Hay personas con baja visión que sienten cierto rechazo a utilizar el bastón verde porque les parece un símbolo de vulnerabilidad, un estigma que los marca como diferentes y dependientes. Sin embargo, al rechazar su uso estas personas pueden estar, sin darse cuenta, exponiéndose a una vulnerabilidad mucho mayor.
Todo comienza con la gran hazaña de salir a la calle, donde las personas con baja visión enfrentan diariamente una serie de desafíos al desplazarse por el entorno urbano. Para ellas, caminar por una calle aparentemente normal puede convertirse en una experiencia llena de incertidumbre y peligro.
Las aceras irregulares, los bolardos, los obstáculos inesperados, como patinetes mal estacionados o vallas y conos de una obra en el camino, se convierten en trampas potenciales. Y ahí están, siempre vigilando el suelo como si estuvieran cazando tesoros, evaluando cada paso para evitar tropiezos.
Además, la necesidad de tocar con el pie para ubicar escalones o desniveles en el terreno, para asegurarse de no caer, a menudo produce movimientos lentos y precavidos que pueden ser interpretados como una especie de danza.
Esta necesidad de concentrarse en el terreno bajo sus pies no solo es agotadora, sino que también limita severamente su percepción del entorno que los rodea. Porque al caminar con la vista al suelo, los carteles a la altura de la cabeza, las ramas bajas de los árboles y los toldos traicioneros son golpes peligrosos indetectables.
Por otro lado, la forma de caminar de muchas personas con déficit visual es una marcha que puede parecer inestable o errática, sin confianza y seguridad; desde fuera, erróneamente, puede parecer más bien la de alguien que acaba de salir de un bar después de un par de tragos de más, o un signo de desorientación.
Con el bastón verde en la mano el suelo ya no sería el centro de atención constante. Los obstáculos a nivel del suelo serían detectados antes de que los pies tropezaran con ellos, liberando a la persona para caminar con más confianza y naturalidad con la seguridad de que sus pasos son firmes y seguros. Y, lo mejor de todo, al caminar erguidos y con la vista al frente, esos carteles a la altura de la cabeza, las ramas bajas de los árboles y los toldos traicioneros dejan de ser amenazas invisibles.
Asimismo, el bastón verde actúa como un medio de comunicación no verbal con el entorno. Indica a los demás que la persona tiene baja visión, lo que puede motivar a los transeúntes a ofrecer ayuda o, al menos, ser más conscientes y cuidadosos en su presencia. Este reconocimiento puede reducir significativamente el riesgo de accidentes y malentendidos, creando un ambiente más seguro y comprensivo.
En definitiva, el bastón verde no es un signo de debilidad sino una solución práctica. Pero mientras siga siendo visto como un símbolo de vulnerabilidad, la verdadera tragedia será la cantidad de personas que, en su afán por parecer fuertes, seguirán siendo vulnerables.