Aquí estamos, en una sociedad que presume de inclusión y accesibilidad mientras se pone en evidencia la hipocresía al ignorar las necesidades reales a las que se enfrentan las personas con baja visión.
En las maravillosas junglas urbanas, donde los edificios son altos y la empatía es baja, las personas con baja visión se enfrentan cada día a una serie de obstáculos y desafíos que harían palidecer a un guerrero espartano.
El espectáculo diario se debate entre tropiezos y caídas con aceras irregulares, bordillos, mobiliario urbano mal situado, obstáculos inesperados… ¿Quién necesita un campo de entrenamiento cuando tienes la ciudad para ponerte a prueba en cada esquina?
Y luego están los edificios públicos, esos bastiones de accesibilidad, mejor dicho, de ‘in-accesibilidad’. Preparados para navegar por pasillos diseñados como si fueran laberintos de Minos, ascensores con botones que requieren la vista de un halcón y escaleras mal iluminadas que podrían conducir directamente a Mordor. “¿Que no puedes ver los paneles? Quizás necesitas ser más positivo”, les dicen a las personas con problemas de visión, como si el optimismo pudiera transformar mágicamente su percepción visual.
En oficinas y aulas la cosa no mejora mucho. Las presentaciones, los libros y documentos, y el software que se utiliza se convierten en desafíos visuales, con letras microscópicas y contrastes de colores que parecen diseñados por alguien que odia a los demás.
Y no olvidemos la ‘amable’ sugerencia de usar tecnología y productos de apoyo para la visión. Claro, es maravilloso saber que existen dispositivos de ampliación que ayudan a leer algo importante y que no están al alcance de todos los bolsillos porque no son muy asequibles, que digamos. Es como un pequeño recordatorio digital de que la vida puede ser aún más frustrante.
Finalmente, cuando las personas con baja visión regresan a sus casas, exhaustas por otro día de obstáculos y condescendencia, pueden al menos relajarse, ¿Verdad? Pero no. Porque incluso en su barrio, los coches aparcados en las aceras y los contenedores de basura colocados sin orden parecen conspirar para hacer cada paso un desafío.
Sí, claro, las personas con baja visión seguirán adelante, pero no gracias a la ciudad que les rodea, sino a pesar de ella. Y lo harán con una buena dosis de cinismo, porque a veces todo lo que queda es reírse de la ironía brutal de la situación.