Carolina (Ana Carolina) subió al cielo el 31 de mayo de 2020, a los 47 años; Cris falleció a primeros de septiembre pasado a los 44 años. La primera fuere desde su nacimiento paralítica cerebral infantil; el segundo sufría parálisis cerebral. Desde el 18 de enero pasado, con la reforma constitucional, son (eran) personas con discapacidad.
Conocemos a sus padres. El primero, Paco Valverde, ha dedicado su vida a ella. No sería quien fuere sin ella. Su carrera docente se encaminó a los alumnos especiales. Primero fue ella: cómo rehacer su vida que te anunciaban rota. Peregrinación a la capital, la estimulación, la logopedia, la integración escolar, operaciones ortopédicas, ponerse en pie, caminar con la ayuda del andador, nadar… en Isla Canela. El taller de Placeat, fundado por su padre, y el Club de Ocio los fines de semana, llenan su vida.
Su padre no puede escribir sobre ella hasta pasados cuatro meses. Se le nubla la vista y el teclado se humedecía, escribía en vísperas de su 48º aniversario en esta revista una columna con su nombre. El 29 de abril de 2019, cuando su padre fue proclamado hijo predilecto de Plasencia, la recordó. Estaba cerca de él, pero había preferido tomarse un refresco. Cómo olvidar su padre a su hija, cuando ha sido el motor de su vida. No pude conocerla; pero sé todo lo que hicieron sus padres por ella.
De pronto, un día, de la noche a la mañana, nos anuncian que Carolina se ha marchado al cielo. Su padre escribe que él “es fruto de la intensa convivencia a su lado durante casi medio siglo”.
Cris (Cristóbal Aberasturi) falleció a primeros de septiembre pasado, a los 44 años. Desde que vio la luz del mundo sufría parálisis cerebral. Sus padres, Andrés y Guadalupe, le han velado y despedido en la intimidad. Pasado medio mes, lo hicieron público tras el fallecimiento de un compañero del padre.
Andrés Aberasturi fue compañero de profesión, él en radio y en televisión. Le reconocía desde hacía años, de oírlo en RNE y en TVE. Un día fuimos compañeros de jurado en Cáceres, en el premio de periodismo ‘Dionisio Acedo’, el director que me llamaba su ‘benjamín’ porque fui el último pupilo que hubiere antes de su jubilación en el Palacio de la Generala en 1971. Él era el presidente. Le conocí por primera vez, junto a Luis del Val, colega de otro jurado de los premios de la Diputación, a quien ya conociere en Plasencia durante la presentación de una exposición de mi primo, el pintor Jiménez Carrero, en la iglesia de San Martín.
Escribió Andrés un libro titulado ‘Cómo explicarte el mundo, Cris’ en 2016, en el que narraba el día a día de su hijo. Desde su jubilación solo hablaba de su hijo. “Cris no vive la vida como la vivimos nosotros. Cris vive una estafa. Me parece una irresponsabilidad terrible decidir por él. El problema es que no lo vas a curar. Siempre va a estar atado a su silla, a su destino, el cual no ha elegido. Y yo me siento responsable porque le traje al mundo”, confesaba cuando aún vivía, y añadía: “Yo quería un hijo que saliera por la noche, que viviera… pero no un hijo que no pueda elegir. No puedo estar contento con eso. Creo que Dios es él. Mi hijo es como debería ser Dios.”
No elegimos nuestro destino. Los hijos despiden a los padres; pero hay ocasiones en que los padres inhuman a sus hijos. Hace un mes, en Mérida, despido a un compañero, Juan Manuel Cañamero, ido en plena juventud, como Carolina y Cris. Su padre, al que él cuidaba en los últimos años, ha despedido ya a tres de sus hijos. Nuestra vida es un préstamo con fecha de caducidad, la de personas con discapacidad y sin ella.