Voy a contar por qué la Cruzcampo sabe mejor en el sur (Pocos clickbaits mejores puede haber). En realidad no es más que un pretexto para sacar un tema que me parece muy importante, a la vez que controvertido, que ya ha salido por estas páginas de forma tangencial pero que tiene su miga. Por resumirlo en una sola palabra, la ‘predisposición’. ¿Por qué la misma gamba de Huelva con golpe de cocción no sabe igual acá que allá? ¿Por qué el sumiller me está contando un cuento oriental sobre las variedades de uva o los suelos calcáreos donde crece? ¿Me intentan dar gato por liebre? La respuesta (obviamente, solo hablo de los vendedores honrados) es que no.
Nuestra cabecita humana es adorablemente imperfecta y una de las jugadas que tiende a hacernos es asociar ideas o buscar respuestas de cosas que no conoce basándose en lo que sí conoce, porque necesita tener esa seguridad. Pero esto, además de generar errores, también nos evita experiencias nuevas y conocer realmente lo que tenemos delante.
Por eso, la tarea de un buen traductor de vinos es conducirnos a través de esa carretera que no conocemos para saber a dónde vamos y qué vamos a encontrar allí, generar una predisposición que nos permita entender y percibir, disfrutar e interpretar el alimento como es debido.
Esta ha sido una de las cosas buenas de mi verano, una experiencia con un grupo al que le ha gustado disfrutar de productos desconocidos como la sidra o el vino de fresas. Por cierto, una vez más debo agradecer a esos bárbaros del norte europeo donde no pueden cultivar la vid (o no podían, ahora ya cada vez más), porque han debido buscarse la vida para ofrecer una gastronomía propia. Donde alguien podría ver un brebaje plano, aburrido, cargante o demasiado por debajo del vino, las fresas te pueden aportar una dimensión diferente situándolas junto a unos quesos o un postre dulce. Como anotaba el gran Ferrán Centelles, “el maridaje tienes que querer crearlo tú para que exista; si no, no hay manera; es necesario que la persona que va a recibirlo quiera construirlo, de lo contrario se queda en palabras huecas que no llegan a transformarse en sensaciones al paladar”. Por esto, no es lo mismo tomarse una Cruzcampo encabronado, recién salido del trabajo, que hacerlo de vacaciones sentado en un paseo marítimo y con unas gambas acostadas al lado del vaso. Eso, y que a veces la pasteurización de los productos para transportarlos y disfrutarlos en otros sitios hace que pierdan facultades aromáticas (pero el tema de hoy era otro).
No dejo de reservar unas palabras para otro tema; por estas fechas suelo acordarme de todos los trabajadores que pisan el campo (estos sí que tienen una cruz en el campo), y llevan la uva a los que continúan en la bodega con un proceso que se engancha interminablemente un año tras otro. Gracias, porque seguís siendo héroes en un mercado que no lo pone nada fácil para que tengamos joyas que nos dan mucho disfrute. ¡Salud!
P.D.: Disculpas a la gran empresa Cruzcampo, que tiene grandes productos, pero hoy le ha tocado la china precisamente por puro reconocimiento del público general.

El festival también incluye un amplio programa de actividades paralelas durante el mes de noviembre, como el programa ‘Cine y escuela’ en el Centro Cultural Alcazaba, con proyecciones para escolares; el taller práctico ‘Diseñar para la cámara’, impartido por el director de arte Damián Galán Álvarez, los días 8 y 9 en la Sala Trajano; un concierto el 16 de la Banda de Música de Mérida en el Centro Cultural Alcazaba; o la exposición de los 20 carteles oficiales del festival del 17 al 30 de noviembre en el mismo espacio.