices,
fueron la esencia.