Diego Algaba Mansilla
Es sábado. Siempre pienso los días de diario que el sábado también voy a salir de casa a la misma hora que cuando tengo que ir a trabajar, porque cuando voy al trabajo y llego a mi destino quiero seguir caminando, el cuerpo ya caliente me pide continuar con el ejercicio en lugar de encerrarme durante siete horas entre cuatro aburridas paredes blancas.
Hoy, sábado, cuando salgo a la calle, me encuentro con un vecino paseando al perro, lleva una bolsita para las deposiciones, el perro levanta una pata y mea en la rueda de un coche, para eso no lleva nada.
Veo a una mujer fumando, probablemente ha estado delante del espejo retocándose, ha dedicado tiempo a ponerse guapa, va arreglada, aunque no sabe lo antiestético que es llevar un cigarro en la mano y fumar mientras anda, huele a perfume caro empobrecido con nicotina.
Un joven gordito corre al borde de la extenuación, me entran ganas de decirle “¡para!”.
Veo a una persona mayor que apoya su vejez en un bastón de madera, quizás, también, su soledad, la soledad, ni siquiera la literaria, es productiva.
Veo a Paco en su silla de ruedas cómo la mueve con alegría, Paco es jugador de baloncesto en el Mideba.
Me cruzo con un hombre con barba de tres días, triste, con aspecto de no haber dormido en toda la noche, probablemente más joven de lo que aparenta, también huele a tabaco y alcohol.
Veo una joven arrastrando una maleta de ruedas con cara de pocos amigos, le doy los buenos días, no me contesta; sin embargo, me sonríe el que pide disfrazado de Papa Noel, en el semáforo de Damián Téllez Lafuente, siento curiosidad sobre su vida, de dónde es, cómo vino, cómo vivía, cómo vive, preguntas que me surgen cuando me extiende la mano, siempre me agradece con la misma sonrisa bondadosa la moneda ya sea de dos euros como 20 céntimos, la generosidad es suya no mía, no todo el mundo tiene una sonrisa para regalar.
Una bella joven camina sobre las alfombra amarilla de hojas caídas de los árboles que siguen siendo bellas cuando están muertas, sus pasos suenan en la hojarasca como una música de amor platónico. Hay luces encendidas en el interior de algunos pisos donde se ven familias que se mueven lentamente en pijama, como a cámara lenta y donde huele a café y Colacao.
Así transcurre la mañana de sábado, sin cosas importantes que contar. Bajo el ritmo de mis pasos porque no es importante llegar más lejos sino caminar sin perderse lo que hay alrededor, saco el móvil. Hago una foto a la mañana. Es lo más parecido que tengo para parar el tiempo. La vida camina rápida, pasa una ambulancia, me ha salido otra cana, pasan los días y no puedo cogerlos; aunque yo pare la tierra sigue en continuo movimiento, sin compasión.