El pasado 9 de agosto se cumplieron cien años del nacimiento de la rejoneador Concepción Cintrón Verrill, que vio la luz en Antofagasta, Chile, pero unida a Perú, país al que llegó siendo una niña, hasta el punto de adquirir la nacionalidad de esta nación.
Su padre fue un militar portorriqueño, de origen español y nacionalidad estadounidense. Destacado en Panamá, conoció allí a Loyola Verrill, con quién se casó. Abandonada la carrera militar, una firma comercial estadounidense, con intereses en Perú, le envió a Lima como representante de la misma. Esta circunstancia hizo que la rejoneador viviera en este país. Con 12 años entró en la Escuela de Equitación del rejoneador portugués Rui da Cámara, conocida como ‘El Picadero’. Este se fijó en las condiciones para la equitación de Conchita y quiso convertirla, consiguiéndolo, en figura del rejoneo.
Su primera actuación en público fue en la plaza de toros del Acho, en Lima, pero su carrera se desarrolló fundamentalmente en México, en el que cariñosamente la llamaban la ‘Diosa Rubia del Toreo’. Y era del toreo porque no solo rejoneaba, sino que por indicación de su descubridor también lidió a pie. Su estancia en este país, como lidiadora ecuestre, duró desde agosto de 1939 hasta fines de 1943, y en ellos alternó con las figuras mexicanas Fermín Espinosa ‘Armillita Chico’, Lorenzo Garza, Luis Castro ‘El Soldado’, Luis Procuna, Silverio Pérez, Chucho Solórzano y otros.
En 1944, Conchita Cintrón volvió a Perú y, al margen de sus actuaciones, anoto que adoptó la nacionalidad peruana. Dando un salto en el tiempo, lo cuenta y documenta Díkey Fernández Vasquez, en el último pasaporte con nacionalidad peruana, el de 1989, figuraba como perteneciente a la Embajada de Perú en México y con el nombre de Consuelo Conchita Cintrón de Castello Branco. La razón fue su matrimonio, en Lisboa, en 1951, ya al final de su carrera, con Francisco de Castello Branco, sobrino de Ruy da Cámara, su primer mentor.
Prolijo sería, solo intentar, enumerar brevemente su paso por los ruedos de casi todo el mundo taurino, parte de Hispanoamérica, Portugal, Francia y España. Aquí, a pesar de las pocas oportunidades que se daban en los años 40 a las mujeres torero, Conchita Cintrón consiguió el permiso para rejonear en nuestro país, debutando en Sevilla el 6 de mayo de 1945, en un cartel en el que alternaron Curro Caro, ‘Morenito de Valencia’ y ‘Angelete’. Actuó de sobresaliente ‘El Coli’. Obtuvo un gran éxito. A la muerte de su toro, “un verdadero toro” dice el cronista de la Hoja del Lunes, un ejemplar de Ignacio José Vázquez de Pablo, fue tan ovacionada que tuvo que dar la vuelta acompañada de su sobresaliente.
Su debut en Madrid no se hizo esperar y el 13 de mayo siguiente abrió plaza desfilando con Mario Cabré, ‘Valencia III’ y, de nuevo ‘Angelete’. En primer lugar, saltó al ruedo un ejemplar del Vizconde de Garci-Grande, un toro gordo y grande. Fue ovacionada durante todo el trasteo pero en el segundo tercio, dice ABC, “Tanto como ella acertó, con corazón y arte, fallaron los arponcillos”. Dio cuenta del toro el sobresaliente, ‘Jerezano’, que tuvo la mala fortuna de sufrir una aparatosa cogida e ingresar en la enfermería. El toro volvió vivo a los corrales por esta razón. Pero reclamada por el público tuvo que saludar una gran ovación, tanto que la obligó a dar una vuelta al ruedo, y aún más, salir a los medios para saludar. Dos tardes más actuó en Las Ventas, todas en este mismo año y en ambas recorrió el anillo en aclamada vuelta a ruedo.
No quiero finalizar sin una mención a su faceta literaria sin que esta constituya un repertorio exhaustivo. Conozco estos títulos y años de publicación: ‘Recuerdos’, Madrid (1962); ‘¡Torera!: memoirs of a bullfihter’, Londres (1968); ‘Aprendiendo a vivir’, México D.F. (1979); y ‘¿Por qué vuelven los toreros?’, México (1987).
Falleció en Lisboa, a los 86 años, el 17 de febrero de 2009.