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Los nombres de nuestros antepasados: Coria. Grada 152. Julio Esteban Ortega

Los nombres de nuestros antepasados: Coria. Grada 152. Julio Esteban Ortega
Foto: Cedida
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Un nombre poco común entre nuestros antepasados es Coria, que forma parte de una familia de antropónimos indígenas, con el mismo radical, exclusivos de las regiones galaico-lusitanas, como Coracilla, Corcoro, Coriana, Coropoto, etc.

Coria está concentrado principalmente en la provincia de Cáceres, donde han aparecido inscripciones repartidas por las localidades de Abertura, Aliseda, Coria, Herguijuela, Valverde del Fresno y en la propia capital, Cáceres; aunque también se conoce otro testimonio procedente del distrito portugués de Guarda.

Más raro es otro de estos nombres, Coracilla, documentado solamente en dos inscripciones halladas en la cacereña Coria y en la portuguesa Felgar (Torre de Moncorvo, Braganza). Al igual que Corcoro, que cuenta también con dos testimonios en epígrafes hallados en las localidades cacereñas de Madrigalejo y Serradilla. Y más raro aun son Coriana y Coropoto, documentados en sendos epígrafes procedentes de las localidades también cacereñas de Villamesías y Torrejón el Rubio.

Nada tiene que ver la etimología del nombre de persona Coria con el del topónimo ‘Caura-Caurium’, que da nombre al municipio cacereño de Coria. El primero deriva de una raíz con el significado de guerra o ejército, mientras que el segundo estaría relacionado con nombres de río o con un sentido de elevación, por lo que Coria sería la ciudad elevada sobre el río Alagón. No se han encontrado restos arqueológicos de época romana bajo el solar del actual municipio, pero aún se conserva un importante número de inscripciones de esta época, muchas de las cuales sirvieron para edificar las impresionantes murallas que todavía se mantienen en pie.

En la inscripción de la fotografía que acompaña al texto se conmemora a la difunta Coria, hija de Alluquio, un individuo que porta un nombre también lusitano muy común por estos lares. Se encargó de hacer el epitafio su hijo Mailo, cuyo nombre, igualmente lusitano, hemos tenido ocasión de tratar en un número anterior de la revista, al igual que el del progenitor de la difunta.

Se confirma una vez más la Epigrafía como la fuente principal para el conocimiento de la onomástica y la toponimia de los pueblos que habitaban la Península Ibérica en la Antigüedad, y sin cuyo concierto estos nombres habrían permanecido en el olvido para siempre.

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