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Curiosidades sobre El Tenorio

Curiosidades sobre El Tenorio
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El origen de la leyenda de don Juan es oscuro. Sin embargo, modernas investigaciones como las del ensayista y crítico don Víctor Said Armesto (‘La leyenda de don Juan’) que ha profundizado en el folklore europeo para hallar elementos comunes que puedan considerarse antecedentes lejanos de ella (el seductor de mujeres, el licencioso, el impío), le han llevado a la conclusión de que el mito del Burlador y del Convidado de Piedra, cuya primera muestra es ‘El Burlador de Sevilla y Convidado de Piedra’, de Tirso de Molina, tuvo origen español, pues en el romance que descubrió don Juan Menéndez Pidal en Riello (León) está el primer atisbo del convite que un galán, más tarde el Burlador, hace a la calavera, que posteriormente se convertiría en bulto o estatua (el Convidado). 

El romance comienza según Said Armesto: 

Pa misa diba un galán
caminito de la iglesia,
no diba por oír misa
ni pa estar atento a ella,
que diba por ver las damas
las que van guapas y frescas.

En el medio del camino
encontró una calavera,
mirábala muy mirada
y un gran puntapié le diera;
arregañaba los dientes
como si ella se riera.

-Calavera, yo te brindo
esta noche a la mi fiesta…

La obra de Tirso (publicada en Barcelona en 1630, y cuyo protagonista se apellida ya Tenorio) tuvo imitadores, no sólo en Italia o Francia, sino en la misma España, donde Antonio de Zamora, hoy injustamente olvidado, tomó como modelo para su ‘No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague’ (1714) el personaje de Tirso, al igual que hizo Zorrilla con su ‘Tenorio‘ (1844).

Aunque ‘Don Juan Tenorio’ no sea precisamente la mejor obra de Zorrilla sí es, al menos, la más conocida y popular. Tanto que una parte del pueblo llano, el desvergonzado, ha hecho sus propias versiones obscenas de algunos pasajes concretos de la misma, que no procede mencionar ahora; no por papanatería moral, sino por decoro y respeto.

El motivo de estos apuntes no es precisamente hacer un estudio literario de la obra en cuestión, sino recoger una serie de anécdotas y curiosidades relacionadas con la representación de nuestro Tenorio.

Así, Noel Clarasó cuenta (‘Antología de anécdotas’) que haciendo el papel de don Juan el gran actor español Rafael Calvo, cuando Tenorio invita al Comendador con los conocidos versos

Tú eres el más ofendido,
mas si quieres, te convido
a cenar, comendador…

Este, del que no se menciona el nombre del actor que lo interpreta, le repuso:

Yo te agradezco el favor,
pues sabrás que no he comido.

El público, empero, no se percató de la pifia.

En otra ocasión fue el mismo Rafael Calvo quien, al recitar los primeros versos del drama, dijo:

¡Cuán gritan esos malvados!

Calvo se dio cuenta del error que había cometido, y para no desentonar la rima, siguió en estos términos:

Pero mal rayo me parta
si en concluyendo la carta
no los dejos malparados.

Clarasó añade que el 28 de marzo de 1844 se estrenó el Tenorio en el Teatro de la Cruz, de Madrid. La obra fue aplaudida sin demasiado entusiasmo por parte del público, que se mostró indiferente, al igual que la crítica. Y cuentan que uno de éstos hizo el siguiente comentario: “Envidiables personajes todos ellos, el Comendador, Luis Mejía, doña Inés… Mueren a las diez y media, y veinte minutos después ya tienen estatua”.

La siguiente anécdota la cuenta Pío Baroja en sus Memorias:

En una ciudad del Norte, hace muchos años, por la tarde, estábamos apretados un domingo en el ‘gallinero’ del teatro en la representación de Don Juan Tenorio, de Zorrilla. Cerca de mí había dos muchachas, una de ellas rubia, guapa, vestida con coquetería. Al terminar la representación de la escena del sofá, ésta dijo a su amiga:

-¡Están solos!… Yo no sé para qué tanta palabra”.

Alguna vez ha sucedido también, escribe Noel Clarasó, que el actor elegido para encarnar la figura de don Juan era bajo de estatura o enclenque, o ambas cosas a la vez, sin suficientes fuerzas para coger en brazos a doña Inés, por lo que el actor cuestionado trataba en vano de cargar con la novicia en la escena del rapto. Ello propiciaba que algún espectador guasón le recomendara:

-¡Llévatela de dos veces!

Aníbal Noriega publicó en el semanario mexicano Revista de Revistas un artículo titulado Don Juan y su anecdotario farandulero, en el que recogía la siguiente anécdota, contada por la actriz de aquel país Caridad Bravo.

En una compañía en la que trabajé en Sudamérica sucedió que, cuando al final del primer acto se van Avellaneda y Centellas, dijeron:

-Parece un sueño Tenorio.
-Sin verlo no lo Mejía.
-Pues yo apuesto por creía.
-Y yo por Don ilusorio. 

La redondilla que ambos actores trabucaron decía así:

-¡Parece un sueño ilusorio!
-¡Sin verlo no lo creería!
-Pues yo apuesto por Mejía.
-Y yo apuesto por Tenorio.

Cuenta también Noel Clarasó que en cierta ocasión hacían juntos el Tenorio en Madrid Borrás y Ricardo Calvo. Convinieron ambos actores en alternar en los papeles de don Juan y de don Luis. Una noche en que Calvo hacía el primero, al aparecer en escena y preguntar: ¿Don Juan Tenorio? Borrás se adelantó diciendo: 

-Yo soy.

-¡Pero, Enrique! –le dijo Calvo, angustiado–, ¿quién soy yo, entonces?

Esta anécdota la cuenta Vicente Vega en su ‘Diccionario ilustrado de anécdotas: Sucede en noviembre de 1932. En el teatro Español de Barcelona, Enrique Borrás está representando la obra de Zorrilla. Desde el primer acto ha observado que uno de los espectadores de las primeras filas de butacas, sentado en una de pasillo, cruza este con frecuencia, durante la representación, para cambiar algunas palabras con cierta señorita que ocupa otra butaca análoga en el lado opuesto. A Borrás, como es lógico, le molesta y tales idas y venidas acaban por desquiciarle. En el acto de la cena y en el momento en que suena la “aldabada postrera”, como quiera que el jovencito en cuestión hiciese el mismo juego, Borrás, señalándole con ademán furibundo, exclamó dirigiéndose al actor que hacía de criado:

Ciutti, si vuelve a cruzar,
suéltale un pistoletazo.

‘Morcilla’ son las palabras o frases de su invención que los actores de teatro intercalan por su cuenta en los párrafos verdaderos de una obra. En algunas de las anécdotas antes recogidas hay ejemplos de morcillas. Veamos a continuación otra anécdota donde menudearon esas aportaciones personales.

Cuenta Vicente Vega que con objeto de recaudar fondos para los dispensarios antituberculosos, “que a la sazón arrastraban en España una vida económica llena de tropiezos”, reunió don Jacinto Benavente a unos cuantos amigos de buen humor y les propuso organizar una representación de Don Juan Tenorio, interpretado por todos ellos. La iniciativa fue acogida con extraordinario entusiasmo y don Tirso Escudero (empresario del teatro de la Comedia) puso el teatro para la representación. Y así, dice Vega, “se llegó a la representación del ‘Tenorio’ más singular que se ha visto”.

Y sigue diciendo que el reparto ya constituía un ‘aviso’ los navegantes. Doña Inés de Ulloa quedaba a cargo de Consuelo Torres, conocida en el mundillo de las variedades por ‘Manón’, guapa como para inmovilizar los más modernos trenes europeos y norteamericanos; doña Ana de Pantoja era su hermana, otra preciosidad; don Juan se lo reservó Benavente; don Luis quedó para el aplaudido actor Antonio López Monis; el buen poeta Antonio Palomero se encargó del Comendador; al doctor Gutiérrez-Gamero, punto fuerte entre escritores y artistas, le correspondió el Capitán Centellas; a Fernando Delgado, el futuro cineasta, le dieron el de Ciutti; los saineteros Asenjo y Torres del Álamo hacían Diego Tenorio y el Hostelero, respectivamente. El resto del reparto, ‘malditos’ comprendidos, estaba integrado por otros conocidos escritores y aplaudidos actores, y todos se dispusieron a bordar la obra, consistiendo el bordado en que cada uno, por acuerdo de todos, diría, llegado el momento, lo que buenamente se le ocurriese, a despecho de Zorrilla.

Ya los ensayos habían sido una juerga, y tanto y tanto se habló de lo que se preparaba, que dos días antes no se encontraba una localidad, y el telón se levantó para la función aquella (14 de noviembre) con el teatro abarrotado de lo mejor de Madrid.

Al principio, la cosa no ofreció interés, pero allá por la escena quinta, el Comendador, a cargo del poeta Palomero, como hemos dicho, sin abandonar su gravedad, dijo, como si tal cosa:

No hay en la tierra interés
que si la maña me cuadre,
primero seré buen padre,
buen Palomero después.

Aquí empezaron las risas, y a partir de este momento el escenario de la Comedia se convirtió en un palenque de ingenio, en donde salió a relucir de todo.

Cuando aparece el Capitán Centellas, y como quiera que lo hacía el doctor Gutiérrez-Gamero, hombre corpulento y con grandes barbas, el Hostelero, en lugar del consabido

¡Señor Capitán Contreras!
¿Vos aquí?

Recordando al no menos corpulento, barbudo e inolvidable alcalde de Madrid, le dijo:

¡Oh, don Alberto Aguilera!
¿Vos aquí?

El Capitán no se quedó atrás, y pidió, en versos totalmente libres, patatas fritas a la inglesa y un doble de cerveza.

Comienza el relato de las hazañas de los dos galanes, y al decir Don Luis
En Flandes conmigo di…
salió Bonafé, que hacía uno de los “malditos”:
¡Buena manteca hay allí!

Y al increpar Don Diego Tenorio a su hijo, se encara Antonio Asenjo con Benavente y no le dice nada más que

Don Juan, en brazos del vicio,
desolado, te abandono;
me matas, mas te perdono,
porque has escrito Los intereses,  que si no…

Clarasó continúa diciendo que antes de que terminase el primer acto, cuando los alguaciles salen a prender a don Juan, y como este se revolviese airado, le dijo, muy serio, uno de ellos, en prosa: ¡Echa para la “Comi”, so granuja…

En la escena del acto segundo, cuando Ciutti ha de llamar a la reja de doña Ana, el fiel criado en lugar de las palmadas que el libro marca, se salió por un tango popularísimo entonces:

Tápame, tápame, tápame,
tápame, que tengo frío.

Diciendo en lugar de tápame, ábreme, y dando lugar a que doña Ana también le contestase con gorgoritos (todo ello improvisado) lo mismo que aquella redondilla del Comendador en el acto de la cena:

Veo que me has hecho plato;
pero la cena está fría,
y si la tomo, tendría
que tomar bicarbonato.

A la hora de los salmos, se escuchó un garrotín con esta letra:

Quién lo había de decir,
quién lo había de pensar,
que el audaz don Juan Tenorio
la tenía que ‘diñar’.

Y Clarasó concluye diciendo que el éxito de este Don Juan fue formidable; tanto, que muchos de los espectadores pedían que empezase de nuevo al terminar, pues alegaban, y con razón, que entre las carcajadas constantes debían haber perdido lo mejor de aquel torneo de ingenio.

En otra ocasión, cuando el Don Juan llevaba algunos meses representándose en un teatro madrileño, el actor que tenía el papel de alguacil abandonó el teatro para buscar otro trabajo. La empresa se vio en la necesidad de sustituirlo urgentemente y como no tenía mucho tiempo pensó hacerlo con uno de los figurantes que intervenían en la representación. El texto para decir era muy sencillo. Al poco de iniciarse la obra el alguacil aparece en escena y pregunta a don Juan: ¿Sois vos don Juan Tenorio? Y este responde: Yo soy. A lo que contesta de nuevo el alguacil: Sed preso.

El actor novel estaba muy nervioso, y no hacía más que repetir su papel entre bastidores… Hasta que le llegó el momento de intervenir. Todo nervioso, entró en escena y voz temblorosa, preguntó:

¿Sois vos don Juan Tenorio?
-Yo soy.

Pero al ir a responder, el pobre figurante se quedó en blanco… Se le había olvidado lo que debía decir a continuación. E improvisó….

-¡Documentación!

Mientras el público dio rienda suelta a su hilaridad, el actor que hacía de don Juan se quedó cortado, sin saber que decir… Y como el otro no terminaba de reaccionar, a pesar de que intentó darle pie diciéndole: Por Dios, os juro que soy don Juan Tenorio, no le quedó otra salida, cogió al alguacil por un brazo y lo sacó del escenario, mientras gritaba:

Está bien, os acompañaré a prisión.

Ni que decir tiene que el nobel actor no volvió a intervenir en la obra…

Mas parece que aquella noche la obra estaba gafada. Cuando llegó la escena del duelo, don Juan fue a sacar la pistola para matar a don Luis… Y se dio cuenta de que se la había dejado en el camerino. Entonces, sin pensárselo dos veces, simuló dar una patada entre las piernas a su oponente. Don Luis, que se había percatado del problema, por seguir la representación, exclamó:

¡La bota está envenenada!

Y se dejó caer…

Los espectadores se partieron de risa.

El historiador y escritor catalán Carlos Fisas cuenta (‘Historias de la Historia, II’) que estando Zorrilla en México entró por curiosidad en un teatro donde estaban representando el Tenorio. Los actores lo hacían tan mal que no pudo aguantarse y se levantó diciendo:

-¡Bandidos! ¡Esto no es el Tenorio ni nada que se le parezca!

-Usted, cállese.

-No me da la gana. Esto es una porquería.

-Calle de una vez. Usted no tiene idea de lo que es el Tenorio.

Zorrilla quedó un momento cortado.

-¿Qué no? Si la he parido yo. Soy Zorrilla, el autor de la obra que ustedes están asesinando.

La historia no dice cuál fue la reacción de los comediantes.

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