Un hombre de mediana edad, después de haber perdido en un accidente a su mujer y su único hijo, decidió construir su propia casa e irse a un lugar en medio de la naturaleza. Necesitó de la meditación para, después de un tiempo, darse cuenta de que hay circunstancias que no dependen de nosotros.
En noviembre empezaban a hacer acto de presencia el agua, el viento y las tormentas, y aunque le gustaba el sonido de la lluvia, aquella noche, el ruido ensordecedor de los truenos y la iluminación de los relámpagos le hicieron estar en alerta. El viento rugía y agitaba con fuerza las ramas de los árboles, mientras la lluvia azotaba los cristales.
Un poco antes del amanecer, cuando todo estaba en calma, el hombre se dirigió a la puerta para ver los desperfectos que había dejado el temporal. Cuando consiguió arrastrar algunas ramas de considerable tamaño que le impedían el paso, pensó que había tenido mucha suerte y ninguna de ellas había caído sobre el tejado. Se quedó mirando la alfombra de hojas que cubría el cercado. La mayor parte de ellas eran viejas, de color marrón, ya habían vivido su espacio de tiempo. A las amarillas, en cambio, la falta de nutrientes, cualquier enfermedad o contratiempo las hizo marchitarse antes de lo previsto, y las hojas verdes, las más jóvenes, se habían desprendido del brote prematuramente sin haber vivido una vida con plenitud.
Dirigió su vista al cielo; en los árboles aún quedaban hojas verdes, sanas, de aspecto fresco y color brillante. Junto a ellas seguían colgando hojas amarillas con pequeñas manchas y hojas marrones ensortijadas. Fue entonces cuando el hombre consiguió aceptar su situación. La tormenta podía llegar en cualquier momento a nuestro entorno, familia o amigos, y la fuerza del viento desprender de nuestra presencia las hojas más deterioradas y adultas; en otras ocasiones, según las circunstancias, podría llevarse las hojas de mediana edad o amarillas; y si la tormenta se volvía más intensa, arrancar de nuestro lado pequeños y nuevos brotes.
A través de la fuerza de la naturaleza logró entender que tenía control sobre su mente, pero no sobre los acontecimientos externos, los cuales de manera fortuita marcan el resultado final. A partir de aquel día centró su esfuerzo y energía en aquello que dependía de él, siendo sus decisiones respecto a los acontecimientos las que determinarían la fuerza para salir adelante.