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La Hermanita Alina, «Madre de Plasencia»

La Hermanita Alina, «Madre de Plasencia»
Foto: Cedida
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No fue placentina de nacimiento, pero sí de adopción, considerada “Madre de Plasencia” por su generosa dedicación a los ancianos desamparados durante la mayor parte de su vida. María Teresa Masnou y Cuples (San Hilario de Sacalm, Gerona, 19/05/1878; Plasencia, 04/11/1975), “la hermanita Alina” como fuere conocida, había nacido en el seno de una familia de artesanos compuesta por doce hermanos (ella, la única mujer). En su hogar, en un ambiente claramente religioso, nació su vocación hacia los ancianos desamparados.

Ingresó en el noviciado de las hermanitas de los pobres en la Casa de Madrid y más tarde pasó por los asilos de Valladolid, Segovia, Cáceres y Reims (Francia), hasta que llegó a Plasencia en 1913, en la casa fundada el año de su nacimiento. En 1949 se trasladó a Madrid para operarse de la vista. Tras residir cinco años en la capital de España, volvió a Plasencia en 1954, donde permaneció hasta su muerte.

Su biógrafa dice de ella que fue enormemente popular en la ciudad y comarca. “Con su figura menuda recorría calles y visitaba los pueblos de la comarca; a domicilio, iba casa por casa, abordaba a los transeúntes…, imploraba con un gesto alegre y con un gran don de palabra el socorro para sus ancianitos. Su frase conocida por todos era: `Dame algo para mis ancianitos´. Antes de esta frase tenía un detalle personal, pues después de cincuenta años pidiendo a los mismos, nos conocía a todos y sabía de cada uno de nosotros. ¿Cómo estás… ¿Y tu madre…? Estás cada día más joven… Y ahora, ¿me das algo para mis ancianitos? Y nunca se iba con las manos vacías. Toda su vida pidiendo para los demás que dejó una frase en Plasencia: “Pides más que la hermanita Alina.”

La Hermanita Alina, «Madre de Plasencia»
Foto: Cedida

¿Y por qué hermanita y no hermana? Alina era muy delgada y bajita. Abultaba algo más por su hábito negro que llevaba con tanto vuelo que se le hinchaba por el viento y parecía algo más fuerte. Llevaba gafas de concha abultadas y su mirada resultaba extraña para quien no la conociere o para quien no supiere que, en 1949, tuvo que ir a Madrid para que le extrajeran el ojo perdido y le pusieren uno de cristal. Siempre iba con otra hermana, pero siempre también con su cesta, casi tan grande como ella, en la que, bajo sus tapaderas, guardaba sus tesoros, todo lo que pudiere sacar del apuro a sus ancianitos.

Cada acontecimiento en la ciudad era para ella una fiesta. Los días de mercado, para “saltar” a mercaderes y visitantes pidiendo su limosnita y, al final, para recoger lo que aquéllos tiraban. Durante la feria y fiestas de junio, la hermanita Alina se aposentaba cada tarde en la puerta del hotel “Alfonso VIII” y en el hostal “Mi Casa”, esperando el encuentro con los toreros para sacarles lo que pudiere, que aquéllos acogían con agrado porque ya la conocieren y que demostraren en la corrida de beneficencia el día de su homenaje. Los días de lluvia esperaba en los soportales del Ayuntamiento hasta que saliere el entonces alcalde, Fernando Varona, a quien se dirigía: “Fernandito, que llueve”, y éste le decía: “Venga, que ya la subo yo en el coche.” Durante más de cincuenta años hizo lo que mejor sabía: pedir limosna para sus ancianitos…

El 21 de febrero de 1959, en el Parque de la Coronación, el capitán general de la I Región Militar, Miguel Rodrigo Martínez, presidía el desfile de la tropa. Se puso tras él al ver que era quien más medallas tenía. Tiró de su chaqueta con insistencia. El general ni se movía, saludando a la bandera y banderines de las unidades que desfilaban ante él. Se volvió hacia atrás: ¿Qué quiere, hermana? ¿No ve que estoy ocupado? No llevaba nada en los bolsillos y se dirigió a su ayudante para pedirle 500 pesetas y, entregándoselas a la hermanita Alina, le dijo: “Permítame darle un beso en la frente a quien ha sabido ejercer la caridad tan heroicamente.”

La hermanita Alina, cuando iba por los pueblos de la comarca, no podía meter en el autobús cuanto le daban. Lo colocaban en la baca y cuando llegaba a Plasencia había perdido la mitad de lo que le dieren. También se traía de esos pueblos a sus nuevos ancianitos que pusieren bajo su custodia. La casa placentina llegó a tener 150 residentes a los que dar de comer y vestir. Por ello, buscó bienhechores. Uno de ellos fue José Delgado, que todos los años le daba al asilo entre seis u ocho cerdos para la matanza y de dos a cuatro carros de leña. Los bienhechores le daban lo que tenían: garbanzos, lentejas, aceite, patatas…

En 1956, Plasencia quiso premiarla y perpetuar su recuerdo. No tuvieron suficiente con una calle y le dedicaron una barriada a su nombre: Barriada de la hermanita Alina, hoy Barriada de La Data. El Ayuntamiento, haciéndose eco de toda la ciudad, pidió al Gobierno la concesión de la Cruz de Beneficencia para ella. A los noventa años, ya no salía de la casa.

Su vida se desarrolló en el antiguo asilo (Colegio de san Calixto). Murió sin ver el nuevo y moderno edificio con más comodidades para sus ancianitos y la lavadora que con tanta insistencia había solicitado… Antes de su muerte, la Caja de Ahorros instaló un ascensor para comodidad de los residentes.

El 17 de febrero de 1959 se constituyó una comisión para organizar el homenaje que se le tributó a la hermanita Alina, presidida por el obispo, Juan Pedro Zarranz y Pueyo, y formada por el alcalde, Fernando Varona, el coronel Mariano de Vega y el juez Ricardo Márquez.

El 19 de maro de 1960, festividad de san José, el gobernador civil de la provincia, Licinio de la Fuente, hizo entrega de 140 viviendas protegidas dedicadas a sor Alina (Barriada de Sor Lina), hoy Barriada de La Data. En un acto celebrado posteriormente en el asilo, el gobernador le impuso la Cruz de Beneficencia. A sus 82 años, dio las gracias a las autoridades, al pueblo, y se refirió a la generosidad de los placentinos para con ella y sus pobres. Por la tarde, gracias a la generosidad de José Luis Zambrano y de otros ganaderos se lidiaron en el coso taurino cuatro toros por los diestros Curro Girón, Julio Aparicio, Manolo Vázquez y Antoñete. Gracias a la recaudación se pudo terminar de pagar la cámara frigorífica que la hermanita Alina se propuso lograr.

Con motivo del Día Internacional de la Mujer, en 2021, el Ayuntamiento de la ciudad hizo público los nombres de dieciséis mujeres que marcaron un hito en la ciudad, entre ellos a la hermanita Alina, que tendrán calles a su nombre.

Falleció a las 14:30 horas del 4 de noviembre de 1975, a los 97 años. Sus restos mortales descansan junto a otras veinte hermanas bajo una cruz y una placa que reza: “S. R. Aline Michel, 19-5-1878—4-11-1975. No quería morir porque algún bienhechor le había prometido 100.000 pesetas si llegaba a los cien años. No pudo ver tan gran limosna: pero, en el acervo popular, quedará para siempre el dicho: “Pides más que la hermanita Alina”, la “Madre de Plasencia”.

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