A medida que la visión en las personas se va deteriorando, estas van encontrándose cada vez más dependientes de los demás para realizar tareas cotidianas y relacionarse con el entorno que les rodea. Sin embargo, en lugar de buscar ayuda y admitir su situación, optan por mantener en secreto su condición, temiendo que revelarlo los hace vulnerables y débiles ante los demás.
Con el tiempo, la falta de transparencia sobre la baja visión comienza a afectar sus vidas de muchas maneras. Tropiezan con personas y objetos, tienen dificultades para localizar espacios y lugares en las calles, y se encuentran con problemas a la hora de leer e interactuar con los demás. A pesar de su lucha interna, siguen negando su condición y evitan buscar ayuda o usar ayudas visuales, por temor a ser juzgados o estigmatizados.
La negación y el ocultamiento de la verdad se convierten en una especie de prisión. En lugar de enfrentar su condición y buscar soluciones prácticas, se encuentran atrapados en un ciclo de negación y engaño, donde la mentira es la única compañera. La calidad de vida se ve comprometida, y el aislamiento y sufrimiento emocional aumentan a medida que se aferran a su fachada de independencia y fortaleza.
En el momento que las personas con déficit visual encuentren un momento de claridad y comprensión se darán cuenta de que su negativa a aceptar su baja visión solo los están haciendo más vulnerables y limitados, en lugar de protegerlos.
Al enfrentar la verdad y buscar la ayuda que necesitan pueden liberarse de las cadenas de la mentira y comenzar a vivir una vida más plena y auténtica, donde la baja visión ya no será un obstáculo insuperable, sino simplemente una parte de quienes son, y dejarán de ser esclavos de la vulnerabilidad.