Siempre habrá en nuestra memoria algún recuerdo del pasado que nos llene los ojos de lágrimas.
Levantarse con el pie derecho
Como es sabido, la tradición afirma que para que todo salga bien en el día hay que levantarse con el pie derecho, porque desde la tradición bíblica hasta los romanos la izquierda fue sinónimo de mala suerte.
Se piensa que esta costumbre supersticiosa tuvo su origen en los pescadores, pues hasta el siglo XIX ninguno que estuviera en su sano juicio subía al barco por la parte de babor (costado izquierdo de la embarcación mirando de popa a proa) aunque le fuera más incómodo hacerlo por estribor, la parte derecha. ¿Por qué? Porque en esa época era impensable ir en contra de la tradición, creencia muy extendida que afirmaba que cualquier cosa zurda (izquierda) era antinatural; una idea que tal vez fue alentada por la tradición bíblica y cristiana, que afirmaba que la derecha es el camino del Paraíso, teniendo así la creencia de estar sentado a la derecha de Dios, entre sus elegidos. Por el contrario, la izquierda representaba el reverso de la moneda, pues los romanos, por ejemplo, hacían presagios observando el vuelo de las aves, de modo que aquellas que volaban hacia el lado izquierdo las consideran portadoras de malos agüeros, de malos presagios. De hecho, en latín, izquierda se dice ‘sinister’, que dio origen al adjetivo siniestro.
Por el contrario, la frase ‘entrar con el pie derecho’ es tenida como señal de buen augurio, de algo positivo en el inicio de una actividad: trabajo, relación amorosa, estudios… Su origen se remonta al entorno eclesiástico, donde se decía que los sacerdotes debían entrar al altar con el pie derecho, ya que, según el catolicismo, al Paraíso se entraba por el camino de la derecha y con dicho pie. Todo lo contrario a lo dicho antes sobre el rechazo de los zurdos y las izquierda.
Palabreando
Perigallo
Según la Real Academia perigallo es el pellejo que pende con exceso de la barba o de la garganta, y suele provenir de la mucha vejez o de una flacura suma, por lo que en castellano se quiso ver una referencia a las barbillas del gallo, y como una referencia a una persona alta y delgadas. Sin embargo, en Extremadura tiene otros significados, algunos de los cuales nada tienen que ver con los que da la Academia.
Así, en Mérida, Guareña, Feria y Madroñera perigallo (perigayo en Badajoz) sería una persona bribona, golfante, holgazana, que pasa más tiempo en la calle o en la taberna; en Oliva de la Frontera es un hombre de poca vergüenza, que en sus acciones carece de orden y respeto; en Albalá, Almoharín y Montánchez es un ignorante, holgazán…; y en Badajoz capital, Fuente del Maestre, Campanario y Cabeza del Buey se usaba perigalla como eufemismo de ramera o prostituta; en Alcuéscar se atribuía a la mujer callejera, que tiene también otros términos insultantes, como ‘pingo’, ‘pingajo’, ‘pindonga’, ‘pendón’ y ‘pendejo’, discriminatorio sentido que Luis Chamizo le atribuye en ‘Las Brujas’, poema de ambiente dramático extremeño que se estrenó por vez primera en el teatro Cervantes de Sevilla, donde Genoveva reprende duramente a la joven Andrea porque estaba esperando un hijo de Agustín, su novio, al que acababan de matar en la guerra:
¡Vaite, mala pécora;
que eres la deshonra de la casta. Vaite;
llévate pa siempre tu dolor a cuestas!
¡Asina nos pagas tó lo que jicimos
cuando de tu madre te queastes huérfana!
Por último, Camilo J. Cela recoge ‘perigallo’ en su Diccionario secreto con el significado de pija, pene, ya que la pija puede parecer en ocasiones un perigallo.
Furriona
Se trata de un sustantivo femenino coloquial que tiene el significado de fiesta, banquete, celebración, juerga, jarana, gresca o algazara, especialmente tenida como reunión bulliciosa de muchas personas, habitualmente en torno a una comida.
En algunos pueblos de Salamanca, al igual que en Peraleda de la Mata, se usa tanto la forma furriona como furriola. Por La Rioja se usa la forma furriola con el sentido de juerga nocturna principalmente. La forma furriona se recoge por localidades de todo Cáceres y las Vegas del Guadiana, en Badajoz, así como en la comarca toledana de La Jara. Por tanto, debe de haber sido palabra extendida en el castellano antiguo, que algunos estudiosos relacionan con el árabe ‘farhe’ (alegría, fiesta), y que a través del portugués ‘farra’ salió furriona y la expresión ‘irse de farra’. Y también ‘irse de jarana’.
Otro sustantivo coloquial, este de origen incierto, relacionado con diversión, juerga, guasa o fiesta es ‘jiguerola’, que podría ser un diminutivo medieval de figuera, figuerola o figueruela.
Tragaldabas
Se trata de un sustantivo que, según la Real Academia, hace referencia a una persona muy tragona, “la que no deja ni una miga en el plato”, sinónimo de tragón, glotón, comilón o zampón. Su origen etimológico proviene de tragar (comer mucho) y aldaba, pieza de hierro u otro metal que se ponía en las puertas de las casas para llamar golpeando con ellas.
Las primeras menciones como persona tragona aparecen ya en el Siglo de Oro (siglos XVI-XVII) debido, como alguien escribió, a la agudeza de los literatos, que la idearon con la clara intención de hacer referencia a voraz hambre que tenía alguien, tanta que ‘se comería hasta las puertas’, teniendo en cuenta que las aldabas eran de hierro y normalmente grandes.
El lirón
Se canta en Ahigal durante los carnavales:
Ya no tiene mi abuela
más que un colmillo,
donde cuelga mi abuelo
los campanillos.
A mí me gusta el lirón,
el lirón, el lirón.
Ya no tiene mi abuela
más que una muela,
para partir las nueces
en Nochebuena.
A mí me gusta el lirón
…
Ya no tiene mi abuelo
más que una muela,
donde cuelga mi abuela
las castañuelas.
A mí me gusta el lirón
…
Ya no tiene mi abuela
más que un colmillo
para meterle miedo
a los chiquillos.
A mí me gusta el lirón
…
Ha salido el lirón
con su pantalón,
su tía Susana,
su abuela, su hermana
en busca el lirón.
Parafraseando
Arroz a la cubana
Cualquier cocinilla aficionado sabe que el arroz a la cubana es un plato de arroz blanco, huevo frito con salsa de tomate y plátano frito, originario de la cocina española y no cubana, y muy típico de las Islas Canarias. Aunque también hay quien le echa aguacate y algo de carne: salchichas, cinta de lomo, picadillo de carne…
Es posible que el origen del plato fuera una variante de arroz procedente de la cocina caribeña (por ejemplo, de la práctica cubana de mojar el arroz blanco con la salsa de los guisos, generalmente elaborados con salsa de tomate especiada) que se modificó al establecerse en la Península.
Aunque por algunos autores no se descarta que naciera de algún plato de arroz cubano al que se le comenzara a añadía huevo durante el período de dominio español de aquellas tierras americanas, con la Capitanía General de Cuba formando parte del virreinato de Nueva España hasta 1821. Y el nombre posiblemente vino a España cuando en 1989 Cuba consiguió su independencia, motivo por el cual muchos españoles volvieron a la Península trayéndose con ellos la receta del guiso.
Así pues, el famoso plato que conocemos como arroz a la cubana no es un plato típico cubano, sino plenamente español, pues los mismos cubanos que visitan España se sorprenden al ver el nombre de este plato, ya que ellos no lo identifican como propio.
Comer de gañote
El sustantivo gañote procede del antiguo ‘gañón’ (cañón<caña, interior de la garganta, tráquea). De ahí surgió la locución adverbial popular ‘ir de gañote’, que quiere decir ir como invitado a comer o beber, ya que en esa situación no se necesita llevar ni comida, ni bebida, ni dinero, solo la garganta, el gañote, para tragar y disfrutar gratis de algo, a veces hasta con cierto abuso.
De ahí que en algunas zonas extremeñas se llame ‘gañote’ o ‘gañotero’ a la persona aprovechada, que come y bebe a costa de los demás; es decir, que gañotea. Y de modo más restringido y particular, en la localidad badajocense de Oliva de la Frontera, a la persona que se invitaba a sí misma y entraba en un convite, bautizo, boda, etc. haciéndose el distraído por no haber sido invitado, se la conocía como ‘golondro’; y entrar o colarse ‘de golondo’ a quien eso hacía. El calificativo, según parece, deriva de golondrina, ave que no tiene respeto a nadie, pues penetra donde ve un hueco, hace su nido y allí cría sus polluelos.
En Piornal llamaban ‘lamparo’ a la persona poco escrupulosa que no pagaba en ninguna parte.
Otra locución adverbial coloquial es ‘refrescar el gañote’, que no tiene que ver con lo antedicho, pues significa ingerir bebidas alcohólicas. Aunque eso no quiere decir que no sea por cuenta ajena.
Por otra parte, existe la expresión ‘comer de gorra’, que al parecer tuvo su origen en la Salamanca de los siglos XVI y XVII entre los estudiantes con pocos medios para sobrevivir, aunque no tuvieran reparos en el modo de conseguir comida. Los estudiantes de aquella época no llevaban sombrero, sino gorra, y un modo de alimentarse era intentar colarse en los banquetes o celebraciones que ocurrían en la ciudad, aunque no hubieran sido invitados. Para ser recibidos en tales celebraciones usaban de carantoñas y empalagosas zalamerías acompañadas de aparatosos saludos con la gorra en la mano. Y aunque parezca sorprendente, tales aspavientos y reverencias eran como el billete de entrada gratuita a tales eventos, con comida y bebida gratis.
‘De gorra’ es una expresión derivada de ‘gorrón’, que según la Real Academia de la Lengua significa “que tiene por hábito comer, vivir, regalarse o divertirse a costa ajena”.
Hacerse el longui
‘Longui’ o ‘longuis’ es un vocablo de etimología incierta, aunque se cree procedente del latín ‘longi’s o ‘longus’ (largo) que derivó en ‘longuiso’, para convertirse más adelante en el actual ‘longuis’, en referencia a las personas temerosas que escapan de una obligación o una responsabilidad escondiéndose en algún lugar lejano o apartado. De ahí surgió la expresión coloquial ‘hacerse el longuiso’, y más tarde hacerse ‘el longui’ o ‘el longuis’, hacerse el distraído, fingir desconocimiento para no verse inmerso en un compromiso.
Sin embargo, según recoge Etimologías-WordPress.com, la expresión nació en Madrid en la década de 1920 y se relaciona con el historiador italiano Roberto Longhi, que en 1924, tras contraer matrimonio con Anna Banti, viajó a Madrid en su viaje de bodas. Durante su viaje aprovechó para conocer otros estudiosos y para fortalecer los lazos entre las universidades de ambos países. Parece ser que Longhi, de familia humilde y por aquel entonces solo un profesor más de la universidad, había invertido casi todos sus ahorros en el viaje, por lo que trató de ahorrar el máximo posible en el alojamiento y en la comida. Tanto es así que los profesores con los que se reunía empezaron a sospechar que sus constantes invitaciones para organizar comidas y preparar proyectos no eran sino una excusa para comer o cenar gratis, pues cuando llegaba la cuenta Longhi sacaba su cuaderno de apuntes y se ponía a escribir todas las cosas de las que se había hablado durante la comida, pidiendo que no le molestasen por temor a olvidarse de algo. Los profesores españoles notaron enseguida este truco de Longhi, pero movidos por la simpatía y la ternura que les inspiraba decidieron no decirle nada y ayudarle en su momento de dificultad económica. Esta simpatía no fue en cambio impedimento para que el asunto se propagara entre los estudiantes madrileños, que em-pezaron a utilizar la expresión ‘hacerse el longui’ (Longhi se pronuncia exactamente longui) para referirse a quien se hace el despistado.
En algunas localidades de la comarca badajocense de Sierra Suroeste, como Oliva de la Frontera, ‘hacerse el longui’ es hacerse el sueco, el distraído.
Señorita del pan pringao
Esta expresión hace referencia a quien tiene una actitud arrogante y prepotente, pero que en la práctica no tiene nada que ofrecer. Se dice despectivamente de los que alardean de cultura y refinamiento, pero que a las primeras de cambio manifiestan su incultura y bastos modales; por eso los antiguos decían: “La señorita del pan pringao, que acabó metiendo la mano en el guisao”. Se aplica, por tanto, a todas las personas que quieren aparentar más de lo que son o tienen.
El pan al que hace referencia el dicho era un pan dulce que, aunque pudiera ser sabroso, no se tenía como un alimento especialmente valioso.
Salir por la puerta grande
Aunque muchos siguen pensando que esta frase tiene un origen taurino, relacionado con el torero que, tras realizar una buena faena, salía por la puerta grande de la plaza a hombros de los aficionados, no puede estar más lejos de la realidad. Al igual que ‘estar en capilla’, en relación que los toreros que pasan por la capilla de la plaza para rezar brevemente antes de salir a hacer el paseíllo, es una expresión para indicar que se está a la espera de efectuar algo importante (en el caso del torero) o de conocer el resultado, igualmente importante, si se relaciona con el mundo estudiantil.
Esta expresión, utilizaba en España y gran parte de Iberoamérica, se originó en los ambientes estudiantiles de la Universidad de Salamanca en el siglo XV. Los estudiantes que debían defender su tesis para doctorarse tenían que permanecer encerrados durante un día entero en la capilla de Santa Bárbara totalmente aislados, ya que incluso la comida les era pasada por una pequeña ventana. Y, una vez aprobado el último examen, salían graduados por la puerta grande de la Catedral salmantina después de haber estado toda la noche en capilla.
Por el contrario, aquellos estudiantes que no aprobaban el examen salían por la puerta de los carros, para evitar enfrentarse al público que esperaban en la puerta de la Catedral.
Guardar un silencio religioso
Era una fórmula sacramental que antes de ofrecer un sacrificio a los dioses pronunciaban los sacerdotes de la gentilidad, griegos y romanos. En ‘Los acarnienses’, de Aristófanes, se lee:
Diceápolis. -(Saliendo con una procesión). Guardad, guardad el silencio religioso.
Coro. -¿Habéis oído? Se nos pide que guardemos el silencio religioso.