La experiencia habla siempre en su momento y deja por sentada realidades que ya intuíamos.
Y es que la verdad de todas las cosas se nos presenta casi siempre de manera silenciosa, sabiéndola, sospechándola, viendo cómo se acerca a nosotros en las peores tormentas.
Esto ocurre cuando comenzamos un proyecto; intuimos los resultados si sabemos con claridad cuáles son nuestras motivaciones, y estas deben ser coherentes con nuestro temperamento e ir alineadas con nuestros valores.
Cuando esto no ocurre no se consiguen los resultados esperados porque dejamos en el camino de ser nosotros mismos y convertimos ese noble propósito en la necesidad de ‘tener la razón’, esto es, tener más éxito que satisfacción personal.
Y es que no hay mayor logro que conseguir que todos nuestros viajes nos hagan felices, aunque para ello tengamos que cambiar el rumbo por habernos equivocado.