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La nereida y el caballito de mar

La nereida y el caballito de mar
Foto: Amparo García Iglesias
Léeme en 3 minutos

El sonido agudo de la sirena de la ambulancia se entremezclaba en la mente de Coni con la imagen de una nereida de largo cabello rizado que llevaba tiempo queriendo llegar hasta el lugar donde se hallaba el ‘barco hundido’. Para acceder hasta allí debía atravesar fuertes corrientes marinas. Cuando la nereida llegó a la primera de ellas cesó la ruidosa sirena de la ambulancia y, justo en ese momento, Coni vio reflejado su rostro en el agua del mar, sorprendiéndose al descubrir que la nereida era ella.

A su derecha había un caballito de mar que tenía anclada su cola en la densa vegetación del fondo marino; había escuchado que era la forma que tenían estos peces de escapar de las turbulencias que producía el agua. Apoyándose sobre una enorme ostra, le preguntó al caballito: “Tal vez nos dirigimos al mismo lugar, hacia el barco hundido”. El pez marino, defendiéndose de las dragas y las redes de arrastre, sus peores enemigos, asintió con la cabeza. Su actitud fue para ella un ejemplo de persistencia, ya que había escuchado que no eran buenos nadadores.

Coni, confiando en una respuesta optimista por parte del caballito, le preguntó: “¿Crees que seremos capaces de llegar hasta allí?”. El caballito le dijo: “Siempre hay que intentarlo, aunque tampoco hay que obcecarse con logros imposibles”. Aquellas palabras le sirvieron de reflexión y lección, ya que, en ocasiones, bajo su frustración había sido inflexible con sus ideas.

Los días que pasaron juntos en las profundidades del mar permitieron a Coni observar cómo el pez marino deambulaba con movimientos suaves, feliz y tranquilo, no tenía prisa y se sentía satisfecho de ser quien era y de estar donde estaba; de hecho, hace tiempo descubrió que era una de las especies que se había mantenido sin apenas cambios evolutivos. El caballito de mar fue para ella símbolo de paciencia y alegría.

Los ojos del caballito también llamaron su atención; cada uno se movía de forma independiente, tomando conciencia de la situación y de todo aquello que les rodeaba. Esto ayudó a Coni a comprender mejor el significado de la percepción; era importante mirar a nuestro alrededor no solo con la mirada exterior, sino también con la del interior, con el alma, para obtener una perspectiva adecuada.

Algo que siempre sorprendió a Coni sobre los caballitos de mar era que estaban implicados en el proceso de gestación de las crías. La hembra depositaba los huevos en una cavidad del macho parecida al útero, y era este quien los cuidaba hasta que nacían. Pensó que esto era un gran mensaje de protección y de compartir la responsabilidad.

El cuerpo de aquel caballito de mar cubierto por una especie de armadura le enseñó que, a veces, hay que protegerse de circunstancias externas dañinas; en otras, sin embargo, hay que deshacerse de barreras innecesarias.

A lo lejos, Coni escuchó una voz que le decía: “Despierta, Coni”. Al entreabrir los ojos alguien le explicaba que había sufrido un derrame cerebral, pero ella no deseaba que terminase aquel sueño donde un caballito de mar le había acompañado en su odisea.

A partir de aquel emocionante viaje lleno de aventuras el caballito se convertiría para ella en su animal tótem, representando la sabiduría, la paciencia, la alegría, la protección, la amistad, la persistencia, la percepción sensorial y la generosidad. De este modo, le serviría de ejemplo en sus acciones para el resto de su vida.


Reflexión: No es necesario que la vida nos ponga a prueba para pararnos a pensar y averiguar cuál es nuestro guía interno, aquel que nos ayuda a buscar la sabiduría en nuestro interior y nos lleva al autoconocimiento, que consiste en entender nuestras emociones, cualidades, imperfecciones o problemas en cualquier contexto.

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