He admirado siempre al mexicano Silverio Pérez a pesar de no triunfar en España. Su segunda campaña entre nosotros, la de 1945, fue un desastre. No me atrevo a culpar al apoderado, que le ofreció no sé cuántos contratos en las mejores plazas y con las mejores figuras, ni tampoco a la propia forma de ser del torero.
Cuando llevaba toreadas unas cuantas corridas, sin nada relevante que anotar, tuvo la oportunidad de hacer el paseíllo en la Gran Corrida de la Beneficencia de Madrid, nada menos que con su paisano ‘Armillita’, Domingo ‘Ortega’ y ‘Manolete’, y, a mi juicio, no la aprovecho. Un poco receloso por la forma de llevarle sus asuntos el apoderado, añadió una cláusula a su contrato para esta corrida, por la que, si se cambiaba algo de lo apalabrado y escriturado, él tendría la libertad de caerse del cartel. Se sustituyeron cuatro toros de los previstos de la viuda de Galache, y eso le dio argumentos para no torear esta corrida. No debería haber sido así, pues los sustitutos eran de Antonio Pérez, de San Fernando, ganadería del mimo prestigio.
La historia es muy larga y existen fragmentos de ella que son difíciles de documentar. Hay por medio un viaje a Lisboa, para intervenir en una corrida, sabiendo ya que se habían cambiado los toros. Una posible lesión ocular que derivó en una visión doble, real o fingida, lo que le impedía torear por el momento y así justificar su exclusión del cartel sin hacer valer la cláusula manuscrita que incluyó. El caso es que no hizo el paseíllo en tarde tan importante. Hubiera demostrado el supuesto trato injusto, hasta entonces, en España, a la figura que sin duda era.
Descansó unos días, cumplió los contratos que tenía pendientes y regresó a México. Yo no puedo asegurar que fuera o no cierto que tuvo visión doble antes de lo de Madrid, pero una anécdota me inclina a pensar que pudo más la lejanía de su tierra, de sus hijos, de su esposa ‘Pachis’, que la dolencia para tomar la decisión de regresar a México.
Cuentan, y lo he leído en casi todas las biografías del torero, que ya en su país coincidió en una fiesta con Cantinflas, personaje irrepetible.1 La relata así Guillermo H. Cantú, uno de los biógrafos de Silverio: “Mario Moreno ‘Cantinflas’, al que le sobraba [humor] en calidad y oportunidad, pudo ponerle al de Texcoco un par andándole. En una fiesta coincidieron ambos personajes. Frente a ellos el platón con un solitario bocadillo. Los dos hicieron intento de tomarlo, pero fue más rápido el gran cómico, quien una vez que lo tuvo en su mano le recomendó a Silverio: Compadre, tú que ves doble, cómete el otro. Y el minúsculo panecillo desapareció de la vista del torero”.