Cada día estoy más convencido de que somos nosotros, las mismas personas con baja visión, los culpables de encontrarnos en la situación de desprotección social en la que vivimos:
- Los productos y ayudas a la discapacidad están subvencionados a excepción de los usados por el colectivo de la visión
- El voto accesible de las personas con discapacidad visual es solamente para los conocedores del Braille, dejando fuera al 99% con baja visión
- Las normas de accesibilidad al entorno ignoran las necesidades de las personas con déficit visual
- Los ciudadanos mayores y los que tienen un déficit visual no pueden leer las etiquetas de los productos de consumo
- El acceso a la educación de estudiantes con baja visión llega a ser ofensivo y discriminatorio
- En el mundo laboral no existe la accesibilidad en los puestos de trabajo para personas con baja visión
Esta situación merma la autonomía de los individuos con baja visión y, como consecuencia, su calidad de vida.
A los ciudadanos nos han tatuado en la piel que vivimos en una sociedad asistencialista paternalista. Nos han inculcado una idea de un estado ideal del bienestar donde las autoridades y administraciones nos protegen ante cualquier adversidad. Como consecuencia, nos quedamos estáticos esperando a que sean otros los que reaccionen, que son ‘los otros’ los que deben poner los medios ante las necesidades de las personas con déficit visual.
El caso es que el sector de población con discapacidad visual sabe que sus derechos, como personas con discapacidad que son, no son tenidos en cuenta. Se indignan con la situación, sin embargo se quedan cruzados de brazos. Se callan por miedo o por pereza, haciéndose esclavos de la resignación.