¡Ojo con los policías del pasado, no vayan a publicar nuestras oscuras intenciones!
Humoradas de antaño
En una ciudad española cualquiera está celebrándose un concurso para ver qué matrimonio europeo tiene más hijos. Van pasando frente al jurado aquellos maridos que desean optar al premio, consistente en un crucero por las Islas Griegas.
Primero pasa un francés, que acredita tener siete hijos; luego, un belga, con nueve; un alemán con 12; un ruso, con 24; y así otros candidatos, hasta llegar al candidato español.
-Y bien… ¿Y usted dice que tiene más de 60 hijos, entre chicos y chicas?
-Exacto y cada uno con su nombre y reconocido.
-Ha dicho que se llama Curro, y que es de la gaditana Línea de la Concepción, ¿cierto?
-Exacto, exacto, cierto.
-Pero seguro que no le conocen como Curro. Supongo que tendrá un mote, un apodo, como es corriente por Andalucía, ¿no?
-Correcto, correcto. A mí me conocen como ‘El preñon de Gibrartá’.
Durante la guerra que sostuvieron Corea del Norte y Corea del Sur entre 1950 y 1953 iban por la selva tres soldados coreanos cuando una voz les dio el alto.
-¡Alto! ¿Quién va?
-Coleanos – respondieron.
-¿Del Nolte o del Sul?
-Del Nolte.
Una potente ráfaga de ametralladora rompió el silencio y uno de los coreanos cayó muerto. Los otros dos – temerosos y precavidos – siguieron el camino agazapados hasta que otra voz surgió de entre la espesura.
-¡Alto! ¿Quién va?
-Coleanos.
-¿Del Nolte o del Sul?
Dada la experiencia anterior, gritaron:
-¡¡Del Sull!!
Una nueva ráfaga cortó el tenso silencio y un segundo coreano cayó muerto. El coreano superviviente no sabía qué hacer: si volverse, si girar a la derecha o a la izquierda, si continuar… Cuando la misma voz se dejó oír en medio de la tupida selva.
-¡Alto! ¿Quién va?
-Coleanito. – respondió el superviviente con una voz que casi no le salía del cuerpo.
-Del Nolte o del Sul – insistió la misteriosa voz.
A lo que el otro respondió:
-¡¡Mielda!! ¡Dilo tú plimelo!
Un francés y un lepero trabajaban en una oficina en la ciudad francesa de Lyon. Una tarde, durante un momento de relax, el francés dijo al español en un castellano algo chungo: -Mi querer ir vacaciones tu pueblo porque desir tú que tener playa bonita y mozas hermozotas. Y yo querer aprender pigopo bueno para decir a moza jamona.
-¡Eso está chupao, tío! – respondió el lepero –. A la gachí que te levante el moño le dises “que viva la mare que te parió” y queas de lujo, tío.
A partir de aquel día, y durante todo el trayecto hasta La Antilla, el gabacho no dejaba de repetirse: ¡Viva la mare que te parió! ¡Viva la mare que te parió” ¡Viva la…
Ya en La Antilla e instalado en su hotel decidió tomar el sol para tostar algo su blancuzca piel. Y se tumbó durante horas, uno y otro día, hasta ponerse más colorao que la caperuza de Caperucita.
Una tarde que paseaba por la Avenida de Castilla vio venir hacia él una preciosidad de mujer que le robó el sentío por unos momentos. Y, ni corto ni perezoso, decidió soltarle el piropo. Se lanzó hacia ella con pasión y en el mismo instante en que iba a decirle el requiebro se trabucó y dijo a la chica:
-¡A ti te parió una madre!
Ella se volvió, miró al fulano y le espetó con sorna: -¡Y a ti una gamba, casso mierda!
Pin, pin, Zarramacatín
Se trata de un sencillo juego tradicional también ejecutado antaño en algunas partes de Extremadura, que, a la vez que servía como divertimento, favorecía el desarrollo psicomotriz y social del niño. Los participantes extendían sobre una mesa sus dos manos con las palmas hacia abajo y los dedos estirados. El ejecutor del juego, normalmente un adulto, padre o abuelo, comenzaba tocando con su dedo índice los dedos del chico empezando por uno de los dedos meñiques, mientras iba diciendo:
Pin, pin, pin
zarramacatín,
tu madre la coneja,
parió una sabandija,
sabandija real,
pide p’a la sal,
sal menuda,
pide p’a la cuba,
cuba de barro,
pide p’al caballo,
caballo morisco,
pide p’al obispo,
obispo de Roma,
tapa esa corona
que no te la vea
la cuca rabona.
Y otra versión de las muchas existentes en la Península:
Pin, pin,
por aquí pasó Martín
vendiendo huevos,
madre, qué comeremos,
ensaladilla del real,
pide p’a la sal,
sal menuda,
pide p’a la cuba,
cuba de palo,
pide p’al caballo,
caballo bonito,
pide p’al obispo.
obispo de Roma,
¡escóndete la mano
que viene la rata chillona!
El dedo donde ha finalizado la canción se dobla por la falange central en ademán de esconderlo y queda eliminado el chico. Y el juego vuelve a reiniciarse con otro jugador, hasta que quede un solo niño que será el ganador y que, en caso de que el director sea un muchacho, será quien dirija el siguiente juego.
Y, para concluir, otro poco de risa
Sale el ginecólogo después de atender un parto.
– ¿Cómo ha ido todo, doctor?
– Todo ha salido bien, aunque tuvimos que ponerle oxígeno al feto.
– ¡Por Dios, doctor! ¡Pero si pensábamos ponerle Eduardo!
El profesor dice al alumno cuando le entrega el trabajo que este había realizado: – Tu trabajo me ha conmovido.
– ¿Por qué, don Eduardo? – pregunta sorprendido el estudiante.
– Porque me dio mucha pena – repuso el profesor, esbozando una sonrisa.
– Si se muere una pulga, ¿A dónde va?
-Al pulgatorio.