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Música y tiempo. Grada 170. Belén Naya

Música y tiempo. Grada 170. Belén Naya
Foto: Unsplash. Simon Noh
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Es curioso comprobar cómo el paso del tiempo influye sobre nuestros gustos musicales, y a la vez, cómo identificamos la música de cada época con nuestras propias vivencias. Si preguntamos a cualquiera de nuestros amigos de cierta edad, o hasta a desconocidos transeúntes, si la música que escuchan es la misma que la que escuchaban hace unos años, seguramente todos contestarán que no, porque cada individuo va incorporando, según madura, nuevas elecciones, nuevos estilos, nuevas melodías, y sus gustos van variando. Incluso en ocasiones, una misma música, en diferentes momentos de nuestra vida, no nos inspira los mismos sentimientos.

Y es que con la música nos ocurre como con las lentejas o las alcachofas: las odiábamos de pequeños, y de grandes hasta rebañamos el plato. Porque el tiempo transforma nuestras preferencias, y nuestros gustos musicales no son ajenos al cambio.

Pero si a esos mismos amigos les preguntamos por la música que ha marcado sus vidas, casi con igual seguridad comprobaremos que para todos ellos existen melodías que evocan, una a una, todas las etapas de su existencia. Por ejemplo, la mayoría de nosotros conservamos en nuestro subconsciente, grabada a fuego, la música de nuestra infancia: la nana que mamá nos cantaba al acostarnos, la sintonía de aquel programa de radio o, para los más jóvenes, del de televisión que endulzaba nuestras meriendas, por dudosa que fuera su calidad. ¿Quién no salta de alegría cuando, en una de estas reposiciones televisivas que de vez en cuando rellenan las parrillas, escucha la sintonía de ‘Un globo, dos globos, tres globos’, o las canciones de ‘Los Payasos’, las de ‘Parchís’, o las de ‘Barrio Sésamo’? ¡Es oírlas y se nos ilumina el alma!

Por no hablar de la música que aderezó nuestra adolescencia. Quien más quien menos, todos rememoramos nuestros años de guateque, o de discoteca, o de movida (según el caso) cuando suena la música que les sirvió de banda sonora, esa que acompañó nuestro primer baile, o nuestra primera fiesta con los amiguetes, o nuestro primer beso.

Y cuando retomamos todas esas melodías, es como si detuviéramos el tiempo, o como si regresáramos a uno pasado, reviviendo aquellas experiencias inolvidables. La música crece con nosotros, y como el propio ser humano, no es un concepto estático, sino que evoluciona y cambia con el discurrir de los años en función de las modas, de las necesidades sociales e individuales. Pero, a pesar de esos cambios, a pesar del tiempo, permanece, compañera, incansable a nuestro lado e incondicional durante toda nuestra existencia; porque, como dijo Nietzsche, “la vida, sin música, sería un error”.

Belén Naya. Natural de Vitoria. Licenciada en Filología Románica y profesora superior de piano

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