El 30 de octubre de 1927 toreó Juan Belmonte en Barcelona. Un toro de Sánchez Rico le infirió una cornada de la que tardó más de un mes en recuperarse. Esto debió influir en su decisión de retirarse nuevamente de los ruedos. Y, libre de compromisos, permaneció inactivo hasta la temporada de 1934. En la de su regreso se echaron en falta algo de pundonor, facultades físicas, aunque nunca fue un prodigio en ese sentido, y quizás algo de su afición que se había quedado en el camino durante estos años de ausencia. Su mejor tarde, esta nueva temporada, fue la de Madrid el 21 de octubre.
La corrida, anunciada como Inauguración Oficial de Las Ventas, se había aplazado a causa de la revolución de Asturias, que había sido sofocada dos días antes. En el cartel original figuraron Juan Belmonte, Marcial Lalanda y ‘Manolo’ Bienvenida. Este último fue sustituido por un renacido ‘Cagancho’. El acceso a la plaza y la salida, como en los tres festejos ya celebrados, fue una aventura a través de los desmontes que circundaban el coso. A pesar de ello la entrada fue excelente y más de uno, por el barullo que se formó, no pudo presenciar el paseíllo. Los tres espadas lucieron lazos negros por la muerte de Fausto Barajas, un mes después de sufrir un accidente de circulación en un paso a nivel.
Juan Belmonte, que lució un terno gris plomo y plata, fue quien protagonizó la tarde. Como en el caso de ‘Cagancho’ era su primer paseíllo en Las Ventas. La corrida “murubeña” de Carmen de Federico fue gorda y pareja. El cuarto, segundo del trianero, fue el más manso de la corrida. Lo tomó con un pase por bajo con la mano derecha y dice el cronista Don Quijote que “ya en el segundo pase, de trinchera, se irguió y fue una pintura: suavidad, ritmo y mando”.
Siguió con una tanda corta de ayudados por bajo por ambos pitones “imponentes de justeza, lentitud y remate precioso y toda la faena sin la menor solución de continuidad, ligada, armoniosa, redonda, justa, ponderada, dueño absoluto del toro que entraba y salía a voluntad del diestro, fue un asombro, un milagro de buen torear”. No puede decirse que ningún pase en la faena sobresaliera de los demás porque todos, absolutamente todos, fueron magníficos. Y, además de la trinchera, los ayudados y los fundamentales, hubo adornos toreros, afarolados, molinetes, magníficos de pecho con las dos manos, barriendo el lomo del toro, y pases por alto, de cabeza a rabo, y todos ellos con el sello personal del ‘Pasmo de Triana’.
Cuadró al toro en el tercio y dio una estocada emocionante y brava, la que merecía la magistral faena. Tan recto entró que el pitón rasgó la guarnición de la taleguilla. La estocada fue en el hoyo de las agujas. El toro, ‘Desertor’ se llamó, quedó inmóvil, humillado y afianzado en las patas, quizás como el ‘Barbero’ de Miura que estoqueó ‘Machaquito’ e inmortalizó Benlliure. Solo Juan Belmonte frente al toro, la mano en alto, y los tendidos pintados de blanco en el flamear de los pañuelos.
No menciona el rabo el cronista, dice que con los “diversos trofeos en la mano” dio el maestro dos vueltas al ruedo. Después se escondió en un burladero para sacar al exterior la emoción contenida. Tuvo Marcial Lalanda que arrastrarlo de nuevo al ruedo pues a punto estaba de saltar el quinto y la aclamación no cesaba. Probablemente a su mente volvieran tardes de triunfo en Madrid y Sevilla. También el cariño de los aficionados, que no entendieron nunca de regionalismos, le arropó y aquellos le susurraron, seguro estoy de ello, que habían visto aplaudir y solicitar los trofeos desde el cielo a su amigo ‘Joselito el Gallo’.