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El lío de la etiqueta. Jesús Dorado

El lío de la etiqueta. Jesús Dorado
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Ya que estamos en un punto de partida botellístico no viene mal aliviar un poco también los galimatías que a veces se nos forman en las etiquetas de las botellas o en las propias palabras de algunos profesionales que intentan generosamente ayudarnos pero que a veces nos dejan “¡ah, horror! Estoy lost in translation”.

La cantidad de términos e información en este mundillo es interminable pero necesaria para poder entendernos, como en cualquier disciplina. Pero, “¡ah, bien!” es fácil manejar los palabros básicos para poder movernos bien.

Así, es habitual oír esa voz interior que duda de cosas como ¿Qué estoy pidiendo cuando veo en la carta y solicito un Rueda?, ¿Es lo mismo que si pido un verdejo?, ¿Qué bebe esa gente que se toma un chardonnay?, ¿Y un tempranillo se llama así porque es un vino joven o para tomarlo por la mañana temprano?, ¿Morado es una fruta?…

Algunos de los conceptos fundamentales que podemos ir manejando para ir eligiendo nuestros vinos en la tienda, pedir en el bar y para ir conociendo nuestro gusto, son el de la variedad de uva de que está hecho el amigo que vamos a bebernos, su procedencia y el tiempo de crianza. Igual que existe el animal ‘perro’ y de él existen mil razas que se ven y se comportan diferente, eso mismo ocurre con la uva. Actualmente, dentro de la ‘vitis vinífera’, la especie de vid que se usa para elaborar vino, se tienen listadas miles de castas diferentes. Pero no asustarse, no conozco a nadie que las maneje todas, ni falta que hace. Pero, como consumidores que somos y que queremos ampliar nuestro disfrute, no está de más poder conocer y pedir las cosas por su nombre.

Para empezar por el producto más cercano que tenemos, algunas de las variedades más utilizadas en la zona española son las tintas Tempranillo, Garnacha, Graciano, Mazuelo, Cabernet Sauvignon, Merlot, Syrah, Bobal, Monastrell, Pinot Noir, Mencía… O las blancas Verdejo, Viura, Macabeo, Airén, Chardonnay, Sauvignon Blanc, Albariño, Moscatel, Godello, Zalema, Pedro Ximénez, Palomino… o las tan extremeñas Pardina, Eva o Beba de Los Santos, Cayetana Blanca…

Así pues, quien pide un chardonnay va encaminando su petición hacia un tipo de sabores y aromas que da esa uva blanca. Y quien habla de un Rueda, por ejemplo, está aludiendo a la zona geográfica cercana a Valladolid, es decir, está pidiendo un vino por su zona de producción, caracterizada por unas formas de elaboración y un carácter de sus uvas que será diferente al carácter de la misma uva en otros sitios, y todo eso le confiere al vino, o debería, un perfil propio. El equivalente a guiarnos de esta manera sería decir que queremos un Ribera del Guadiana, un Rías Baixas, un Priorat, un Montilla-Moriles, un Condado de Huelva, un Toro, un Ribeiro… o por citar la frase más oída en las barras de los bares, un Rioja o un Ribera (del Duero).

La joya de la corona en esto de las etiquetas es aquello del ‘Gran Reserva’. Esta clasificación de los vinos, aquello de ‘crianza’, ‘reserva’ y ‘gran reserva’, dicho de forma muy resumida, solo hace referencia al tiempo que un vino pasa en la bodega siendo mimado y ‘terminado’ por el roble de las barricas y posteriormente dentro de la botella. Ambas estancias producen en el líquido reacciones diferentes que lo cambian y le dan sabores y aromas extra. ¿Significa esto que lo mejoran? En el caso de los vinos elaborados para ser criados sí. Pero si a un vino que no ha sido elaborado para aguantar tanta batalla le metemos una crianza, tendremos algo muerto, perderá sus buenas cualidades.

Entonces, ¿en qué quedamos, cuál es mejor de los dos? Pues los dos, porque los sabores y aromas que contiene un vino joven pueden ser del agrado de unos y los vinos con alguna crianza pueden ser del agrado de otros. Es, por tanto, una forma o una parte más de elaboración y no tiene por qué ser mejor, sino solo una más. De hecho, si vas fuera de España y dices que quieres probar ‘un reserva’ probablemente te pondrán cara rara y te dirán que allí no te reservan ningún vino, ya que son clasificaciones que solo usamos aquí.

Por supuesto nos hemos dejado fuera algunas menciones y descripciones que podemos encontrar en una botella, pero esto es interminable y nos hemos centrado hoy en algunos de los vinos ‘tranquilos’ más comunes, que ya habrá tiempo para todo.

Y para despedirnos con algo más ligero, poniéndonos ya en lo puramente estético, parece que en los últimos tiempos los productores se han dado cuenta de algo que, en mi opinión, el mundo del vino todavía conserva cierta rancidez, y es el apartado de packaging, marketing, etiquetado… imagen, vamos.

Como curiosidad y para que veamos por dónde van los tiros de estas cabecitas humanas que tenemos, se contabilizó en cierto momento (creo recordar que en Estados Unidos, como no podía ser menos) que los vinos con un animalito en sus etiquetas vendían más que los que no lo tenían en comparación general; se ve que somos ‘animal-friendly’ también para esto.

Por cierto, si os animáis, hay información en internet sobre concursos de diseño de etiquetas de vino. ¿Quién sabe?, igual podéis sacar alguna alegría más de las que ya da este mágico brebaje.

¡Salud!

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