Uno de los nombres emblemáticos de nuestros antepasados lusitanos es Arantonio, que estaba muy extendido entre los igaeditanos, etnia perteneciente al pueblo lusitano que habitaba las tierras portuguesas de Idanha-a-Nova.

En una de las aldeas de este concejo, en Idanha-a-Velha, se ubicó su capital, ‘Igaeditania’, rica en minas de oro y placeres auríferos que, tras la conquista romana del territorio y ya en época altoimperial, llegó a convertirse en una auténtica ciudad romana, recibiendo el nombre de ‘civitas Igaeditanorum’, en la calzada que unía las urbes de ‘Augusta Emerita’ y ‘Bracara Augusta’.

Fue sede episcopal en época visigoda, perteneciente al arzobispado de Mérida, que en concilio de Lugo de 569, presidido por Martín de Dumio, aparece con el nombre de ‘Egitania’.

Los igaeditanos aparecen como uno de los pueblos que sufragaron el puente romano de Alcántara, construido por el arquitecto Cayo Julio Lácer en la vía que unía la colonia ‘Norba Caesarina’, la actual Cáceres, y ‘Conimbriga’, o Condeixa-a-Nova, Coimbra.

Aún conserva en bastante buen estado algunos de sus monumentos más característicos, como las murallas, templos, termas, algunas estructuras del foro y la necrópolis que se encontraba a las afueras de la ciudad.

Pero, sin duda ninguna, de entre sus joyas más preciadas destaca la impresionante riqueza epigráfica conservada en el museo local. Corresponde a un buen número de inscripciones monumentales procedentes del foro de la ciudad, así como a textos funerarios que señalaban las tumbas de sus ciudadanos difuntos; sin olvidar las invocaciones a las divinidades romanas y del lugar veneradas por sus ciudadanos.

Entre estas inscripciones se conoce más de una decena que contenían el antropónimo Arantonio, que algunos investigadores consideran que debe proceder de un topónimo o hidrónimo cuyo nombre sería ‘Arantona’. Este antropónimo se extiende hacia el norte, distrito de Guarda; hacia el suroeste, Cascais-Lisboa; y hay una importante representación en la provincia de Cáceres, donde se conocen inscripciones documentadas en municipios situados al norte del Tajo, principalmente en la vecina ciudad romana de ‘Caurium’, Coria, donde hay varios testimonios; y los hallados en Zarza de Granadilla, Oliva de Plasencia y Nuñomoral. Al sur de este río se conoce un caso en la localidad de Ibahernando y, ya fuera de territorio extremeño, el ejemplar hallado en la localidad cordobesa de Santa Eufemia.

Precisamente de Oliva de Plasencia, de la antigua ciudad de ‘Capera’, procede la inscripción que acompaña al texto, en la que un individuo de nombre Rufo, hijo de Arantonio, dedica una impresionante ara a los dioses ‘Arbarienses’, que se refiera a una comunidad indígena o a un topónimo posiblemente celta en el territorio de la mencionada ciudad.

Y no hay que olvidar, que en esta misma zona donde prolifera dicho nombre, se documenta también una pareja de divinidades locales con el mismo radical, ‘Arentio’ y ‘Arentia’, que ya fue objeto de análisis en un número anterior de esta revista. Es una muestra más de la pervivencia de los cultos locales mucho tiempo después de la conquista del territorio por Roma y prueba de su tolerancia para con los panteones locales. Los indígenas siguieron invocando a sus divinidades ancestrales, aun cuando el Olimpo de los dioses se había extendido a los territorios de Hispania.