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Home Blogueros Inmaculada González

‘Big eyes’, de Margaret Keane. Grada 155. Inmaculada González

Redacción por Redacción
15 abril, 2021
en Inmaculada González, Secciones
‘Big eyes’, de Margaret Keane. Grada 155. Inmaculada González

Foto: Cedida

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En los años 60 del siglo XX un joven Tim Burton crecía obsesionado con las reproducciones populares denominadas ‘Big eyes’. El director de cine cumpliría al final el sueño largamente acariciado de llevar a la pantalla la vida de la pintora Margaret Keane.

Burton llevaba tiempo tratando de dar aliento al proyecto, una película, la cual vio por fin la luz en 2014. En ella se cuenta la historia de uno de los mayores fraudes artísticos que se conocen, y la protagonista es Margaret Keane, una retratista que pinta principalmente al óleo mujeres, niños y animales domésticos, y cuya escalofriante e interesante historia está llena de inquietantes personajes, tanto dentro como fuera del lienzo.

Margaret Keane empezó a pintar y dibujar desde muy niña. Era bien conocida por los bocetos de ángeles con ojos grandes en la iglesia de su pueblo. Ya adulta, casada y con una hija, un día decide coger sus bártulos y marcharse de casa con su hija a San Francisco, abandonando a su marido.

En San Francisco trabaja en una fábrica de muebles decorando cunas de bebé pintadas a mano. Mientras, en su tiempo libre, continúa pintando su obra personal, de un marcado carácter ‘kitsch’ y caracterizada por tener como motivo principal niños con enormes ojos tristes. Un día, acude a un mercado de arte callejero a vender sus obras. Poco se imaginaba Margaret cómo iba a cambiar su vida.

Ese día conocería a Walter Keane, un pintor aficionado, mediocre, pero con gran habilidad para venderse. Él derrochaba seguridad y encanto. Se acercó a Margaret, atraído por aquellos enigmáticos cuadros de ojos enormes y por ella misma. Ese mismo año se casaron. Nunca sospechó el infierno matrimonial que la convirtió en pintora en la sombra mientras su marido se atribuía el éxito de sus cuadros, firmados como Keane, a secas.

Durante algo más de una década se convirtió, literalmente, en prisionera de su éxito. Él la confinó en casa a pintar, socavando su autoestima. Walter era un genio del marketing y la autopromoción, pero un mal hombre. Margaret era muy huidiza y solo le hacía feliz pintar. Walter se aprovechó de esa circunstancia hasta el punto de decirle antes de salir de casa frases como “estás horrible”, o, “estás mejor con la boca cerrada”.

Pasaba los días encerrada en casa. Tardó algunos años en darse cuenta de lo que estaba haciendo. Una noche el matrimonio fue a un club de jazz donde él vendía los cuadros. Con su ritual habitual, le dijo a Margaret que se quedara en un rincón y que no hablara con nadie para no avergonzarle, hasta que alguien se le acercó. La conversación derivó a la pintura y le preguntó: “¿Así que tú también pintas, como Walter?”. Ahí se dio cuenta del engaño y la suplantación. Estaba en un bar lleno de pinturas de ella firmadas por el marido. La humillación fue brutal.

Cuando Margaret plantó cara a su esposo y le amenazó con marcharse, él le imploró que le enseñara a pintar. Ella lo intentó sin ningún éxito ya que sus talentos eran otros. Había conseguido colocar sus obras entre algunas de las estrellas de Hollywood.
Los cuadros de Margaret se tornaron más oscuros si cabe. Niños llorosos en callejones nocturnos o asomando escondidos de cajas. Eran la fiel traducción de cómo se sentía. Walter la amenazó con que la mataría a ella y a su hijastra si revelaba la verdad. Ella reunió valor y puso un océano de por medio. Se instaló en Hawái, donde había pasado su luna de miel.

Pero a Margaret le quedaba otra guerra por librar, la recuperación de la autoría de sus cuadros. Walter aún paseaba muy ufano dándoselas de artista e incluso llegando a proclamar que ni Rembrandt, ni El Greco, ni Miguel Ángel pintaban los ojos mejor que él. Desesperada, Margaret confesó en una entrevista radiofónica, en 1970, que los cuadros los pintaba ella y lo retó a un concurso de pintura. Él respondió demandándola, aunque el juez lo desestimó.

A mediados de los 80 Walter reapareció, asegurando en una entrevista que si Margaret se adjudicaba la autoría era porque pensaba que él había muerto. Fue la gota que colmó el vaso. Esta vez le demandó ella por difamación. Hacía 20 años que no se veían las caras. Él tenía 70 y ella, 58.

El proceso duró cuatro semanas. El juez plantó dos caballetes. Walter alegó una lesión en el hombro y que le resultaba imposible pintar. Margaret finalizó un esmerado rostro de niño en menos de una hora. Walter fue condenado a pagar a Margaret cuatro millones de dólares por daños morales y psicológicos y deterioro de reputación, aunque Margaret jamás vería un céntimo; pero ella no aspiraba a eso, tan solo quería que el mundo supiera que esos famosos y codiciados ojos eran sus ojos.

Los guionistas de la película han representado fielmente la cruel historia, tras reunirse en numerosas ocasiones con ella para no dejar ni un detalle fuera.

Hoy sus obras, que tanto rechazo provocaron en sus inicios, llegan a alcanzar la cifra de 200.000 dólares, aunque su gran logro fue salir de la invisibilidad; consiguió sobrepasar con esfuerzo el gran techo de cristal que le impuso su marido Walter, en quien vio al principio a una figura protectora que le daría cobijo a ella y a su hija, pero no vio al abusador, aprovechado y oportunista que resultó ser.

El arte de Margaret ganó un amplio reconocimiento y comenzó un movimiento de ojos grandes a principios de los años 60, influyendo en una gran cantidad de artistas de ojos superlativos. Creó un legado de ‘Big eyes’ que ha influido en muchos diseños de juguetes y dibujos animados y en numerosos ilustradores, artistas del Nuevo Surrealismo.

Adorada por fanáticos y coleccionistas de todo el mundo, hoy es una de las artistas más prolíficas e influyentes de la historia, y es un icono estadounidense.

Entre colores oscuros, niños con miradas tristes, lugares desolados de noche, y calles con poca luz, Margaret se aisló del mundo. Esos ratos frente al lienzo fueron siempre su mayor refugio. Esos ojos grandes cargados de emociones y sentimientos para la gran artista transparentaron siempre “los ojos de su alma”.

Etiquetas: ArteInmaculada GonzálezMargaret Keanepintura
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