Durante una larga temporada permanecí dormida ante la ausencia de vida en mi interior. En este limbo vital el tiempo pasaba, pero no lo reconocía porque la distancia con la vida se volvía eterna y se encargó de descubrir todas mis debilidades. A medida que el tiempo se convertía en minutos volvían a mí las ganas de sentir.
La mente destruye y construye por igual, y debemos aliarnos con ella para que no dañe nuestro futuro y nos regale ese tiempo deseado que necesitamos para vivir.
El deseo de vivir se construye a base de ejercitar nuestro estado anímico y mental, dos fuerzas motoras que mueven y promueven nuestro hábito y crean nuestro carácter, edificando, así, un esquema de hábitos que, incorporados a una nueva vida, nos devuelven a quienes somos y nos permiten correr esa cortina de humo que el tiempo de silencio ha oscurecido.