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Borrow en Extremadura. José Luis Rodríguez Plasencia

Borrow en Extremadura. José Luis Rodríguez Plasencia
Foto: Sociedad Geográfica Española

Entre los viajeros que escribieron sobre Extremadura cabe citarse a George Borrow. Gracias a sus escritos –tal vez algo exagerados, tal vez algo románticos, no exentos de los tópicos comunes a cuantos otros visitaron el país en una u otra fecha– conocemos algunos detalles y anécdotas de nuestra región allá por los principios del siglo XIX.

El inglés George Borrow había sido enviado por la Sociedad Bíblica londinense en 1835 a Lisboa y Oporto, al objeto de acelerar la propagación del Nuevo Testamento, sin notas ni aditamentos críticos, en Portugal. Tras sus excursiones por los alrededores de Lisboa y de sus conversaciones con el representante de la Sociedad en la capital, surgió en él la determinación de aparcar sus trabajos en Portugal y pasar a España. Así salía de la capital lusa el 1 de enero de 1836 y tras cruzar la frontera por Caya, llegaba a Badajoz el día 6 del mismo mes. Borrow cuenta su entrada en Extremadura del modo siguiente:

“En poco más de media hora [desde Elvas] llegamos a un arroyo, cuyas aguas corrían impetuosas entre márgenes escarpadas. Un hombre, al borde del arrogo, me indicó el vado en el agrio dialecto de Portugal; y cuando aún estaba yo chapoteando en el agua, una voz me saludó desde la otra orilla en el espléndido idioma de España, de esta manera: “¡Oh señor caballero, que me dé usted una limosna por amor de Dios, una limosnita para que yo me compre/un tragillo de vino tinto!”. Un momento después pisé suelo español, porque el arroyo, llamada Acaia, sirve allí de límite a los dos reinos; arrojé al mendigo una monedilla de plata y, gritando, “¡Santiago y cierra España!, seguí mi camino más deprisa todavía, prestando poca atención, como dice Gil Blas, al torrente de bendiciones derramado por el mendigo a mis espaldas; con todo nunca se vio limosna otorgada con menos discernimiento, porque, según más adelante averigüé, aquel tipo era un borracho perdido que se instalaba todas las mañanas junto al vado para sacar a los viajeros unos cuartos y gastárselos por las noches en las tabernas de Badajoz. Pagaba con bendiciones a quien le daba limosna, y con maldiciones a quien se la negaba, e igual fecundia y habilidad tenía en el empleo de las unas que de las otras”.

Al décimo día de su estancia en Badajoz, Don Jorgito el inglés –como sería llamado más tarde en Madrid– salió para dirigirse a la capital de España. A eso del mediodía llegaron –él y el gitano Antonio, que le acompañará hasta pasado Jaraicejo– a una aldea “en las inmediaciones de un cerro pedregoso”, donde se detuvieron en la posada. Al oírlos hablar en caló, dos chalanes que allí descansaban, mostraron su desagrado hacia los recién llegados, y tras prohibirles seguir hablando en la jerga gitana uno, el otro contó que estando en Mérida o Badajoz –el relator no concreta– fue al mercado, donde, en un rincón, había unos gitanos charlando “en una lengua ininteligible”. El chalán preguntó a uno de los calés cuánto quería por determinado burro.

– Diez duros, “Caballero nacional” –le repuso –. Es el mejor burro de toda España.
– Quisiera verlo andar –replicó el comprador.
– Ahora mismo –contestó, y saltando sobre el burro lo hico salir andando, no sin haberle murmurado antes al oído algunas palabras en caló.

El burro tenía un paso magnífico y después de examinarlo un rato, el chalán decidió comprarlo. Pero cuando el gitano desapareció como si se lo hubiera tragado la tierra y él intentó hacer andar al animal, éste dijo que nones, que no se movía, y al primer espolazo lo tiró por las orejas en medio del fango. El desesperado chalán Intentó encontrar al vendedor entre los de su raza, pero en vano. Unos dijeron que se había ido a Granada, otros que a ver a su familia de Morería…

El chalán continuó diciendo: “Quiero deshacerme del burro, pero no hay quien lo compre; es un burro ‘caló’, y todos le huyen. Al cabo los gitanos me ofrecen treinta reales por él; y después de regatear mucho, me doy por contento vendiéndoselo en dos duros. Todo ello es una pura estafa; el burro vuelve a su dueño y la cuadrilla se reparte la ganancia; es una infamia que se evitaría, a mi parecer, con sólo prohibir hablar el ‘caló’; porque, ¿qué otra cosa sino las palabras en ‘caló’ dichas a su oído pudo inducir al jumento a portarse de tan inconcebible manera?

Al atardecer Borrow y su compañero Antonio llegaron “cerca de un pueblo grande”: Mérida, una “ciudad medio ruinosa y medio desierta”, donde se alojaron en la casa de una vieja gitana, que vivía en compañía de su hija y de su nieta. Cuando por la noche llegó Antonio, tras ingerir una cena bastante frugal – pan, queso y aceitunas –, las muchachas trajeron una guitarra y comenzaron una improvisada fiesta, donde Antonio –a la guitarra– cantó:

– Gitano, ¿por qué vas preso?
– Señor, por cosa ninguna;
porque he cogío una ramá
y etrás se vino una mula.

Caminito de Antequera
preso llevan a un gitano,
porque se encontró una capa
antes de perderla el amo.

Durante los tres días que estuvo en Mérida, Borrow no se movió de casa de la gitana, atendiendo al parecer de Antonio –él sí salía todas las mañanas muy temprano–, que le aconsejó esa conducta como la más conveniente.

Calle del Puente, donde posiblemente el escritor inglés pudo estar hospedado durante su estancia en Mérida. Cedida
Calle del Puente, donde posiblemente el escritor inglés pudo estar hospedado durante su estancia en Mérida. Cedida

Al anochecer del tercer día, cuando estaba sentado al brasero con las tres mujeres, entró en la habitación “un tipo de miserable aspecto, envuelto en una capa mugrienta”: Un alguacil. Sorprendido por la presencia de Borrow preguntó a la vieja quién era. Ésta, de mala gana, le respondió que se trataba de uno de los suyos que venía con matute de Portugal a ver a sus hermanos. El alguacil pidió tabaco a George y la vieja le repuso que no tenía, y para quitárselo de encima le dio uno que ella sacó de un zapato. El individuo no se contentó y dijo que tenían que darle algo mejor, sino irían todos a la cárcel.

Borrow continúa así su narración: [Entonces] “las tres mujeres se levantaron y dieron muy despacio una vuelta en torno del alguacil, mirándole fijamente a la cara; el hombre pareció muy asustado, y pensó en la fuga. De pronto, las dos más jóvenes le agarraron las manos, y mientras él forcejeaba para soltarse, la vieja le decía:

”- Necesitas tabaco, hijo, y vienes a cada de los gitanos para asustar a las ‘Calleés’ y el ‘Caloró’ forastero, que no tienen más ‘plako’; la verdad, hijo, no podemos darte tabaco, y lo siento mucho; pero, en cambio, tenemos polvo abundante ‘a tu servicio’.

”Al decir esto, se metió la mano en un bolsillo, y, sacando un puñado de una especie de polvo de tabaco, se lo arrojó a los ojos al alguacil; pateaba éste y bramaba, pero las dos ‘Collaes’ le sujetaban fuertemente. Al fin, consiguió soltarse, y trató de desenvainar un cuchillo que llevaba en la faja; pero las hembras jóvenes se arrojaron sobre él como furias, mientras la vieja le sacudía con el palo en la cara; pronto cedió de buen grado el campo, y se retiró abandonando el sombrero y la capa, que la ‘chabí’ recogió y tiró a la calle detrás de él”.

Al anochecer del cuarto día –una vez dejaron Mérida, donde no les sucedió otra cosa digna de mención– llegaron a Trujillo, una ciudad muy triste y oscura, de calles y plazas lóbregas donde maullaban los gatos. Pero no pernoctaron en allí, porque Antonio no encontró a los que buscaba, de ahí que siguieran camino a pesar de la oscuridad de la noche, de la lluvia y de la niebla que los envolvía. Como a una legua de Trujillo Antonio encontró a sus amigos y con ello pasaron la noche. De nuevo en camino, ambos viajeros pasaron – aunque por separado – por Jaraicejo, donde Borrow se detuvo para comprar víveres y cebada para los animales y donde fue interrogado por un individuo de la Guardia Nacional, que al saber que era inglés y que llevaba un pasaporte firmado por el gran lord Palmerston –ministro de Inglaterra–, le permitió seguir camino. En un descampado, pasado Jaraicejo, Borrow y Antonio se reencontraron y juntos siguieron hasta la llegada de un emisario que era lo que el gitano esperaba. Se trataba de su hija, quien le comunicó –sin que Borrow pudiera explicarse mucho las palabras de la muchacha– que a todos los habían cogido. Conocida la noticia, Antonio decidió no seguir el viaje, así que, Borrow no tuvo más remedio que continuar el camino solo. Pasó el puerto de Miravete, cruzó el Tajo en una barca, pues el puente había sido volado en la guerra de la Independencia, y llegó a una aldea distante dos leguas de la orilla del río, donde se alojó en una venta. Allí, tras escuchar una historia de lobos, se enteró por un mendigo de que los Nacionales habían cogido una cuadrilla de gitanos que había robado y matado a muchos viajeros. Parece que la “canaille” gitana –le explicó el mendigo– trataba de aprovechar los disturbios de esos tiempos y se había constituido en facción. Dicen que a esa cuadrilla iban a juntársele muchos de sus hermanos de raza… La noticia hace comprender a Borrow el comportamiento y la actitud de Antonio durante el viaje.

A la mañana siguiente Borrow siguió camino hacia Talavera de la Reina, poniendo así fin a su paso por Extremadura.

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