Uno de los tipos de peñas sacras más característicos de la Hispania prerromana es aquel que tenía funciones propiciatorias y adivinatorias, cuyo rito consistía en arrojar un guijarro a su cumbre, en la que debía permanecer sin caer para que tuviera efectividad, por lo que en la parte superior de estas peñas se amontonaban cientos de guijarros.
Este tipo de peñas sacras son relativamente raras, pues no se conocen más de un centenar en toda la Península Ibérica, aunque deben faltar muchas por descubrir en los extensos berrocales que se extienden por nuestra geografía. La mayor parte de ellas se encuentran en zonas graníticas del centro y oeste peninsular, aunque algunas se ubican en las zonas calcáreas de la parte nororiental de la misma.
En la región extremeña son todavía más escasas, pues su número se pueden contar con los dedos de una mano; por el momento, todas las conocidas se encuentran en la provincia de Cáceres. Seguramente una investigación exhaustiva por tierras pacenses sacaría a la luz algún ejemplar más de estos interesantes monumentos rupestres.
Las peñas propiciatorias y adivinatorias, como decíamos, son características de las áreas graníticas de la antigua Hispania y corresponden a un sustrato lusitano muy antiguo que se remonta al III milenio antes de Cristo y se mantuvo entre los pueblos prerromanos galaico-lusitanos y vetones. Este sustrato está relacionado con las áreas atlánticas europeas de la Bretaña francesa e Irlanda, donde se encuentran los paralelos más cercanos. Los mitos y ritos a ellas asociados han perdurado a lo largo del tiempo bajo el manto de la cristianización, y aún hoy día se pueden oír reminiscencias de estas antiguas tradiciones en los relatos de los más ancianos de nuestros pueblos.
Quizás la peña propiciatoria y adivinatoria más conocida en Extremadura sea la ‘Peña del Burro’, en Valencia de Alcántara, localizada a unos 7 kilómetros de la población y muy cerca del río Sever, que hace de frontera con Portugal. Se trata de un bolo de granito de unos 4 metros de altura, con una marcada forma de hongo o de ‘porra de burro’, que presenta una plataforma superior ligeramente convexa.
Según la información que hemos podido recabar entre los más ancianos del lugar, en la Porra del Burro se tiraban piedras para saber qué iba a ocurrir, por lo que en la plataforma superior se fueron acumulando pequeños guijarros; otros, sin embargo, al caer de dicha plataforma, aparecen diseminados alrededor de la peña.
Y existe otra tradición local según la cual el Lunes de Pascua las muchachas jóvenes lanzaban piedras sobre esta roca para saber los años que les quedaban para casarse, fecha que parece indicar que formaría parte de los ritos de noviazgo del equinoccio de primavera. Para realizar el rito había que tirar piedras hasta que una de ellas quedara en lo alto de la Porra del Burro, y el número de piedras lanzadas indicaba los años que le quedaban hasta la boda. Esta tradición la pudimos confirmar por gente del lugar, según la cual también los hombres tiraban piedras a la cumbre para conocer el desarrollo de una enfermedad o la suerte que les podían tener en el futuro, como saber si les iba a tocar la lotería.
Estos ritos coincidían, como decíamos, con el Lunes de Pascua, justo después de la luna llena de primavera, y son reminiscencias de ancestrales creencias animistas. El elemento esencial del rito es la propia peña sacra, que representa el sema o símbolo visible de la divinidad del lugar, concebida como un ‘omphalos’ o punto de comunicación con el Más Allá, lo que revela cierto carácter funerario, ya que se relaciona con creencias en el Otro Mundo de origen celta.
