Iniciamos un nuevo tema tan atractivo como el de las ‘peñas sacras’ de Extremadura; resultado de un trabajo de investigación en el que hemos colaborado junto a Martín Almagro Gorbea, José Antonio Ramos Rubio y Óscar de San Macario Sánchez, y a los que hago partícipes de estas líneas.

Desde los albores de nuestra historia la belleza de los berrocales graníticos cautivó a los pueblos que habitaron estas tierras. Las sugerentes formas de estas grandes rocas alimentaron su imaginación, hasta el punto de considerarlas como objetos de culto y de ritos, muchos de los cuales se han mantenido vivos en las tradiciones folclóricas y han perdurado hasta nuestros días.

Estas peñas sacras contribuyen, por tanto, a conocer las creencias y los ritos de origen prehistórico, pero también el carácter ‘mágico’ o sobrenatural que tenía el paisaje en el imaginario y en la cosmovisión de los pueblos prerromanos de la antigua Extremadura.

Las ‘peñas sacras’ tienen el atractivo de permitir adentrarnos en el origen de las concepciones y percepciones religiosas más simples y primitivas de la humanidad. Proceden de una tradición animista cuyo origen hunde sus raíces en un pasado remoto, pues se remontan a tiempos paleolíticos, cuando nuestros ancestros iniciaron el desarrollo de su capacidad racional para explicar el mundo que los rodeaba.

Hay diversos tipos de ‘peñas sacras’, que iremos analizando en sucesivas entregas, aunque las más características son, quizás, los llamados ‘altares rupestres’, de los que tenemos numerosos testimonios en nuestra región.

Los altares rupestres son peñas naturales con cubetas y canalillos, que en ocasiones ofrecen pequeñas modificaciones, como entalladuras y escalones para el acceso o para mejorar las cubetas y canalillos. Las cubetas mayores pudieron haber servido como lugar de cremación de las ofrendas y, probablemente también, para conservar el agua de lluvia para lustraciones y otros rituales, mientras que canalillos y cubetas menores servirían para que la sangre y los líquidos ofrendados en el sacrificio corrieran por la roca hasta llegar al suelo.

Un ejemplo, aunque no muy representativo de estos altares rupestres, es el que se ubica en la finca Las Calderonas, en las cercanías de Trujillo, y del que aquí presentamos una vista cenital. Se accede por la carretera regional EX208 a Zorita, en un extenso valle salpicado de afloraciones graníticas. Se trata de una gran peña de unos cinco metros de altura, en cuya parte superior se han tallado una serie de escalones y acanaladuras de incierto significado.

Su significado se nos escapa, pero es muy posible que fuera un lugar de ceremonias ya en la Edad del Bronce, y que mantuviera su vigencia durante todo el I milenio a.C. Quizás pudiera interpretarse también como una pareidolia o cabeza de un gran ídolo, en el que la banda tallada representaría la boca, mientras que las dos series de bandas horizontales corresponderían a los ojos. A su alrededor hay un gran círculo de piedra rodeando la roca que delimitaría el recinto sagrado.

La peña sacra era el símbolo visible de la divinidad que habitaba el lugar y tenía un carácter onfálico, centro del territorio circundante y punto de unión entre el cielo, la tierra y el mundo infernal al que pertenecía el numen o divinidad ancestral que protegía dicho territorio y al que se ofrecían los sacrificios.