Desde que nací mis cartas estaban marcadas. Y bien marcadas, caramba. Mujer con discapacidad. Si ya de por sí nacer en un mundo machista no fuese una broma de mal gusto, y lo digo por lo del machismo, si además la vida te ‘regala’ una discapacidad es como para renegar de cielo y tierra.
Pero ¡ay!, el destino no contaba con que yo sería mujer de aplicar aquello de “prefiero pedir perdón a pedir permiso”, y desde siempre rompí techos de cristal porque no eran para mí. No lo son para nadie, pero menos para mí.
Nací con el mismo derecho a vivir plenamente que los demás, y eso he hecho siempre. A fin de cuentas “de casta le viene al galgo”, pues mi madre y mi abuela ya rompieron en su día su lanza trabajando, una siendo maestra y otra funcionaria del Estado, las dos habiendo aprobado una oposición, en épocas mucho más difíciles.
Mujer y discapacitada, ¡menudo coctel! Pero nunca quise entender, ni mucho menos plantearme por qué la discriminación. Pensar en ello es perder tiempo de combatirla y darle un valor que no merece.
Entendí que solo me quedaba luchar contra ella de raíz. Quise estudiar, y estudié; quise salir con amigos, y salí; quise viajar, y viajé; formar una familia y la formé. Siempre quise ser y fui una más, con algunas dificultades, eso sí, pero sin sentirme diferente.
Solo cuando intenté buscar trabajo me estrellé de frente y directamente con la discriminación por mujer y por discapacitada. La respuesta tipo era “estás muy bien preparada, pero…”; nunca me llamaron. Nadie quería contratar a alguien con “mi alto grado de discapacidad”.
Y cuando estaba desesperaba por encontrar un trabajo que yo pudiese desempeñar apareció en mi vida el proyecto de Grada, una revista que llamamos orgullosamente ‘de los otros contenidos’.
Me gustaba escribir y había participado anteriormente en asociaciones luchando por los derechos de las personas con discapacidad. Y lo que Grada me proponía, aunque me pareció un reto difícil, era una oportunidad de aunar ambas inquietudes y de dar voz a todos cuantos formamos esta sociedad, más allá de nuestras capacidades diversas, dando especial relevancia a las circunstancias vitales de personas en riesgo de exclusión. Somos, y lo digo con orgullo, la única revista del suroeste español con especial atención hacia la discapacidad y la inclusión social.
En mi caso, la oportunidad de trabajar vino acompañada de la posibilidad de utilizar el teletrabajo, herramienta que hacemos servir en Grada desde el principio, allá por 2007, lo que facilita enormemente mi tarea y me permite realizarla en igualdad de condiciones.
El trabajo en esta revista, haciendo entrevistas, reportajes e informaciones diversas, me ha permitido conocer y acercarme a mujeres de una enorme valía, que también han tenido y tienen que abrirse camino a diario luchando contra el doble estigma que nos ponen: mujer y discapacitada.
Podría citar muchos nombres, pero siempre quedaría una lista incompleta. A lo largo de mi trayectoria en la revista, y más aún desde que en 2019 asumí la dirección, he conocido deportistas, periodistas, profesoras, enólogas, artistas, personas mayores que destapaban su vocación artística, etc. Todas ellas mujeres de enorme validez como profesionales y como personas, que sin planteárselo son ejemplo y ayudan a que otras mujeres se vean reflejadas y apoyadas.
Aunque soy de las que piensa que cualquier día del año es el Día de la mujer, hoy más que nunca quiero recordar a todas aquellas mujeres que en nuestro mundo sufren violencia por su condición de mujer. Y dedicar un recuerdo especial a todas las mujeres ucranianas, que sufren la violencia y la barbarie de la guerra.
Ellas somos todas.
Anuncia Maján Díaz
Directora de la revista Grada