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La exclusión invisible

La exclusión invisible
Foto: Unsplash. Eric Ward
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La exclusión es múltiple y la invisibilidad, su consecuencia. El físico es una discriminación invisible, más en las mujeres que en los hombres. No vale tanto el talento como la belleza en la mujer; ni en el hombre su saber ser y estar en el desempeño de su trabajo como la exclusión de que fuere objeto por no casarse con nadie más que con la honradez y la verdad. Polos opuestos, pero confluyentes en la exclusión. Piden ‘buena presencia’ quienes no la hubieren; solicitan una lealtad que nada tiene que ver con darles la razón si no la tienen. Unas y otros son echados a los buitres si no comulgan con el credo de la visibilidad. Todos, entonces, somos excluidos invisibles.

El canon estético, el peso, la figura, son los sesgos de ciertos empleadores para con la mujer: las rubias cobran más que las morenas. Se requiere la visibilidad de la mujer joven, discretamente maquillada, subida a un tacón que no sobrepase el de sus clientas. La visibilidad, o la exclusión.

La exclusión niega a la persona el derecho a serlo. Los excluidos son aquellos a quienes la sociedad les da la espalda. Los excluidos carecen de derechos básicos. Sus derechos, que los hubieren por ley, no pueden reclamarlos porque la sociedad no se los reconoce, aun visibles, pero invisibles para los poderes públicos.

Hay excluidos muchos hombres que viven y mueren en la calle; otros muchos que habitan en viviendas de exclusión por su estado. Los migrantes son excluidos; los habitantes de barrios marginales; los drogadictos sin tratamiento; los enfermos sin medicinas; los ancianos que viven solos… Todo es exclusión que hacemos invisible.

Ha cambiado la exclusión en la historia: antes fueren los judíos, los enfermos mentales, los actores o los enfermos de sida, los homosexuales o los drogadictos. Ahora, la principal vía de exclusión es la pobreza. Cada vez hay más ricos y cada día, más pobres. Ahora hay más excluidos invisibles que nunca. Los desempleados, sin esperanzas; las maltratadas; las prostitutas a la fuerza; los abuelos en soledad a quienes engañan en el banco o en su residencia, si la hubieren; los homosexuales que aún hoy no se atreven a confesar su condición por temor a ser apedreados; las personas discapacitadas, frente a las barreras físicas que les impiden llegar a la meta.

No eligieron serlo; pero lo son: los excluidos invisibles, sin oportunidades en la tierra de todos. Hay, empero, una exclusión aún mayor para mujeres y hombres: la comunión con los que os excluyen por decir lo que pensáis. La exclusión es invisible por molesta. La verdad duele a los excluyentes que nos hacen invisibles. Son apartados como apestados: las gordas, por serlo; los honrados, por leales. Pareciere que se cierran todos los caminos que nos condujeren al paraíso soñado por todos, en el que solo reinare la paz, la justicia y la libertad. Nada es posible sin ello. La exclusión es visible, pero la hacemos invisible tapándoles los ojos y la boca. Nadie podrá decir que es excluido, porque quizá los excluyentes constituyeren un ejército más poderoso que los excluidos visibles.

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