Hay caminos que se nos presentan con trampas ocultas a nuestra vista, la mayoría de nuestros trayectos elegidos son complejos en su consecución y exigen de una importante dosis de valentía y amor propio.
Y es que los viajes a nosotros mismos nunca se agotan, ya que todos ellos en diferente forma los emprendemos creyendo ser quienes somos y deshacernos de esta creencia es la gran asignatura que tenemos pendiente.
Esos muros construidos casi sin ser conscientes nos vuelven prisioneros de nosotros mismos; identificarlos es una tarea que nos lleva toda la vida, o más bien una de ellas, ya que podremos vivir otra nueva si conseguimos desenmascarar a aquellos fantasmas que en esa edad de la inocencia se disfrazaron de nosotros sin permiso.
Una vida tras la muerte, según mi propia experiencia y la de tantas personas, es la mejor oportunidad de ser quienes fuimos antes de este baile de máscaras, y es el regalo que se nos da para ser la mejor versión de nosotros mismos, sin fisuras.