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‘Buey desollado’, de Chaïm Soutine. Grada 163. Inmaculada González

‘Buey desollado’, de Chaïm Soutine. Grada 163. Inmaculada González
Foto: Cedida
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Chaïm Soutine, pintor expresionista bielorruso, nació en 1893 en una numerosa familia de escasos recursos. En su primera infancia hizo varios bocetos y a veces incluso extendió sus creaciones artísticas a las paredes de la casa. Sin embargo, al ser parte de una comunidad tradicional judía, tenía prohibida la representación plástica de lo sagrado.

Cuando tenía 14 años, en castigo por un dibujo que hizo de un rabino, Soutine fue golpeado casi hasta la muerte. Se cree que el sufrimiento que experimentó en el gueto judío de su juventud se abrió camino en sus lienzos posteriores.

Con el dinero que recibió la familia como indemnización Soutine abandonó su población y se fue a Minsk, y luego a Vilnius. Allí se matriculó en la Escuela de Bellas Artes, destacando en el dibujo y la pintura, pero los instructores notaron la inclinación del joven artista por la tragedia y los temas visualmente oscuros.

Más tarde emigró a París. Pintó paisajes de la ciudad del Sena y naturalezas muertas; visitó el Louvre y admiró la obra de El Greco, Rafael, Ingres y Rembrandt. Conoció a Modigliani y a su marchante de arte, el cual favorecería a Soutine más adelante.

En 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial, Soutine se alistó como voluntario para cavar trincheras, pero al poco tiempo fue enviado a casa por razones de salud. Cuando la contienda llegó a su fin comenzó a crear una gran cantidad de retratos de habitantes locales. Sobrevivió en medio de grandes dificultades y en casi total soledad.

A lo largo de su vida tuvo arranques de furia y periodos frenéticos de trabajo. En sus cuadros reflejó un expresionismo salvaje, fruto de la liberación de su propio carácter.

La pincelada dinámica y los sombríos paisajes son su marca personal, aunque su trabajo posterior se caracterizaría por distorsiones apagadas y una emocionalidad tenue.

Aunque envidiara a la gente que disfruta de la existencia, él no estaba hecho para la felicidad. Fue un hombre que miró el mundo como un lugar donde resulta muy difícil vivir.

La afición a representar animales muertos le vino de la admiración hacia un cuadro que pintó Rembrandt en 1655, ‘El buey degollado’. La carne que no había podido comerse a lo largo de su vida, y en la que quizá había pensado más de lo que le gustaría, saltó de pronto a sus cuadros. La comida era una obsesión constante en su trabajo.

En la Segunda Guerra Mundial, con la invasión nazi, Soutine se vio obligado a huir constantemente por temor a ser capturado. Los años que siguieron fueron los más oscuros, ya que se vio obligado a mudarse de un lugar a otro con pasaportes falsificados. El estrés de vivir como un hombre perseguido agravó sus úlceras.

A lo largo de su vida supo descifrar la belleza que se encuentra al borde del abismo y descubrió que lo sublime estaba dentro de él, en el fondo, igual que la úlcera que acabó matándolo.

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