Pinazo es un modernista, un autor a caballo entre dos siglos que aunó lo cotidiano y lo moderno manteniendo siempre estrechos lazos con la geografía donde nació. Hay quien lo considera pintor antiguo y quien lo ve como un pintor muy moderno; como un continuador de la gran tradición o como un rupturista que supo dialogar con las vanguardias sin perder sus esencias.
Pinazo recogió en su obra el entorno mediterráneo y sus gentes, allanando el camino a Sorolla. Pintó, sobre todo, visiones de la playa que fueron, progresivamente, perdiendo carácter descriptivo para ganar valores plásticos, proponiendo nuevos modos de mirar. Exploró la costa valenciana hasta el fin de sus días, sus chozas de pescadores, tartanas y animales sueltos por la playa a las vistas y rincones del puerto, las naves ancladas o el paseo de damas elegantes, pasando por sus dibujos conmovedores de familias que esperan a sus repatriados o los crepúsculos de la escollera. Observaba cómo la vida discurría.
Dotó a sus pinturas de una extraña luminosidad. Su singular lenguaje plástico se convertiría en expresión personal abierta al impresionismo si atendemos a la desestructuración de sus superficies y al protagonismo dado a la mancha. Buscó siempre un lenguaje independiente. Trabajó en formatos reducidos, se le veía siempre acompañado de varias tablitas y un cuaderno de apuntes.
En esta obra la mancha en expansión dibuja de manera más informal y sugerente el motivo representado, dando menos protagonismo al contorno dibujado. Se necesita un esfuerzo de la mirada para desentrañar y apreciar los infinitos matices que condensa a través de una sola pincelada, pero una vez adentrados en su mundo se descubre un universo plástico fascinante, que nos lleva del naturalismo a un emotivo mundo expresivo que lo sitúa más allá del impresionismo.
Nació en el seno de una familia humilde y se vio obligado desde pequeño a trabajar como panadero, dorador, platero y pintor de azulejos, entre otros oficios. El tesón y la dedicación le llevaron hasta las más altas esferas de la pintura valenciana. Ese gusto por el arte lo supo transmitir a sus propios hijos.
A los 9 años ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia y a los 16 años ya tenía estudio propio. Estuvo un año en Madrid; y cuatro en Roma, donde madura una visión nueva de la naturaleza. Allí comenzó a interesarse más por la pintura al aire libre y la visión bucólica campestre. Visitó París, donde conoció a Rodin, recibiendo lecciones de él. En París estudió los museos franceses, adquirió una educación artística extensa y observó muchas tendencias hasta asimilar la suya.
Dejó una ingente producción pictórica, aunque dispersa, fruto de su entusiasmo y vocación.