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‘La caída’, de Raquel Forner. Grada 138. Arte. Inmaculada González

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Este mes quiero dar a conocer a una mujer que, sin ser española, supo transmitir la conmoción causada por la Guerra Civil, tal y como lo hizo Goya en 1808 con la Guerra de la Independencia, con el mismo realismo y la misma crudeza.

Raquel Forner nace en Buenos Aires, viaja por Europa con su familia y se enamora de España. Tal es así que en el momento de estallar la guerra del 36 llega a sufrir y sentir desde su Argentina natal el dolor de esta tierra, haciéndose eco en sus obras.

Con anterioridad a este hecho sus pinturas eran mucho más sosegadas, su trazo más armónico y menos convulso, pero a raíz de la contienda sus lienzos se convirtieron en una acertada herramienta de acusación social.

Impresionada por el devenir caótico europeo comienza una serie de lienzos denominados ‘El Drama’. Paisajes trágicos, densos y tierras yermas sostienen a personajes desgarrados en donde el color cede lugar a grandes contrastes de tonos. Apenas vestigios de árboles, arquitecturas o seres humanos dan fe de la devastación, la desolación y la desesperanza. El sentido dramático tiñe su obra en estos años. A partir de entonces su pintura será el testimonio de una conciencia estremecida por los infortunios de las guerras que azotaron el mundo en el siglo XX.

En una ocasión Raquel Forner afirmaba: “La guerra de España tuvo una influencia decisiva en mi pintura; con ella comenzó una serie de obras en las que los problemas individuales se transformaron en problemas de toda la Humanidad”. Su obra adquirió una mayor madurez, se enriqueció con grises y matices que suplantaron los colores puros de su primera época.

Para ella, la pintura le permitía reflejar la grandiosidad y miserias de un mundo apocalíptico.

En ‘La caída’ se condensan los momentos desesperados de la Humanidad enfrentada dolorosamente con la catástrofe, y al mismo tiempo denuncia la injusticia y la atrocidad de la guerra. Manos blancas e inocentes agujereadas por un arma, símbolo de todos los que sufren, manos cercenadas e inutilizadas para labrar la tierra. Muros teñidos de sangre. Un único árbol en todo el paisaje. Hombres colgados, muertos, descabezados. Y en último plano paracaídas, imagen de la continuación del conflicto, de la siembra de bombas que asolan, eliminan y destruyen al hombre.

Esta obra preconiza el ocaso y los colores oscuros y sombríos fortalecen el mensaje. Los elementos representan la caída del mundo; todo esto forma parte de un mensaje implícito: la esperanza de una próspera llegada de la paz.

Sin duda la autora quiso dejar constancia del momento histórico que vivió y lo expresó muy particularmente. Su gran preocupación desde entonces giró en torno al destino de las posteriores generaciones.

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