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Los 22 niños que vacunaron y salvaron al mundo (1803-1806). Matías Simón Villares

Los 22 niños que vacunaron y salvaron al mundo (1803-1806). Matías Simón Villares
Partida de la corbeta María Pita del Puerto de La Coruña
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“Majestad, o vacunamos a todo el mundo o esto no sirve para nada”

Por aquel entonces, finales del siglo XVIII, María Luisa de Parma tuvo 14 hijos de las 24 veces que estuvo embarazada, aunque solo siete llegaron a edad adulta. En todo el Estado y territorios de Ultramar, incluso en todo el mundo, la viruela diezmaba la población. El todopoderoso rey de España Carlos IV y su esposa María Luisa habían perdido también a su hija María Teresa con 3 añitos.

“Majestad, tenemos que hacer algo o moriremos todos”. Fue lo que le dijo del doctor Balmis al rey en la primavera de 1801.

“La única solución es vacunar y vacunar, ya que o se vacuna todo el mundo o esto no sirve para nada”, le dijo aquel médico militar, botánico y valiente, al rey.

Carlos IV hace un gesto y ordena que se acerque Manuel Godoy, su todopoderoso secretario. “Pues a vacunarse todo el mundo, y quien se niegue a las mazmorras”, sentenció el monarca.

Así se gestó la idea de la primera vacunación masiva llevada a cabo en todo el mundo. Pero había que ponerse en marcha, y todo gracias a que unos años antes el gran médico británico Edwar Jenner había investigado y publicado que los seres humanos podían vencer a la viruela si eran contagiados por el virus de la viruela de las vacas, ya que si se inoculaba el virus en la población se podía conseguir la cura de la enfermedad que tantísimo estaba diezmando a las poblaciones de todos los territorios.

Pero la cosa no quedó ahí, y toda vez que se inicia la vacunación masiva en el territorio peninsular se plantea llevarla también a los territorios de la Nueva España. Había que cruzar el Atlántico y, queridos lectores, entonces las técnicas para conservar el suero de vacunación eran muy diferentes a las de ahora, ya que no había cámaras de refrigeración. Para ello lo que se hacía en Europa era empapar algodón en rama con el suero, ponerlo entre dos placas de vidrio y sellarlo con cera; pero en la larga travesía hasta llegar a las Américas esta técnica supondría saltarse, con mucho, la fecha de caducidad.

Es ahora cuando el médico Francisco Balmis de Berenguer gesta la idea de lo que será una de las expediciones más extrañas, surrealistas, innovadoras y heroicas jamás llevadas a cabo hasta entonces, y tan solo comparable al descubrimiento de América ocurrido 300 años antes.

Actualmente vivimos una situación de pandemia con motivo del Covid-19, y que ahora pongamos en valor aquella gesta de hace 220 años para que todos conozcamos y reconozcamos a la llamada Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, queridos lectores, nos pone a todos los pelos de punta.

El rey Carlos IV, oído el Consejo de Indias y de Hacienda, pone a disposición del médico Balmis todos los medios económicos y humanos de la Corona para que planifique y lleve a cabo aquel reto pionero en la historia universal de la medicina.

Balmis no duerme, piensa y piensa cómo trasladar la vacuna a América; él conocía que los ingleses ya lo habían intentado empleando vacas como ‘maletas recipientes’, pero cruzar todo el inmenso Atlántico, con sus duras condiciones y el tiempo que se tardaba en la travesía, impidió su éxito.

Balmis concluía que la enfermedad tenía una respuesta más rápida en los niños y, después de muchos días dándole vueltas, sin apenas comer ni dormir, el genial médico alicantino propuso que la vacuna debía trasladarse a través de humanos, y más concretamente niños.

Muchos pensaron que este bravo médico, militar y botánico había perdido la cabeza. Carlos IV confía ciegamente en Balmis y el médico se traslada a La Coruña, donde estaba ubicado el orfanato Casa de Expósitos de la ciudad, el cual es dirigido por la enfermera Isabel Zendal.

Se entrevista con ella e Isabel le cuenta que la viruela también se había llevado a su madre cuando ella tenía tan solo 13 años, lo que le hizo dedicarse al cuidado de los niños. El médico Francisco Balmis queda vivamente impresionado de la fortaleza, disposición y calidad humana de esta gran enfermera, que también pasaría a formar parte de la historia. La expedición permitiría a Isabel Zendal iniciar una nueva vida en América, ya que era madre soltera.

Que se empleara a niños para que la vacuna llegara fresca a América suscitó debate y controversia en la sociedad de la época, y para aplacar en la medida de lo posible ese debate fue que también formara parte de la expedición la enfermera Isabel Zendal, para que en todo momento fuese la responsable del cuidado y bienestar de aquellos niños en aquella larga travesía en la que estaban llamados a salvar a millones de personas.

Seis niños venidos de la Casa de Desamparados de Madrid, cinco llegados de Santiago y 11 del orfanato de La Coruña que dirigía Isabel hacen un total de 22, con edades comprendidas entre 3 y 9 años, entre los que se encontraba Benito, un hijo de la propia Isabel que tuvo de soltera. Ellos, aquellos niños, tan pequeños y desvalidos, sin saber su destino, estaban destinados a salvar al mundo.

Para obrar aquel milagro de que llegaran los sueros ‘frescos’ de la vacuna a los territorios de Ultramar el plan era que Balmis, durante la travesía, inocularía el virus a los niños por parejas, cada diez días, evitando que, de hacerse de manera individual, un falso anidamiento pudiera malograr toda la expedición.

Así las cosas, con una expectación inmensa, un 30 de noviembre de 1803 la expedición zarpó desde La Coruña en la corbeta María Pita al mando del capitán Pedro del Barco. Viajan a bordo 37 personas: los 22 niños, dos practicantes, cirujanos, barberos, tres enfermeros y los marineros.

En el viaje dos niños perdieron la vida a manos de la enfermedad. Un tercero lo haría antes de llegar a México. Los otros 19 jamás volverían a España, sino que quedaron en custodia del obispo de Puebla y posteriormente acogidos por algunas familias de México. La enfermera Isabel Zendal tampoco regresaría; trabajó en el hospital San Pablo de Puebla, en México, y allí falleció.

El doctor Balmis tiene 50 años e Isabel 32. Llegan a Santa Cruz de Tenerife, donde pasan un mes vacunando. Los niños respondían bien al tratamiento y con el pus extraído que provocaba la vacuna los médicos obtenían material para inmunizara a miles de personas.

Llegan a Puerto Rico el 8 de febrero de 1804. Al mes siguiente viajan a Venezuela. La expedición se divide en dos grupos; el primero, con su responsable el cirujano José Salvany, mano derecha de Balmis, se dirigió a vacunar por América del Sur, donde en 1810, en Bolivia, falleció, estando vacunando durante siete años hasta el último momento; el segundo grupo vacuna en el Caribe, Centroamérica y norte del continente: Texas, Arizona, Nuevo México y California.

Balmis se hace otra vez a la mar y pone rumbo a las Islas Filipinas, China (Macao y Cantón) y África (isla de Santa Elena), regresando a España el 7 de septiembre de 1806, donde Carlos IV lo colmó de honores.

Había dado la vuelta al mundo en tres años vacunando y vacunando. El resto de su equipo vacunaría durante siete años más. Donde llegaban creaban la Juntas de Vacunación, con lo que se consolidó un sistema de vacunación que permitió inmunizar a millones de personas.

En la guerra de independencia los franceses asaltaron la casa del doctor Balmis en Madrid, desapareciendo su ‘diario de a bordo’, con lo que se perdió una información valiosísima.

Con este artículo queremos dar visibilidad y reconocimiento y poner en valor a aquellos niños, aquellos héroes que sin saber donde iban salvaron a millones de personas, así como aquella expedición de la vacuna que constituyó todo un hito en la medicina de aquellos tiempos.

En 2003, con motivo del bicentenario de la expedición, se colocaron 22 placas en La Coruña, mirando al mar. Pero ellos, aquellos 22 niños, se merecen esto y muchísimo más. Vamos a nombrarlos, vaya si se lo merecen: Vicente Sale (3 años), José Manuel María (3 años), Jacinto (6 años), Domingo Naya (8 años), José María (6 años), Andrés Naya (8 años), Nicolás de los Dolores (3 años), Antonio Veredia (7 años), Cándido (7 años), Clemente (6 años), Francisco Antonio (9 años), Francisco Florencio (5 años), Gerónimo María (7 años), José (3 años), Juan Antonio (5 años), Juan Francisco (9 años), Manuel María (3 años), Martín (3 años), Pascual Aniceto (3 años), Tomás Melitón (3 años), Vicente Ferrer (7 años) y Benito Vélez (9 años e hijo de Isabel Zendal).

En 1980 la Organización Mundial de la Salud da por erradicada la enfermedad de la viruela, que se había llevado por delante a 300 millones de personas. Aquellos 22 niños, aquel médico, aquella enfermera y aquella expedición han salvado la vida de 1.500 millones de personas; casi nada.

Matías Simón Villares. Profesor e investigador

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