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Pasado con memoria (V)

Pasado con memoria (V). José Luis Rodríguez Plasencia
Foto: Obra de Juan Mundet.
Léeme en 17 minutos

Sigamos repasando la memoria.

Marimonera
No se sabe exactamente si el nombre real de la protagonista de la expresión ‘Armarse la (o una) Marimorena’ fue Mari Morena, María Morena (teniendo morena como apellido) o María ‘la morena’, apodo alusivo en este último caso al color de sus cabellos. Lo cierto es que ese nombre y ese apellido dieron origen a dicha expresión en el Madrid del siglo XVI con el significado de riña o pendencia.

Cuentan que dicha María regentaba junto con su marido Alonso una taberna por la Cava Baja madrileña, donde solían organizarse algunas trifulcas que acarrearon procesos judiciales, uno de los cuales fue provocado por el escándalo que se organizó en la taberna cuando el matrimonio se negó a servir a un grupo de soldados el mejor vino que tenían, porque al parecer lo tenían reservado para clientes distinguidos y no para unos simples soldados, negativa que provocó la trifulca que dio origen al dicho, pues la tal María era una mujer de armas tomar que no se retraía a la hora de montar un follón con los clientes que procuraban marcharse sin pagar lo consumido, o porque alguno había bebido más de la cuenta y su proceder era poco correcto. Otros dicen que el origen de la trifulca no la provocó su proceder con los soldados, sino porque negarse a vender unas botas de vino, conocidas por aquel entonces como cueros para vinos.

Por cierto: No debe confundirse a esta marimorena con el villancico, también madrileño, ‘Ande, ande, ande la Marimorena’, nombre este que en algunos lugares se aplica a la Virgen. Por ejemplo: ‘La Moreneta’, aplicada a la de Monserrat. O la Virgen de Guadalupe, nuestra patrona, como reza en la ‘Jota de Guadalupe/Jota de Cáceres’:

Virgen de Guadalupe 
La Morenita,
Entre cerros y valles
Tiene su ermita.
Tiene su ermita, niña.
Tiene su ermita,
Virgen de Guadalupe
La Morenita.

Moreno al que vuelve a referirse la estrofa siguiente, cuando canta eso de que Guadalupe es un jardín de flores muy escocidas, pero que “la rosa mejor es la Virgen Morenita”.

Carracuca
Carracuca es un personaje imaginario derivado de carraco, adjetivo coloquial en desuso significativo de viejo, achacoso o impedido por la edad, supuestamente natural de Cantabria, cuyo nombre se utiliza en diferentes expresiones populares comparativas como ‘Estar más perdido que Carracuca’, que se usa para ponderar la pobreza o los vicios de alguien; ‘Ser más feo que Carracuca’, que se emplea para exagerar la fealdad de una persona; ‘Pasar más hambre que Carracuca’; o ‘Ser más viejo que Carracuca’.

En el municipio madrileño de El Molar, carraco se aplicaba a las personas mayores que iban a tomar las aguas de su balneario, actualmente desaparecido pues dejó de funcionar pasada la Guerra Civil. De estos bañistas viejos y achacosos, se decía en El Molar:

Ya se van los carrascos,
sin salud, del bebedero
sin salud y sin zapatos
y sin dinero.

Una de locos
Cierto señor fue internado en un manicomio a requerimiento de su mujer. Su abogado trató de hacer patente la injusticia que se cometía con él; pero falto de habilidad y elocuencia para tratar el asunto como se debía, llevaba más de una hora haciendo uso de la palabra, sin conseguir otra cosa que aburrir a los presentes.

-¡Señores! –exclamaba enardecido –. ¡Fíjense bien en la situación en que se coloca a este hombre! Se le quiere hacer pasar por loco, se trata por todos los medios de demostrar que no se encuentra en la plenitud de sus facultades mentales; pero entonces acude a mí…

-¡Asunto fallado! –interrumpe el presidente.

Y el pobre señor fue declarado loco de remate.

El ciego Cornelio
Fue hijo de un administrativo del monasterio de El Escorial que, al quedarse ciego, debió dejar su oficio de sastre para convertirse en guía oficial del monasterio. ¿Un ciego guía? ¿Cómo era posible tal cosa? Muy sencillo. Desde pequeño y hasta los 20 años, en que comenzó a ejercer su profesión de sastre, Cornelio había deambulado por las salas, corredores y otras estancias del edificio jerónimo, de modo que llegó a saberse de memoria dónde estaba cada una de las obras de arte que allí se guardaban. De ahí que los monjes no tuvieran ningún reparo en nombrarlo guía del monumento.

Su fama fue tal que se le nombró en alguna que otra coplilla durante el siglo XIX, como esta:

En negocios de dinero
no puedo ser engañado,
pues como el ciego Cornelio
veo con ojos cerrados.

Pedante
Para algunos la palabra pedante significa, por su forma, ‘el que camina a pie’, y que es una transformación italiana del cultismo ‘pedagodo’, sugerida por la función de acompañamiento del niño que realizaba el educador.

Covarrubias, en su ‘Tesoro’, escribe que pedante es el maestro que enseña a los niños la Gramática por las casas, y añade que está tomado del italiano.

El ‘Diccionario de Autoridades’ añade que se llama también pedante al que se precia de sabio ‘no teniendo más que unas cortas noticias de latín’.

Para el actual ‘Diccionario’ de la Academia pedante es aquella persona que, por ridículo engreimiento, se complace en hacer inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no en realidad.

Cervantes, en el prólogo de ‘El Quijote’, escribe: “… y cuando no lo hayan sido, y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís, porque ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribieren”.

Seguro que los lectores conocen casos de pedanterías más o menos necias. Sin embargo, algo más de ilustración al respecto nunca viene mal.

Leopoldo Cánovas recoge en su divertida obra ‘Las 1.000 mejores anécdotas humorísticas’, lo siguiente: “Se hizo célebre, a finales del siglo pasado, en Cuenca, doña Catalina de Mota, dama sabia entre los necios, que de puro fina se deshilachaba. Entre otras cosas, decía: -Doméstica, abre esos pinos, corre esos linos, para que entren los céfiros matutinos.

Y Cánovas añade que para ajustar, por ejemplo, una carga de leña se valía de los siguientes rodeos: -Rústico del campo; ¿en cuánto aprecias esos descompuestos palos con que agobias a ese escuálido jumento? Pero advierte que será de tu gravamen, si entre nos hay avenencia, subirlos al cacumen de este elevado edificio.

Una vez que doña Catalina había cenado lentejas y sufrido una indigestión, continúa Leopoldo Cánovas, preguntada por su dolencia y la causa de la misma, respondió: -Condimenté unas atrevidillas, las coloqué en el crisol, sus efluvios subieron a la media naranja y dieron con mi humanidad en tierra; pero acudí a la bomba acuática y a beneficio de sus inyecciones volvió mi salud a su estado prístino.

Por su parte, Lucas Gracián Dantisco dice que hubo en Alcalá de Henares, allá por el siglo XVI, un doctor que, mientras estaba mirando un mapamundi, se le acercó el ama y le dijo:

-Ay, señor, ¿y qué es esto tan redondo?

-Hermana –respondió él–, sábete que éste es el orbe, que quiere decir planisferio, mapamundi o globo. ¿No entiendes por ninguno de éstos? Pues sábete que es todo el mundo.

-Pues, señor –preguntó ella llena de curiosidad y muy asustada por haber visto todo el mundo -Meco, mi lugar, ¿a dónde está?

-Aquí lo verás inclusivé –respondió el doctor–; y si no, cátale aquí intensivé, que extensivé no puede ser y, en fin, le has de ver virtualíter, ya que no lo veas formalíter.

Así, al menos, lo cuenta Gracián Dantisco, que también recoge el retorcido estilo de otro que, para escribir “no me puedo alargar porque me falta tinta”, puso: “Ceso porque ya el cornerino vaso no suministra el etiópico licor al ansarino cálamo”. O el caso de un español, conocido suyo, que habiendo vivido en Flandes y envejecido allí, no hablaba bien ni el castellano ni el latín ni el griego ni el francés, y así, entre las muchas cosas que decía entremezcladas, recuerda el caso que le sucedió un día cuando por decir “no veis la gente de guerra cómo viene a sentar su real entre las matas de los escobares” dijo: “Hola, hola, ¿no veis los armígeros y catafratros cómo se vienen a castramentar entre las miricas?”.

En su obra ‘De Pascuas a Ramos’ (Pamplona, 1946) José María Iribarren cuenta que hace muchos años, cuando no había seguros contra el pedrisco, un pueblo de la cuenca de Pamplona vio destrozadas sus cosechas por una granizada. El Ayuntamiento acordó requerir el auxilio económico de la Diputación, y el secretario, que era un viejo redicho muy amigo de emplear fórmulas rabulescas, redactó la solicitud en estos términos: “Cuando los labradores de esta villa sonreían gozosos ante las perspectivas de una cosecha pródiga y abundante, Dios Nuestro Señor permitió que en la aciaga tarde del 25 descargara una tronada de granizo, tan terrible y maléfica, que en cuestión de pocos minutos destrozó las cosechas y frutos  del término, sumiendo a este humilde y laborioso vecindario en la más espantosa desolación. El susodicho Dios y la susodicha tronada han creado una situación tan crítica que nos vemos precisados en recurrir a V.E.”.

Y a modo de conclusión recordaré aquellas palabras del madrileño Enrique García, que, en su trabajo ‘Pedantes, más que pedantes’, escribió: “Hay legión de personajillos con pose ‘poética’ repitiendo sin cesar su jerigonza, considerándose por eso más sabios y más poetas” y que concluye con “magistrales versos de Lope de Vega”, que dicen:

O sabe naturaleza
más que supo en este tiempo,
o tantos que nacen sabios
es porque lo dicen ellos.

Nuestro rey Baltasar… Carlos
Cuenta don José Deleito (‘El rey se divierte’, páginas 54-55) que después de tantos hijos reales malogrados del matrimonio entre Felipe IV e Isabel de Borbón (les nacieron ocho vástagos, de los cuales solo la infanta María Teresa, que se casó con Luis XIV de Francia, sobrevivió a sus progenitores) iban desapareciendo las esperanzas de concebir un sucesor al trono; hasta que, tras nueve años de aguardar en balde un varón, el 17 de octubre de 1629 les nació uno, que sería llamado Baltasar Carlos.

Deleito añade que “fue cosa desusada dar al heredero el nombre de Baltasar”, que no había llevado hasta entonces “ningún rey cristiano”. La explicación de tal anomalía la recoge Felipe Benicio Navarro (‘Bautizos reales de la dinastía austríaca en España’. Revista de España, 1880, t. 75, 387) y es como sigue: “Siendo camarera mayor de la reina la duquesa de Gandía, le había dicho [a la reina] que, para que Nuestro Señor le hiciese merced de darle hijo varón, ofreciese ponerle por nombre el de uno de los tres Santos Reyes Magos que adoraron a Nuestro Señor”.

Siguiendo tal recomendación sortearon entre los nombres de los tres Magos y salió el de Baltasar.

Guiri
Según nuestro Diccionario de la Academias, ‘guiri’ es el nombre con que durante las guerras civiles del siglo XIX designaban los carlistas a los partidarios de la reina Cristina, y después a todos los liberales, y en especial a los soldados del Gobierno. Vulgarmente se emplea hoy para designar a un número de la Guardia Civil.

Pérez Galdós, en su obra ‘Zumalacárregui’ de los ‘Episodios Nacionales’ (Madrid, 1924, página 49) escribe que la palabra ‘guiri’ procede de la Guardia Real, unidad del ejército cristino, a cuyos componentes derrotó Zumalacárregui en la batalla de Alsasua. Vestían estas tropas casaca azul, correaje blanco en cruz y unas gorras de pelo o morriones con la chapa G.R.I.: Guardia Real Infantería.

También hay quien dice que lo de ‘guiri’ se aplicaba también a los soldados franceses que vinieron a España durante la Guerra de la Independencia, aunque no consta que llevaran letra alguna en sus gorras.

En la cómica zarzuela ‘El arca de Noé’, con letra de Enrique Prieto y Andrés Ruesca y música de Federico Chueca, obra estrenada en el teatro madrileño de La Zarzuela en 1890, uno de los personajes canta, aludiendo a los guardias:

Y si alguna vez los ‘guiris’
trabajando me pillasen
y los ‘dátiles’ me echasen,
que es una casualidad…

(Como sabemos, los dedos coloquialmente se llaman también dátiles).

Academia
Entre otras acepciones, ‘academia’ tiene las de sociedad científica, literaria o artística establecida con autoridad pública, o junta o certamen a que concurren algunos aficionados a las letras, artes o ciencias.

Academia procede del griego ‘akadémeia’, como referencia a la casa con jardín cerca de Atenas, junto al gimnasio de Academos, héroe ateniense que ayudó a Cástor y Pólux a librar a Helena, hermana de estos, del poder de Teseo, donde enseñaron Platón y otros filósofos hasta el año 529, fecha en que fue clausurada por el emperador Justiniano, principalmente por razones religiosas.

Derivada de la célebre escuela platónica (puede leerse en la ‘Gran Enciclopedia Salvat Universal’) la voz ‘academia’ se generalizó a partir del Renacimiento para designar asociaciones de profesionales y eruditos dedicadas al fomento de cualquiera de las ramas del saber humano. Un propósito común de las academias literarias ha sido desde entonces proporcionar ciertas reglas al lenguaje y velar por su pureza: “secundariamente, ha supuesto una tentativa de inmortalizar a los grandes escritores, aunque los logros de tal objetivo hayan sido parciales e históricamente discutibles”.

Durante la Edad Media, los árabes establecieron en Córdoba y Granada instituciones llamadas aljamas, muy parecidas a las modernas academias, y de igual índole fue la fundada por Carlomagno en su propio palacio a instancias de su maestro Alcuino. Para el fomento de la poesía se formaron sociedades como la de Bellas Artes de Florencia, establecida por Latini en 1270; la de Palermo, por Federico II en 1300; o la de los Juegos Florales de Toulouse, en 1323.

Las Academias renacentistas (continúa diciendo Salvat) tienen su origen en Italia. En 1459 Cosme de Médicis fundó la Accademia Platonica de Florencia, entre cuyos miembros figuraron A. Poliziano y Maquiavelo. Estaba destinada conjuntamente a la enseñanza de la filosofía de Platón, al estudio de las obras de Dante y a la depuración de la lengua latina. Fue disuelta en 1521.

En el siglo XVI se incrementó considerablemente el número de academias italianas. La más célebre sociedad erudita es la denominada Accademia della Crusca, fundada en Florencia en 1582 con el principal objetivo de componer un Vocabulario (1612) que consiguió estabilizar el italiano literario sobre la base del habla toscana, y publicar una antología de poetas italianos antiguos. En 1442, Alfonso V de Aragón había fundado en Nápoles la Academia alfonsina. La Academia secretorum naturale, creada en la misma ciudad en 1560 para el fomento de las ciencias naturales, fue la primera de índole puramente científica, pero tuvo que disolverse, perseguida por la Inquisición romana. Igual suerte corrieron la Academia dei Lincei en Roma (1603), a la que perteneció Galileo, si bien esta renació después y aún hoy subsiste; y la Academia del Cimento en Florencia (1657).

A imitación de las italianas, la moda de las academias se difundió por Europa desde finales del siglo XVI. Proliferaron en España, especialmente en la capital, donde contribuyeron al auge cultural y literario de aquellos años.

Las principales Academias españolas fueron las siguientes:

  • La Academia Imitatoria (1586), que fue la primera agrupación madrileña de este tipo que se conoce y a la que perteneció posiblemente Lupercio Leonardo Argensola
  • la Academia de los Humildes de Villamante (1592)
  • la Academia del conde de Saldaña (principios del siglo XVII), en la que intervino Cervantes
  • la Academia Salvaje (1612-1614)
  • la Academia Peregrina (hacia 1623), fundada por Medrano
  • la Academia del Buen Gusto (mediados del siglo XVIII), considerada como una importante vía de penetración del Neoclasicismo en España; su sede la tuvieron en el palacio de la condesa viuda de Lemos y a ella asistieron, adoptando nombre poéticos, los literatos más importantes del momento: Luzán ‘El Peregrino’, Montiano ‘El humilde’, Nasarre ‘El Amuso’ y Porcel ‘El Aventurero’
  • la Academia de Madrid (1607), donde Lope de Vega leyó su ‘Arte nuevo de hacer comedias’

Fuera de Madrid caben destacar la Academia de los Nocturnos (1591), de Valencia; la Academia de los Aululantes, de Zaragoza; y la Academia Pítima contra la Sociedad (1608), que admitía los textos en castellano, latín y catalán.

En Nápoles, allá por 1611, Lupercio L. de Argensola propulsó la Academia Literaria de los Ociosos, que alcanzó gran notoriedad. Aunque, como se ha dicho en alguna parte, “a veces las tales Academias eran ramplonas tertulias de pobres y vulgares desocupados, y se reunían hasta en los desvanes”.

Parece ser que las Academias españolas empezaron por ser apoteosis de santos o vírgenes, con motivo de sus fiestas particulares, pero que pronto se ampliaron a toda clase de asuntos, tanto sacros como profanos o amatorios, a veces platónicos y sutiles, a veces picarescos. Otras veces los temas tratados eran de temas fútiles, preferentemente con intención satírica. Así, se festejaba a las suegras, a los médicos matasanos, a cualquier tipo considerado ridículo o desagradable, o los defectos físicos.

Cubillo de Aragón, poeta granadino, escribió:

Si en Academia alguna te hallares,
donde, ya por costumbre recibida,
algún señor presida,
obedece el asunto, y no repares
en que sátira sea;
que, como se usa allí de impersonales,
ya pintando una vieja, ya una fea,
un miserable, un calvo, un antojado,
u en esta acción lucida
no se tira a ventana conocida,
pues, sin que tu pluma desmerezca,
decir cuanto al ingenio se le ofrezca.

Manifestación de “esa satírica ingeniosidad, en que estribaba parte de la atracción de aquellos concursos” (José Deleito, ‘El rey se divierte’, páginas 156-157) eran los llamados vejámenes: burlas en verso, como las demás composiciones, con que se zahería y ponía en ridículo a los poetas concursantes, señalando los defectos de su musa o los de su persona. El vejamen solía estar a cargo del secretario de la Academia. Todas las manifestaciones satíricas leídas allí debían ser mesuradas, pues en tales certámenes se aprendía “a chancear sin hiel y a punzar sin dolor”.

Pero, matiza Deleito, esto fue así en teoría, porque en la práctica las bromas llegaron frecuentemente a la bufonada y al agravio, “desatando el rencor de los que se sentían aludidos, y promoviendo choques y reyertas, con lo cual a veces el vejamen terminaba a cuchilladas”. Eso desacreditó no poco a las tales Academias, y contribuyó a hacer efímera su vida.

Las mujeres, no menos aficionadas que los hombres a los versos, asistían algunas veces a las Academias, continúa Deleito, si bien rebozadas en sus mantos, “por la moruna costumbre de no mostrar públicamente su rostro ante los varones”. Algunas incluso escribieron poesías, que enviaban a los certámenes. Y hasta hubo señoras aristocráticas que fundaron en Zaragoza una Academia de su invención, alternando allí con los vates masculinos.

Los tales concursos literarios se celebraban en los más diversos lugares: en la Cámara regia, en el Paraninfo de la Universidad, en conventos, o tanto en salones de prelados como de magnates. E igual que en Madrid, sucedió en otras poblaciones españolas, aunque fuesen de poca importancia, como Badajoz, Antequera y Écija, o incluso en localidades aun menores, como el Campo de Criptana, donde en 1644 organizaron una Academia el conde de Salinas y el duque de Híjar. Y lo mismo en la península que en todo el Imperio hispánico. Apogeo que coincide con el reinado de Felipe III.

Luis Fernández Guerra (‘Don Juan Ruiz de Alarcón’, páginas 28-29, cit. por Deleito, página 159) escribió que “no hubo ni función religiosa, ni fiesta o regocijo público, ni victoria o descalabro en nuestras armas, ni bautizo, boda o entierro de adinerado señor: que no se solemnizase con una Academia poética. Eran verdadero mercado de ingenios unas veces; otras, lonja de pretendientes más o menos embozados, y no pocas, rendida corte de aduladores y lisonjeros”.

De modo que, como aclara certeramente Deleito, aquellas reuniones literarias pasaron de tertulia íntima y casera a festejo público, que acompañaba a todas las solemnidades destacadas para la Iglesia, la Patria, la Monarquía o cualquiera de las instituciones.

Pero los tiempos de Felipe IV fueron menos propicios para las Academias. Habían comenzado a declinar, por haberse prodigado en exceso. A ello debieron añadirse los “trastornos y desdichas” (son palabras del Sr. Deleito) “que cayeron sobre España desde 1640 (guerras, fracasos políticos y empobrecimiento del país), el desánimo general que acompañó a los males públicos, el gradual eclipse de ingenios y mecenas que a las Academias habían sostenido, fueron haciendo decaer a éstas”, hasta desaparecer al fin. Aunque renacerían en el siglo XVIII, con distinto carácter.

Todas estas academias habían sido asociaciones particulares, sin ninguna relación con el Estado, subvencionadas generalmente por nobles o príncipes, que actuaban como mecenas de las artes y las letras. Aunque en Francia se convirtieran (como puede leerse en el ‘Diccionario Salvat’) “en potentes instituciones oficiales, en su mayoría creadas bajo la orientación centralizadora del cardenal Richelieu”.

La monarquía borbónica española, a semejanza de las francesas, estimuló la fundación de academias, tales como la Real Academia Española (1713), la Reala Academia de la Historia (1735) y la Real Academia de Buenas Letras, de Barcelona, y otras semejantes en ciudades como Granada, Sevilla, Valencia, Zaragoza y otras capitales de provincia, a algunas de las cuales he hecho referencia con anterioridad.

Humoradas populares (I)
Papelitos que llegaron a mis manos a través de unos amigos, que a su vez los habían recibidos de otros, y estos de otros…

Nota necrológica:

ROGAD A DIOS POR EL ALMA
DE DON AUMENTO
que falleció en la España democrática de una congelación de salarios.
R.I.P.

Su desconsolada esposa, doña Modesta Paga; sus hijos, doña Deuda, don Anticipo, doña Vergüenza, ausente; sus hijos políticos doña Esperanza Frustrada, doña Facilidades de Pago, don Préstamo (que tomó y olvidó), doña Necesidades, todos los primos, empleados y productores, y demás familia, ruegan a sus parientes y amigos asistan a la conducción del cadáver desde la casa mortuoria (Palacio de la Moncloa) al cementerio de la Esperanza (Convenio Colectivo), que tendrá lugar a la hora de costumbre.

Horóscopo
Aries. Si ha nacido en el mes de abril, se verá obligado a pagar unas copas por el día de su cumpleaños. No se escaquee.

Tauro. Sus asuntos mejorarán, amigo Tauro; entre otras cosas porque ya no pueden estar peor. Mejor día de la semana para no levantarse de la cama: El lunes.

Géminis. Sus relaciones con la pareja no serán del todo buenas. Le meterán 400 euros de multa por exceso de velocidad. El mejor día de la semana: el sábado (por la noche).

Cáncer. Su situación familiar es tan mala, amigo Cáncer, que incluso corre el riesgo de quedar embarazado. Viajes: Momento adecuado para proyectar una peregrinación a Lourdes.

Leo. Suerte: No eche a las quinielas, es inútil. Dinero: Si a pesar de todo le tota un pleno al quince, reparta los millones con algún amigo que le aconseje desinteresadamente (admito tarjetas de crédito).

Virgo. Si es Virgo, este es el momento propio para dejar de serlo. Anímese.

Libra. La libra se ha cotizado hoy en el mercado de divisas experimentando una sensible alza.

Escorpio. Está en un importante período de su vida en el que el dinero caerá en sus manos a raudales. Sus relaciones sentimentales marcharán viento en popa. La vida familiar estará en una situación inmejorable y en cuanto a la salud, estará usted fuerte como un roble (estos Escorpio se lo creen todo).

Sagitario. Marte y Venus estarán en conjunción ascendente mientras Plutón entra en el signo de Libra por la cuadratura que recibe de la órbita de Mercurio, y la Luna Nueva entra en 4º de Virgo. A pesar de lo cual, es de esperar que todo siga yendo igual de mal a los Sagitario.

Capricornio. Salud: Podrá usted padecer alguna dolencia física, o podrá no tenerla. Incluso puede que no sea ni una cosa ni otra, sino todo lo contrario.

Acuario. Dinero: Los astros están de su parte. Semana propicia para evadir unos cuantos milloncetes a Suiza. Salud: No se someta a fuertes impresiones que pueden ser motivo de infarto. Apague su televisión a la hora de los telediarios.

Piscis. La posición de Venus hace de esta una semana propicia para levantarse la tapa de los sesos. Mejor día: ninguno.

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