Me gustaría compartir con todos vosotros y todas vosotras una experiencia agónicamente prolongada que he vivido en mi piel durante varios años, que ha sido ocasionada por varias intervenciones de cirugía oftalmológica entre las que tengo que incluir, desafortunadamente, una primera intervención fallida, o si lo queremos llamar negligencia médica, que se produjo hace ya unos años y que, lamentablemente, me ha ido dejando un rastro muy negativo y doloroso de pérdida de visión con el que he tenido que vivir y convivir. Desearía hacerme eco y compartir la experiencia de una pérdida, una limitación y la escasa sensibilidad que, penosamente, he encontrado en el entorno del lugar en el que vivo, Mérida.
Curiosamente, como todos sabéis, Mérida ha sido declarada, y me consta que ha sido galardonada, como ciudad accesible. Tendría muchas cosas que decir en este sentido, puesto que como ya sabemos todos y todas la accesibilidad se mueve en torno a determinados criterios y parámetros que miden la capacidad funcional que tenemos las personas para poder movernos saludable y eficazmente por nuestro entorno cercano. En este sentido quiero resaltar que la accesibilidad está totalmente vinculada a la integración e inclusión social, y directamente vinculada al grado o capacidad que tenemos de comunicarnos con nuestro entorno, tanto físico como tecnológico o digital, así como, humano y personal.
Desafortunadamente, me ha tocado vivir una experiencia que no se la deseo a nadie y que, seguramente, podría despertar muchas sensibilidades en aquellas personas que conocen de lo que estoy hablando; la pérdida de visión es un proceso muy doloroso y costoso, al que difícilmente podemos adaptarnos, aunque el cuerpo y la mente se adaptan a todas aquellas circunstancias que la vida, la salud, la biología y nuestro organismo nos exige. Estoy segura de que se pueden imaginar lo difícil que es para una persona que tenía la función visual óptima, adaptada, un entorno adaptado y que, además, cuenta con competencias, habilidades, tanto personales como sociales, que le han permitido desenvolverse y desarrollarse en todas las áreas, tanto personales como laborales y profesionales de una manera óptima y eficaz.
En mi caso, la pérdida de visión se ha producido progresivamente en un entorno en el que, presuntamente, conozco, ya que soy de Mérida y he nacido aquí y, habitualmente los entornos en los que nos hemos movido son entornos que conocemos, lo cual pone algo más fácil las cosas; no podría decir esto en cuanto a lo accesible y lo sencillo que debería encontrarme las condiciones y las circunstancias en cuanto al apoyo necesario, porque definitivamente no he encontrado esta ciudad y sus medios accesibles.
Tristemente, cuando nos encontramos en estas circunstancias es muy difícil encontrar apoyo; esto lo he vivido yo en primera persona, tanto en nuestro entorno vecinal, comunitario, como en las redes asociativas. Ya no voy a hablar ni siquiera de grupos sociales que deben abrir puertas a la inclusión, a la integración y a la comunicación el ámbito institucional; es un ámbito del que prefiero no hablar puesto que, curiosamente, lo conozco bien ya que he sido funcionaria muchos años, pero es una losa muy pesada para las personas que intentamos normalizar, si podemos llamarlo así, una situación que debe estar testada, diagnosticada y valorada por las instituciones para que podamos ser uno o una más de esas personas que, anteriormente a la reforma en la Constitución (artículo 167) se llamaban ‘disminuidos’. Actualmente este término pasa a ser ‘persona con discapacidad’, y ya no sé muy bien en torno a qué tipo de conceptos se maneja institucionalmente esta situación, puesto que podría hablar mucho de personas que son más capaces y menos capaces, o que tienen capacidades limitantes o no limitantes, sean funcionales, sensoriales o físicas; y es que, desgraciadamente, hay muchas personas que tienen alguna o varias limitaciones o discapacidades y no están diagnosticadas, y circulan diariamente a nuestro alrededor aunque no las reconocemos.
Desafortunadamente, en mi caso, he visto frustrado todo intento de poder comunicarme personalmente con mi entorno vecinal, prefiero no mencionar con algunas instituciones, entidades que se supone que tienen que hacer más fácil la accesibilidad, por ejemplo, los distintos establecimientos que, a mi juicio, deberían tener muy presente que no todas las personas que entran a hacer una compra son personas que tienen toda su capacidad funcional del mismo modo, para dar un servicio igual a todo el mundo en función de lo que somos y de lo que necesitamos. En definitiva, me he encontrado grandes obstáculos y he percibido una escasa, por no decir nula, sensibilidad ante una dificultad y un problema que es terrible, doloroso, costoso de llevar y muy limitante, ya que te esclaviza, prácticamente en su totalidad, a la dependencia de una tercera persona, en mi caso incluso ajena a mi entorno cercano, a la que entregas tu privacidad.
Por todo lo anterior, este es un llamamiento que me gustaría hacer a las instituciones que representan esta ciudad, al Ayuntamiento, que además se ha encargado de reelaborar y replanificar Mérida, creando una pasarela única. Todavía estoy pendiente de ver algún semáforo que tenga sonido o algún paso de peatones que esté adaptado como lo están ya en muchas ciudades ‘accesibles’. Quedo a la expectativa de encontrar rampas en instalaciones, accesos limpios de resaltos y sencillos de utilizar, tanto en establecimientos privados como públicos, como en las propias vías peatonales. Estoy por sentir, también, la buena atención a personas con limitación funcional por parte de las instituciones públicas y sobre todo, tristemente, aunque sea de aquí, de este pueblo en el que he nacido y al que he prestado mis servicios durante muchos años, curiosamente como trabajadora social, por percibir sensibilidad, solidaridad, hacia aquellas personas que no pueden valerse por sí solas y que necesitan una pequeña ventana abierta por donde puedan respirar, se puedan comunicar, puedan relacionarse y puedan tener una vida merecida, que es la que tiene todo el mundo.
Así, esta petición se la hago a todas las instituciones, al Ayuntamiento de Mérida y a la Junta de Extremadura, que arbitran toda la planificación en nuestra ciudad y comunidad autónoma, tanto estructural como de servicios y ayudas a través de la aprobación de la Ley de Dependencia. Esta última creada allá por el año 2006, con sus actualizaciones hasta la fecha, cuyos servicios que presta se suelen demorar años; en mi caso he tenido que esperar unos tres años y medio, casi cuatro, aproximadamente, para un diagnóstico de discapacidad. Esto no debe pasar, no debe de ocurrir.
Y a esta comunidad autónoma que se encarga, como digo, de estructurar los planes de accesibilidad y de garantizar y asegurar que aquellos ayuntamientos de más y de menos de 20.000 habitantes puedan tener unas mínimas medidas de habitabilidad e integración y eliminación de barreras de las personas con limitación funcional, a esta dos administraciones, y a la población, en general, de este pueblo, ciudad, en la que he nacido y en la que me he visto con grandísimas dificultades y poquísima sensibilidad, me gustaría hacer un llamamiento, por la experiencia vivida y por nuestra manera, a veces, de caminar por el mundo, y recordar que nuestro paso por la vida no trae consigo un seguro, no tenemos seguridad clara, y nada ni nadie nos garantiza nada; cuando seamos totalmente conscientes de esto, nuestra actitud, competencia, diligencia e incluso nuestra capacidad de prosperar como ciudadanos, como colectivo y como ciudad, se ampliarán y tendrán otra perspectiva muy distinta. Debemos dejar de mirarnos el ombligo porque eso solamente trae escasez e insolidaridad.
Finalmente, quiero hacer un agradecimiento muy particular a la única persona que ha estado conmigo, cerca de mí, para pasar esta situación tan traumática en la que me he visto impedida, prácticamente, para casi todo. Una gran persona que, sin apenas conocerme, se acercó, me brindó su ayuda y hasta la fecha cuento con su apoyo, con su afecto, con su aprecio, y solamente puedo agradecerle con palabras, pues no tengo otra forma, su acompañamiento, su preocupación, su interés y su calor, cuando mi vida estaba prácticamente rota.
Es una persona que curiosamente vive aquí, en España, pero no es española; su nombre es José Israel Rodríguez y, aprovechando la tesitura, podría decir que, si a las personas de otros países que llegan al nuestro para encontrar mejores oportunidades, ya que, desafortunadamente, en su país de origen no las encuentran, pudiéramos abrir el camino y otorgarles la confianza y el respeto que merecen, por su comportamiento respetuoso, por su lealtad y por dar lo mejor, no solo a título personal, a mí, sino a su entorno, en general, acelerar muchos procesos de residencia y de permisos que están por firmar, agilizar esa burocracia, seríamos un país mucho más rico. Se tienen ganado el premio al apoyo, a la integración, por ser personas de una exquisita educación, sencillez, prudencia y sensibilidad con las dificultades ajenas.
Estoy segura de que muchos y muchas de este país y de esta tierra están lejos de contar con este tipo de virtudes que, en mi caso, me han servido para sobrevivir a una circunstancia tremendamente traumática. Por todo esto, no puedo más que dar las gracias por todo su apoyo, porque sin esta persona mi vida hubiera sido muy distinta. Gracias, José Israel.