Los objetos que poseemos pueden llegar a alcanzar un gran valor sentimental, ya que hablan de nuestra historia, de nuestros buenos o malos momentos, evocan sentimientos de situaciones pasadas e importantes para nosotros y, en ocasiones, pueden llegar a formar parte de una saga familiar.
Este sería el caso de ‘Voulvi’, un coche noble que acompañó a Violeta y su familia durante lo que para ella fueron los mejores años de su vida. Recién casada cambió de ciudad y, a partir de ahí, su vida dio un giro en todos los aspectos. ‘Voulvi’ estuvo en muchas y diferentes situaciones. Compartieron juntos exámenes, salidas con amigas, recogidas de los niños del colegio, viajes en familia… También hizo de ambulancia rápida cuando hubo que acudir de urgencia al hospital, y los acompañó en momentos tan duros como el funeral de su padre.
Los años pasaron, sus dos hijos crecieron y aprendieron a conducir con ‘Voulvi’. El vehículo ya no estaba en buen estado para salir de la ciudad donde vivían; sin embargo, seguía transportándolos a todas partes. Una tarde de abril, cuando el hijo pequeño conducía el vehículo, ‘Voulvi’ llegó a su final de estar en circulación y, dejando al chico muy cerca de su casa, dejó de funcionar para siempre. La grúa lo llevó a su mecánico habitual, quien llevaba un tiempo curándole sus males, tenía ya muchos años encima; el técnico, esta vez, no le vio solución.
El esposo de Violeta, tras recoger las pequeñas pertenencias que había en él, se despidió, sabiendo que posteriormente lo recogerían para llevarlo al desguace. Esta última palabra hizo ruido en la mente de Violeta, le recordó a un cementerio de vehículos.
Pasados unos días tomó su teléfono y llamó al lugar donde habían llevado el coche para su descontaminación. Un chico joven le informó que estaba a punto de entrar a despiece. Aquellas palabras fueron sinónimo para ella de tanatorio. Sintió dolor, tristeza… “Párenlo por favor”, le dijo a la persona que había al otro lado del teléfono. Violeta le pidió extraer algunas de las piezas de ‘Voulvi’, algo parecido a una donación de órganos; ella se encargaría de darle una vida eterna, una reencarnación.
Mientras Violeta observaba con detenimiento la figura que su amigo escultor había trabajado con los discos de freno y otras piezas de ‘Voulvi’ realizó un viaje al interior, el mejor de los viajes que puede hacer el ser humano. Pensó que cierto grado de apego era algo natural, e incluso saludable, ya que te permite establecer una conexión más profunda. Aunque ‘Voulvi’ era un objeto, tanto ella como su familia tuvieron con él un camino de aprendizaje y experiencias de las cuales se fortalecieron, y eso sería algo que llevarían en su interior para siempre.
Violeta entendió que todo lo que existe en el planeta, sea un ser vivo o material, desaparece; nada, sin embargo, por ser impermanente, pierde su simbolismo o belleza. Su valor estará determinado por el significado que tenga para cada uno de nosotros.
El ejercicio de la transitoriedad de la existencia le ofreció a Violeta y su familia una lección de fortaleza, humildad y sabiduría. Todos deberíamos aprender a vivir con la incertidumbre y el desapego, a sabiendas de que nada nos pertenece, todo aquello que tenemos es prestado durante un corto periodo de tiempo.
