Que los pequeños recuerdos de tu memoria te llenen el alma
Miedo a las sombras
La nictofobia, o fobia a la oscuridad, está producida por algo desconocido que no podemos ver, pero que conjeturamos que está junto a nosotros, hasta el punto de bloquear nuestra capacidad de reacción, impidiéndonos pedir ayuda.
Este miedo es una reacción natural de la evolución del ser humano, pues se encuentra en desventaja ante los depredadores nocturnos ya que pierde capacidad visual por falta de luminosidad. Aunque también puede tener origen en un trauma o en alguna vivencia angustiosa promovida, por ejemplo, por un abuso, por un mal recuerdo o por una visión que la oscuridad distorsiona. Además, se perciben sonidos que se sienten como amenazas posibles: crujidos, pasos, voces, puertas que se cierran o se abren…
Antiguamente la gente crédula buscaba en las sombras que proyectaban los troncos que ardían en la chimenea la imagen de una silueta humana sin cabeza. Esto significaba que la persona que la proyectaba moriría antes de Navidad. Además, existía la creencia de que, si el espíritu o la sombra de alguien que hubiera muerto por la noche cruzaba por un río o un lago y no pudiera llegar a la otra vida, la sombra volvía al cuerpo del muerto y se convertía en un muerto ambulante. De ahí nació la costumbre de algunos supersticiosos de tapar los barriles que contuvieran agua de lluvia, o el afán de ciertos pueblos por construir puentes.
Trabalenguas y adivinanzas
Tengo una cabra
ética, pelética, pelá,
pelambría, rebolá y cornúa.
Si no fuera ética,
pelética, pelá, pelambrúa,
rebolá y cornúa,
no tendría cabritos éticos,
poléticos, pelaos, pelambrúos
rebolaos y cornúos.
Guerra tenía una parra
y Parra tenía una perra;
la perra de Parra
rompió la parra de Guerra,
y Guerra aporreó a la perra
con la porra.
Si la perra de Parra
no hubiera roto la parra de Guerra
Guerra no hubiera aporreado
con la porra a la perra.
En una sala redonda,
con mucha filimisía,
el que sepa su nombre, que calle
y el que no, su nombre escriba.
Choco pasó por mi puerta,
late mi corazón;
ése que no lo adivine
es un burro pelón.
(Las soluciones de las adivinanzas, al final)
Entre amigos… y otros más
Se encuentran dos amigos al cabo de algún tiempo y uno pregunta al otro:
-¿Y qué haces, entonces, por la mañana?
-Ir a misa…
-¿A misa?
-No. A mis asuntos.
-¿Sabes que han descubierto una nueva enfermedad que han dado en llamar Otitis testicular?
-¡Pues no, no lo sabía! ¿Y de qué se trata?
-De oír lo que te sale de los coj…
En una ocasión una señora muy irritable decía a voz en grito a varios caballeros que la escuchaban:
-Desengáñense ustedes; todos los hombres son unos imbéciles.
-Perdón, señora, perdón – dijo uno de ellos –. Conozco algunos que siguen solteros.
En cierta ocasión, mientras tomaban una copa, dijo un contertulio a otro:
-Mi mujer es una persona que sabe guardar muy bien los secretos.
-¿Cómo es eso?
-Sí. Había decidido comprarse un vestido y yo no me he enterado hasta esta mañana.
Una mujer dice a una amiga que había logrado que su marido no llegase tarde a la oficina.
-Le hice comprar un automóvil.
-¿Y eso ha servido para que no llegue tarde?
-Naturalmente. Ahora tiene que madrugar para encontrar sitio donde aparcarlo.
El cliente de una taberna estaba ante el mostrador con un vaso de gaseosa en la mano.
-¿Por qué hoy no tomas una copa de coñac? Le pregunta el tabernero.
-Nunca bebo cuando salgo en automóvil.
Y después de pensar un momento, añadió:
-Solamente lo hago cuando conduce mi mujer.
Después de haber robado una cartera, un maleante napolitano examinó su contenido y descubrió la fotografía de su mujer con una tierna dedicatoria al dueño de la cartera. Inmediatamente se entregó a la Policía.
Después del funeral de su suegra de un labriego, los compañeros se le acercaron uno a uno para darle el pésame y, mientras estrechaban su mano, le susurraban al oído. El sacerdote – cuando se quedaron solos – le preguntó:
-¿Eran palabras de consuelo las que te decían al oído?
-¡Nada de eso! Me decían: “A ver si un día me prestas el burro que la mató de una coz”.
Un amigo le dice a otro mientras toman un vaso de vino en la taberna:
-La noche pasada entró un ladrón en mi casa.
-¿Y se llevó algo?
-¡Ya lo creo! La paliza que le dio mi mujer, pues supuso que era yo quien llegaba a aquellas horas.
En un bar un cliente ve una escopeta colgada de una pared y pregunta al dueño:
-¿Teme usted a los ladrones?
-No, señor. Pero muchos de mis clientes son cazadores y les presto la escopeta cuando cuentan sus hazañas. Así se ambientan mejor.
Dos jovencitas hablan de problemas sentimentales y una de ellas dice a la otra:
-Yo me he enamorado muchísimas veces; pero esta es la primera que el sentimiento tiene algo que ver en el asunto.
Tras una reyerta conyugal, la mujer exclama:
-¡Estoy segura de que cuando mueras irás derecho al infierno!
-Eso no me preocupa – dice él –. ¡Estaré como en casa!
El marido está recortando el césped del jardín mientras su mujer va detrás regando.
-¡Eso es! ¡Eso es! Y tú estimulando su crecimiento.
En una discoteca, un muchacho miraba con insistencia a una guapa muchacha que estaba apoyada en la barra del bar, preguntándose si debía invitarla a bailar.
De pronto, la muchacha se acercó a él y le preguntó:
-¿He aprobado el examen físico?
Un padre insinuaba con insistencia a su hijo la conveniencia de que se casase con una rica heredera, muchacha ya de cierta edad y poco agraciada.
-Pero padre – le contestó un día el hijo – Su pasado…
-Mira, hijo – le respondió el padre –, su pasado es intachable.
-Eso no lo discuto. Quiero decir que su pasado es demasiado largo.
El burro de Villarino
Se trata de una canción originaria de Villarino de los Aires, pueblo del oeste de la provincia de Salamanca integrado en la comarca de Vitigudino, donde se ha cantado en los carnavales desde tiempos inmemoriales, y que no debe confundirse con el Villarino leonés del municipio de Truchas, en la comarca de La Cabrera.
La primera versión conocida de esta tonadilla apareció el 24 de enero de 1890 en el número 935 (época 2ª, año VI) del diario político salmantino ‘El Adelanto’, en estos términos:
Allá vá otro cantar indígena de la Ribera: (Los Arribes del Duero)
Ya se murió el burro que acarreaba el vinagre, ya lo llevú Dios de esta vida miserable. Él era valiente, él era muino, era el mejor burro de todo Villarino. Ya estiró la pata, retorció el jocico, dijo con el rabo abur, abur Perico.
Que se completó – como letra original más tarde – de este modo:
Ya se murió el burro
que acarreaba la vinagre,
ya se lo llevó Dios,
de esta vida miserable.
Que tu ru ru ru rú,
que tu ru ru ru rú,
que tu ru ru ru rú,
que bien lo sabes tú.
Él era valiente,
él era mohíno,
él era el alivio
de todo Villarino.
Que tururururú…
No te acuerdas burro,
camino de Pereña,
tu tirabas coces
y yo te daba leña.
Que tururururú…
Ya estiró la pata,
ya arrugó el hocico,
y con el rabo tieso
decía: Adiós, Perico.
Que tururururú…
Todas las vecinas
fueron al entierro,
y la tía Joaquina
tocaba el cencerro.
Que tururururú…
Canción que fue teniendo sus variantes. Así, se dice que el burro acarreó “vinagre”; que acarreaba “el aguardiente”; que su amo se llamaba “Federico”; que el burro era de “la tía Vinagre”, que era el alivio de todos los vecinos; que fue “la tía María” la que tocaba el cencerro durante el entierro; “que tururururú, que la culpa la tienes tú”. Por cierto, que ‘turururú’ no aparece en la prensa histórica hasta 1916.
Otra versión muy diferente es la que recoge el catálogo de letras Musixmatch:
Gastaba polainas, chaqueta y chaleco
Y una camisola con puños y cuello
Que tururururú, que tururururú
Que tururururú, que tururururú
Llevaba anteojos, el pelo rizado
Y entre las orejas un lazo encarnado
Que tururururú, que tururururú
Que tururururú, que la culpa la tienes tú
Todas las vecinas fueron al entierro
Y la tía María tocaba el cencerro
Que tururururú, que tururururú
Que tururururú, que la culpa la tienes tú
Por cierto: También hay quien dice que el burrito “murió de improviso”.
Curro ‘Cúchares’
No se sabe por qué a Francisco Arjona Herrera le pusieron el sobrenombre de ‘Cúchares’. Lo que sí es cierto es que fue un líder con visión renovadora del espectáculo taurino y que tuvo una gran capacidad lidiadora.
De él se recogen muchas anécdotas. Entra ellas la que cuenta que una tarde en Sevilla el desarrollo de una faena estaba resultando nefasta, pues no conseguía rematar la faena. En medio del silencio con que el público atendía sus quehaceres taurinos, se escuchó desde uno de los tendidos:
-¡Zeñó Curro, qué tiempos aquellos!
‘Cúchares’ levantó la mirada sin comprender el significado de aquella inesperada imprecación y siguió con la faena. Las dificultades para matar al astado se repitieron varias veces, hasta que de nuevo se oyó el grito:
-¡Qué tiempos aquellos, zeñó Curro!
Cansado ‘Cúchares’ de lo que decía aquel espectador, del que no comprendía tales palabras, se dirigió a él y la preguntó:
-¡Vamos a ver, buen hombre! ¿Qué tiempos eran esos?
-¡Qué tiempos van a ser, zeñó Curro – repuso el aludido – ¡Aquellos en que comenzó uzté a matá ese toro!
Candil sin mecha, poco aprovecha
Este refrán hace referencia a lo infructuoso e inútil que resulta pretender servirse de algo que ha perdido una parte significativa o esencial, como sería el caso del candil que careciese de mecha o aceite.
Como reconoce el sentir popular:
Candil, candileja,
si no te hecho aceite,
a oscuras me dejas.
Cuando pitos, flautas; cuando flautas, pitos
Este dicho, tomado del poema ‘Da bienes Fortuna’, del poeta y dramaturgo cordobés Luis de Góngora, hace referencia a la visión que su autor tiene de la vida, porque con frecuencia nos percatamos del énfasis comunicacional o de tratamiento que se da a ciertos asuntos de poca importancia, mientras que otros asuntos de gravedad o relevancia son omitidos u ocultados por conveniencia personal o económica. O, dicho de otro modo, es alusivo al desigual reparto de justicia que se produce con frecuencia.
He aquí un fragmento del poema:
Da bienes Fortuna
que no están escritos:
cuando pitos, flautas,
cuando flautas, pitos.
¡Cuán diversas sendas
se suelen seguir
en el repartir
honras y haciendas!
A unos da encomiendas,
a otros Sambenitos.
Cuando pitos, flautas,
Cuando flautas, pitos.
Alentando los efluvios del amigo Baco. Intelectuales de taberna
“Hay monjes que no se hacen al hábito”. “¡Pues que lo empeñen!”, opinó su compañero de mesa.
“El tío que acaba de entrar tiene tanto morro que como un día se lo pise, termina en la UVI”. Y todos rieron por lo bajini.
“¡No hay amor más sincero que el que proporciona un cuarto de buen vino!”. Y todos dieron un ósculo de amor a sus vasos respectivos.
“No bebas a morro, Pepe, que te brota la baba tonta de chiquillo”.
Aquella tarde, uno de mis vecinos de barra, que se las deba de filósofo, dijo: “Cuando al bueno de Adán se le cayó la hoja de donde ustedes saben, el paraíso cambió”. Y alguien le replicó: “No medites, no medites tanto, que te van a crecer las orejas”.
(Soluciones a las adivinanzas: Criba/Chocolate)