La dulce melodía se escuchaba desde lejos. Miré hacia ambos lados de la calle, pero no vi nada. Supuse que al cruzar la esquina descubriría de dónde procedía aquella música; y así fue, me topé de frente con un grupo de artistas. El escenario, compuesto por un titiritero y todas sus marionetas, ocupaba una buena parte de la calle acompañando a los transeúntes.
Me paré y observé la actuación desde el otro lado de la acera. El titiritero disponía de un gran sentido del ritmo para dar animación a la marioneta que tenía entre sus manos. Pensé en cómo todos aquellos muñecos recobraban vida cada día, cuando el joven los sacaba de las maletas y les ofrecía una nueva oportunidad. No importaba a la ciudad a la que llegasen aquellos ingenios mecánicos, lo importante era que recobraban vida y aportaban música, alegría y distracción, aun cambiando por completo de escenario.
En aquel momento recordé a una persona que, a través de mi profesión como psicóloga, tuve el placer de conocer. Ella optaba por dar vida, o una segunda oportunidad, a los objetos que con el paso del tiempo o el uso se habían deteriorado.
Por ejemplo, me contó cómo con la ayuda de su máquina de coser había confeccionado un nuevo muñeco aprovechado el vellón (fibra de poliéster siliconada que no se apelmaza) del interior de un peluche cuyo exterior había envejecido. ¿A quién de nosotros no nos gustaría que se quedasen con nuestro interior cuando el exterior ya no esté tan visible?
Estas fiestas podemos llenarlas de ilusión, regalando creatividad y conservando la añoranza de un objeto por el cual pasó el tiempo. A la vez que ofrecemos un regalo al medio ambiente también somos originales, entregando a nuestro amigo, vecino, pareja, nuestro sello personal.
Feliz Navidad sostenible; con un poco de cada uno de nosotros se consigue un mundo mejor.