José María Sotomayor Espejo-Saavedra
No he vivido en Extremadura, pero mi relación con el mundo de los toros ha propiciado cierto contacto con esta tierra de conquistadores. Y gracias a ese trato he conocido muchas zonas y personas. De todas guardo un gran recuerdo.
Hace muchos años, antes de que comenzara la andadura de la revista Grada, mi biblioteca técnica recaló en alguna escuela de Ingenieros de Obras Públicas de la Universidad de Extremadura. Retirado de mi profesión, quería deshacerme de ella sin ninguna contraprestación económica, porque mi biblioteca taurina comenzaba a demandar mucho más espacio en mi domicilio. Al enterarse un gran amigo de esta decisión, me dijo que él se la quedaba. Me extrañó porque es abogado. Y al preguntarle la razón, me contestó: “en Extremadura hacen falta muchas cosas”. Algún tiempo después me informó de su nueva ubicación. Pero aquello ya es un pasado remoto, Extremadura hoy es otra realidad.
Probablemente algunos años antes de lo anotado, internet condicionó la vida de los ciudadanos de todas las regiones de España, también se la facilitó, y Extremadura no podía ser una excepción. Anoto esto porque sería una osadía por mi parte contar la evolución de esta región desde mi estudio en Madrid. Gracias a internet, quizás más a la inteligencia artificial, me atrevo a emborronar estas líneas con lo que esta última me ha apuntado.
La economía de Extremadura ha evolucionado aumentando el número de sectores activos; aunque la agricultura y la ganadería siguen siendo fundamentales, el turismo, la tecnología y los servicios tienen también mayor protagonismo. Como he apuntado, internet y las nuevas tecnologías han transformado la vida cotidiana de los extremeños. El sistema educativo ha mejorado en infraestructura y calidad. Las universidades, las politécnicas y la formación profesional han abierto nuevas fronteras a los jóvenes. El acceso a la información y la comunicación ha mejorado, reformando la educación, el trabajo y el comercio. Socialmente, las redes y las plataformas digitales han transformado la forma en la que las personas se relacionan.
Aunque mantiene sus tradiciones ha importado otros aspectos culturales, incluso la forma de trabajar en las ganaderías de toro bravo es diferente. La dehesa extremeña es un ejemplo a nivel mundial de conservación de la naturaleza; de ecologismo, no siempre comprendido, sobre todo por los que se oponen a la tauromaquia.
Estos apuntes, algunos, o en parte, absorbidos de internet, no pueden terminar sin uno taurino y que he vivido varias veces. Cada año, cuando empieza a salir el sol de la nueva temporada, Olivenza aporta ese rayo de luz que es su feria. Modélica como pocas. En ella, además, no se olvidan de acoger a esos jóvenes que han aprendido en las diversas escuelas taurinas. Y les ofrecen la oportunidad de dar un primer paso profesional y soñar con llegar a ser matadores de toros.