La Torre Lucía ya estaba allí, impertérrita, secular, testigo del pálpito de esta ciudad alfonsina, viendo pasar 800 Semanas Santas, pero para mí, la de 1944 era la primera.
El lector rápidamente se percatará, solo leyendo el titular, que yo no podré dar fe personal de cómo fue aquella Semana Santa de 1944, porque mi edad en aquellos días era de siete meses menos un día. El Domingo de Ramos fue el 2 de abril y yo había nacido el 3 de septiembre del año anterior, 1943, luego el cálculo de mi edad está bien hecho.
Lo que aporto en este artículo son testimonios de archivos, crónicas y conversaciones, con algunos recuerdos de mi hermana María del Carmen, que, con 93 años cumplidos, tiene todavía una ‘buena cabeza’ y me traslada las impresiones y vivencias de una chiquilla de 12 años, edad que tenía en aquel abril del 44.
Era primavera recién llegada, pero lo suficiente para que el patio de mi casa de la calle Alejandro Matías (hoy calle del Sol) con puerta y patio a la calle San Pedro, tuviese los arriates con geranios florecidos y ya se oliera a la ‘dama de noche’ que trepaba por la pared hacia la terraza del primer piso.
La climatología no era distinta a la de anteriores primaveras y a muchas de las siguientes: días luminosos, pero que a la menor se tornaban nubosos y con chubascos; claro que eso en Plasencia tenía siempre un aviso inequívoco: los atardeceres en los que se oía por toda la ciudad el ‘traqueteo’ del tren, el ‘chirriar’ de sus ruedas frotando con los raíles al parar, el ‘pitido’ del silbato de la locomotora, anunciaban la lluvia, y al día siguiente solía llover (tengo tan arraigado ese recuerdo que ya lo he expresado en otra ocasión, y tal vez no sea la última, en estos comentarios desde la Torre Lucía).
Aquella Semana Santa del 44 comenzó festivamente un día antes, dado que el sábado 1 de abril se celebraba el ‘Día de la Victoria’ (para los franquistas, pero que celebrábamos todos) y era fiesta laboral, y el domingo 2 ya era Domingo de Ramos. Pero en el contexto internacional, inmerso en una trágica Segunda Guerra Mundial, ese día 1 de abril del 44 en Polonia supuso la aceleración de los traslados multitudinarios de judíos a Auschwitz; y el día 8, Sábado Santo, el ejército ruso comenzó una ofensiva en el frente del este con el objetivo de reconquistar Crimea, poniendo cerco a Sebastopol.
Mientras, en la otra parte del mundo, libre de guerra, en Argentina, el 10 de abril, Lunes de Pascua de Resurrección, unas gravísimas inundaciones en la región de Bahía Blanca causaban numerosas víctimas.
Pero volvamos a la Plasencia del 44, con unos 17.200 habitantes, central eléctrica en el Jerte (la fábrica de La Luz), coche a la Estación del Ferrocarril y con gestora municipal, en lugar de corporación municipal, presidida por el alcalde, don Sebastián Fernández Guerra, acompañado por los ‘gestores’ que menciono a continuación: don Felipe López Sánchez, don José Rodríguez Muñoz, don Isidro Silos Hernández, don Juan Gabriel y Galán, don Agustín Gutiérrez Serrano, don Luis Martín Comas, don Antonio Sánchez Mora y don Fernando Barona Verea.
Pasados los años, yo ya crecidito y con uso de razón, conocí y traté a casi todos esos señores, industrial del pimentón, dentista, terrateniente, escritor, empleado de banca, comerciantes y médico. Incluso uno de ellos, don Fernando Barona Verea, sería en los años 50 alcalde de Plasencia (el alcalde de la Coronación Canónica de la Virgen del Puerto, en 1952).
En el plano religioso, en Roma teníamos como Papa a Pio XII, el Papa de mi bautismo, confirmación, primera comunión, niñez y adolescencia, pues todavía recuerdo el día de su fallecimiento, el 9 de octubre de 1958, cuando teníamos recién inaugurado el curso de Sexto de Bachiller en el instituto Gabriel y Galán, y que nos proporcionó tres días de vacaciones.
En Plasencia, al frente de la Diócesis estaba don Feliciano Rocha Pizarro, que se había hecho cargo del obispado en 1935 y que en 1944 se encontraba muy enfermo, llegando a poner a disposición de la Santa Sede su episcopado. Falleció el 16 de agosto de 1945, por consiguiente, no lo conocí. Sin embargo, a su sucesor, don Juan Pedro Zarranz y Pueyo, sí le conocimos y tratamos durante muchísimos años, hasta el 14 de noviembre de 1973, que entregó su alma a Dios.
Fueron años en los que se percibía un resurgir de la devoción colectiva, como en Semana Santa, durante cuyas fiestas se cerraban los comercios y locales y se paralizaba prácticamente la vida de la ciudad. Un silencio aplastante de la de por sí silenciosa ciudad provinciana de la década de los 40 del pasado siglo, casi sin vehículos a motor, solamente roto por el tañer de las muchas campanas de este levítico lugar. Solo se celebraban procesiones tres días, Miércoles, Jueves y Viernes Santos, pero seguidas de una devoción ciudadana ejemplar.
El martes 11 de abril, ya en la semana de Pascuas, hubo una explosión de grisú en una mina de carbón de Berge (Teruel) con el trágico resultado de 30 fallecidos. Y el jueves 13 de abril de 1944, Franco, con motivo de la Semana Santa, firmó el indulto a 279 condenados a muerte (había excesivos condenados a muerte cinco años después de haber acabado la fratricida Guerra Civil).
Termino mi artículo con un dato social, del mundo del deporte, que también entretenía a los placentinos de entonces: el Domingo de Resurrección el Valencia Club de Fútbol se proclamó campeón de la Liga española al vencer al Athletic de Bilbao por 5 goles a 4. El fútbol ya era el ‘opio del pueblo’ tal y como hemos ido viendo a lo largo de la Historia: el circo, los juegos, las justas, los torneos…
Han transcurrido 80 años desde aquella Semana Santa del 44, y parece que la vida, con ligeros matices, se repite; o mejor, las circunstancias que nos circundan han cambiado de sentido. Es cierto que ya el sonido del tren no nos anuncia la lluvia, porque no tenemos tren; paradójicamente, los ‘judíos’ son hoy los que ‘atacan’ a sus vecinos, la vergüenza de Gaza; Crimea y Sebastopol están vigentes en la guerra de Rusia contra Ucrania, que ya va para largo; la dana del Levante ha producido más víctimas que las inundaciones de Bahía Blanca, y estamos en el siglo XXI; ya no tenemos coche a la Estación del Ferrocarril por lo ya mencionado; el Papa de Roma es tocayo mío y habla español, aunque está muy grave; nuestro obispo es don Ernesto y parece un universitario, rejuveneciendo el Episcopado; ya no hay que indultar a nadie por motivos políticos, estamos en democracia; y tenemos menos peligro de grisú porque quedan pocas minas de carbón y muchos aerogeneradores (molinillos). Y ahora quien lo gana casi todo en el fútbol es el Real Madrid.
Bibliografía y fuentes:
Relatos de María del Carmen Valverde Luengo
‘Decennium Años 40’. Plaza & Janés
‘España 1939-1975’. Plaza & Janés
‘Los Obispos de Plasencia’. Tomo II. Francisco González Cuesta
‘Historia de los Papas’. Tomo Segundo. Saba Castiglioni
Archivo Municipal de Plasencia