Finaliza el verano y queda lidiar con las grietas que ha dejado la pandemia.
Más allá de la adversidad en forma de enfermedad y muerte, la crisis económica nos lleva a enfrentamos a una época de cambios en la que nuestro cerebro deberá readaptarse de nuevo y reaprender hábitos distintos a los ya establecidos, además de saber afrontar el miedo y la incertidumbre, que actúan como un tupido velo que nos impide ver con claridad.
Ante la abundante información que se nos presenta con frases como “esto es un caos”, “no hay trabajo”, “las cosas están muy mal”, “a mi edad dónde me van a contratar”… es fácil dejarse llevar por el derrotismo. Sentirnos acorralados y perdidos nos conducirá a una excesiva preocupación y un aumento de la ansiedad.
Muchas epidemias surgen o se incrementan por la alteración del medio ambiente, la destrucción de bosques, el cambio climático… Los virus siempre han estado ahí, conviviendo con el ser humano, han sido una parte importante en nuestro proceso evolutivo. Por tanto, sin tomar al mundo como algo al margen de nosotros y sin quedar indiferentes ante todo aquello que nos rodea, debemos conservar la calma y el equilibrio interno para poder desafiar con fuerza y coraje los nuevos retos que se nos presentan.
En esta etapa diferente la conexión humana será de gran ayuda para restablecernos de nuevo; junto a ello, altas dosis de esperanza, de perseverancia y capacidad de resistencia a la frustración conseguirán dar color a nuestra vida a pesar de que las circunstancias no sean las más propicias.