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Pasado con memoria (VI)

Pasado con memoria (VI)
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El pasado retorna a nuestra memoria cada vez que echamos un sueñecito.

El derecho de asiento
Según recoge la Wikipedia un asiento era un documento, que se incluía en algunos tratados de paz, por el cual un conjunto de comerciantes recibía el monopolio sobre una ruta comercial o producto.

Al igual que el estanco, el asiento era una licencia emitida por la Corona española, pero en la cual un grupo de comerciantes y no individuos recibía el monopolio en una ruta comercial o producto.

El significado general de asiento (del verbo español sentar, sentarse, y esto del latín ‘sedere’) en un contexto comercial significa “contrato, acuerdo comercial”. En palabras de Georges Scelle, era “un término en el derecho público español que designa todos los contratos realizados con fines de utilidad pública… entre el gobierno español y particulares”.

En muchos casos, un asiento en forma de financiación en el caso de economías de escala daba como fruto una compañía privilegiada (del italiano ‘compagna’), que era una compañía comercial cuyas actividades gozaban de la protección del Estado mediante un privilegio especial, que, aunque no siempre conformaba un monopolio total, establecía en la mayoría un monopolio natural a manos del Estado. Su existencia se remonta al siglo XIV en Italia, destacando la Compañía de Génova, Compañía Británica de las Indias Orientales, la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales o la Casa de Contratación de Indias en Sevilla.

Se incluyeron en algunos tratados de paz. El asiento más controversial fue el llamado ‘asiento de negros’, aunque también existieron el ‘asiento de tintes y colores’, más tarde transformado en estanco, entre otros.

En España destacaron especialmente los asientos otorgados a los genoveses, en continua confrontación con la Corona de Aragón.

Un ejemplo de ello fue el pago de una tarifa, otorgando permiso legal para vender un número fijo de africanos esclavizados en las colonias españolas. Generalmente se vendían a extranjeros, principalmente portugueses. También se los consideraba un activo tangible, comparable a la agricultura fiscal, y una fuente de ganancias para la Corona española. El ímpetu original para importar africanos esclavizados fue aliviar a los habitantes indígenas de las colonias americanas ante las demandas laborales de los colonos españoles.

Un ejemplo de acuerdo internacional fue el ‘Asiento de Negros’, un monopolio sobre el comercio de esclavos desde África y la América hispana, y que se otorgó a Inglaterra por medio del Tratado de Utrecht al terminar la Guerra de Sucesión Española (1713) como compensación por la victoria del candidato francés Felipe V. Con este tratado se fijaba que, anualmente, Inglaterra tenía el derecho de traficar con 4.800 esclavos negros, y todo esto, durante un periodo de 30 años.

El sistema de asientos se estableció tras la colonización española en el Caribe, cuando la población indígena sufría un colapso demográfico y los españoles necesitaban otra fuente de trabajo. Inicialmente, unos pocos africanos cristianos nacidos en Iberia fueron transportados al Caribe. Pero a medida que el colapso demográfico indígena continuaba y crecían los opositores a la explotación española del trabajo indígena, incluido el de Bartolomé de Las Casas, el joven rey de los Habsburgos Carlos I permitió la importación directa de esclavos de África (negros bozales) al Caribe. El primer asiento para vender esclavos se elaboró en 1518, otorgando a un favorito flamenco de Charles, Laurent de Gouvenot, un monopolio en la importación de africanos esclavizados durante ocho años con un máximo de 4.000. Gouvenot vendió rápidamente su licencia a comerciantes genoveses en Andalucía por 25.000 ducados.

La Corona controlaba tanto el comercio como la inmigración al Nuevo Mundo, excluyendo judíos, conversos, musulmanes y extranjeros. Los esclavos africanos se consideraban mercancías, y su importación estaba regulada por la corona. España no tenía acceso directo a las fuentes africanas de esclavos ni la capacidad de transportarlos, por lo que el sistema de asientos era una forma de garantizar un suministro legal de africanos al Nuevo Mundo, lo que generaba ingresos para la corona española.

Y, para terminar, un disparate que escribió un escolar de Secundaria cuando el profesor le hizo la pregunta: En el siglo XVIII España concede a Inglaterra ‘El derecho de asiento’. ¿De qué se trataba?

-Que los ingleses se pudieran asentar en España – repuso el citado escolar.

Crédito de la imagen

Cachopines de Laredo
Según el Diccionario de Autoridades de 1729, ‘cachupín’ era el español que moraba en las Indias, que en Perú llamaban ‘chapetón’, y ‘gachupín’ en Ecuador, Bolivia y el mismo Perú, derivados de un apellido de hidalgo español, los Cachopines, naturales de Laredo (la actual Cantabria), familia compuesta por nobles y militares que presumían orgullosos por pertenecer a un linaje de pura sangre española, circunstancia que los caracterizaba como prepotentes, pasando a usarse coloquialmente con sentido despectivo o irónico, según el contexto donde se incluyera el término.

Cervantes se burla de los Cachopines de Laredo en la primera parte de El Quijote, en el capítulo XIII:

“Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo”, respondió el caminante, “no lo osaré yo poner con el del Toboso de la Mancha, puesto que, para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no ha llegado a mis oídos”.

Y en la comedia ‘La Entretenida’ hace decir a una fregona linajuda:

“¿No soy yo de los Capoches de Oviedo? ¿Hay más que mostrar?”.

También aparecen registradas las formas ‘cachopín’, ‘gachapín’, ‘gachupino’, ‘cachupín’, ‘cachupino’ y ‘cachupinito’, que recoge Góngora en una de sus ‘Letrillas sacras’ como epíteto para el Niño Jesús: “A voz el cachopinito cara de roza, la palma oz guarda hermoza del Egito”.

Falsas creencias
Son muchos los conceptos y los sucesos que de una u otra forma, o por un motivo u otro que no viene a cuento analizar aquí, han llegado hasta el presente sembrando el error entre quienes, de una forma u otra, se interesaron por ellos. He aquí algunos ejemplos:

Es falso que el famoso soldado de Maratón que corrió desde el campo de batalla hasta Atenas para comunicar la victoria contra los persas hiciera el trayecto de 40 kilómetros en dos días. Fidípido, que así se llamaba el famoso soldado, fue enviado antes de la batalla a Esparta, y no a Atenas, al objeto de informar sobre la llegada de los persas y solicitar más ayuda a las ciudades griegas. Corrió 240 kilómetros en dos días. Al menos eso es lo que cuenta el historiador Heródoto.

Tampoco es cierto que las personas suban tres veces a la superficie antes de hundirse definitivamente y ahogarse. En trance semejante cualquier cuerpo humano asciende, porque este pesa poco más que el agua, máxime si es impulsado por los movimientos desesperados y angustiosos con brazos y piernas de quien se está ahogando. Y solo cuando el cuerpo ha aumentado de peso, por habérsele llenado el estómago y los pulmones de agua, se va al fondo, donde permanecerá si en la caída se da un golpe en la cabeza con cualquier objeto duro.

Igualmente es erróneo que Isabel I de Castilla, la Católica, jurase seguir con la misma camisa hasta no conquistar Granada. Quien sí parece que hizo tal juramento (el de no cambiarse de camisa) fue Isabel Clara Eugenia, emperatriz de Austria, que pospuso tal cambio hasta el día en que tropas austriacas conquistaran la ciudad de Ostende. Y ello llevó tres años…

También es falso que el capitán Robert Lewis, piloto del B-29 que lanzó la primera bomba atómica sobre Hiroshima, ingresase en un convento trapense, arrepentido de la atrocidad que había provocado. Una vez terminada la guerra, Lewis se reincorporó a la fábrica de confitería de Nueva Jersey donde antes de ser movilizado ocupó el cargo de jefe de personal.

Hasta hace poco fue creencia generalizada que el médico español Miguel Servet murió en la hoguera el 27 de octubre de 1553 por haber divulgado sus descubrimientos sobre la circulación de la sangre. Falso. Servet fue víctima del fanatismo religioso de Calvino, el reformador suizo, que le hizo quemar vivo junto con su libro ‘Christianismi Restitutio’. Por cierto, el suplicio se prolongó más de lo acostumbrado porque la leña empleada en la hoguera estaba húmeda y no ardía bien.

Tampoco es cierto que la guillotina fuese inventada por el doctor Guillotin, ni que fuese uno de los muchos que probaron los efectos del invento. En realidad, no se sabe quién fue el inventor del aparatito en cuestión. Se sabe que en la Italia del siglo XVI hubo ya uno parecido, llamado ‘mannaia’, y que la primera guillotina francesa fue la de los señores Schamidt y Clairin, que el doctor Louis empleo para decapitar carneros. Este mismo doctor presentaría en 1792 a la Asamblea Nacional el aparato, que lo aceptó como medio rápido de ejecución.

El doctor Guillotín, por su parte, se había limitado a pedir en 1789 en la Asamblea francesa el mismo género de suplicio para todos los reos. Y murió en su cama en 1814, lamentando que tan sangriento artilugio llevara su nombre.

Es una equivocación sumamente generalizada creer que todos los rayos caen del cielo a la Tierra. Está comprobado que el 95% salen de la tierra hacia la nube, y que solo el 5% restante baja de la nube a la Tierra. Otras descargas van de nube a nube. La chispa se origina siempre en el punto donde haya menor potencial eléctrico. También es falsa la creencia de que los rayos no caen nunca en un mismo lugar. En la azotea del Empire State Building de Nueva York viene registrándose una media de 500 caídas al año. El récord está en 15 rayos caídos en 14 minutos.

El huso y la rueca
Se cree que acaso la industria más antigua que se conoce sea la de hilar con esos instrumentos. Homero habla ya de ruecas doradas como regalos a encumbrados personajes personajes del bello sexo.
Salomón, en sus Proverbios (XXXI, 19-24) ya mencionaba la rueca como cosa antigua cuando dijo que “puso sus manos en el huso y sus manos se sirvieron de la rueca”, pues según parece las mujeres indias hilaban así desde tiempos muy antiguos.

En los relieves descubiertos en las tumbas egipcias de Beni Hassan se encontraron figuras de ambos sexos hilando, con una rueca y dos husos, uno en cada mano, habilidad que no demostraron los pueblos posteriores. Los husos de los egipcios tenían la ruedecita ‘llum’ en la parte superior, la misma disposición de los husos que se ven en algunas figuras pompeyanas. Es de notar en estas figuras que no se servían de la rueca para hilar.

Entre los griegos era creencia que Minerva, la protectora de las bellas artes útiles, había sido la inventora de la rueca y el huso; y cuenta Apolodoro que se la representaba a veces con una lanza en la mano derecha y una rueca y un huso en la izquierda.

Plinio dijo haber visto la rueca de Lucrecia, esposa de Tarquino, que se conservaba en el templo de Laugus, y el traje real que hizo para Servio Tulio, que se guardaba en el templo de la Fortuna. Según el mismo Plinio, era costumbre en las bodas que la novia llevase una rueca y un huso con lino en disposición de hilar. El mismo habla de una ley antigua de Helia que prohibía usar la rueca fuera de la puerta de casa, pues se consideraba de mal agüero encontrarse con una mujer ocupada en hilar al aire libre. Esta preocupación se tuvo también en Francia, sin duda por haberla heredado de los romanos, quienes representaban a las Parcas hilando el hilo de la vida y cortándole; Marcial las llama ‘laruficeesorores’.

Las monedas de Tarento representan a Tares con una rueca aplaudiendo a la manufactura de paño de color púrpura, tan floreciente en la antigua Calabria.

La antigua ley sálica se expresaba en Francia vulgarmente de este modo. La corona francesa nunca recaía en la rueca (o el lirio no hila), para indicar así la exclusión de las hembras para reinar. El torno de hilar fue inventado en Brunswick en el siglo XVI, y la rueda se movía con el pie, como pintó Goethe a la Margarita de Fausto.

Navarro sigue diciendo que en todos los pueblos del Norte hubo supersticiones o leyendas sobre las ruecas y los husos. La cintura de Orión (las tres estrellas centrales de esa constelación) se llamaba en Noruega la rueca de Frigga. En este pueblo creían que no se debía hilar los martes por la noche y, en Dinamarca, ni los sábados por la noche ni ninguno de los días que mediaban entre Navidad y Año Nuevo. En la revolución inglesa y en muchos movimientos políticos de ese país fue muy popular una canción que empezaba con estos versos:

Era Adán labrador, y Eva hilandera,
¿y quién, de sangre azul, entonces era?

Lo cual da idea de la antigüedad que suponían a estas dos industrias. En algunas catedrales de la Edad Media se ve a Eva con una rueca, después de la expulsión del paraíso.

La rueca no solo se ha usado por las clases modestas de la sociedad, sino por damas muy distinguidas, hasta en tiempos relativamente modernos. Juana de Borgoña, esposa de Felipe de Valois, fue enterrada en Saint-Denis con un huso y una rueca. En Alemania fue costumbre colgar una rueca sobre sepulcros de señoras aristocráticas, del mismo modo que un yelmo y una espada era el emblema de los sepulcros de los caballeros. Todavía en el siglo XVI eran emblema de los dos sexos la rueca y la espada, pues se ve en la catedral de Maguncia un sepulcro con efigie de un juez y sus 11 hijos, y las imágenes de los varones llevan cada uno su espada y las de las hembras una rueca.

En algunos conventos de monjas fue de regla el uso de la rueca, para evitar los efectos perniciosos de la ociosidad. Cuentan de la fundadora Santa Berta que trazó en el suelo con una rueca la línea que había de seguir una acequia de riego, que pudo mandar abrir a costa de las ganancias procuradas hilando en su convento.

Banquete revuelto
Este fue el que se organizó con motivo de las bodas entre Felipe V de España y María Luisa de Saboya. Durante el banquete un grupo de cortesanos franceses invitados al evento vociferaron y protestaron sin el menor reparo hacia la real pareja porque en él se ofrecieron únicamente platos de la cocina española, cuando según ellos se había acordado que en el menú hubiera platos típicos de ambos países y, principalmente, de la refinada cocina francesa. Mientras la joven reina se deshacía en llantos, su real esposo, neutral en la contienda suscitada, voceaba igualmente, sin intentar calmar a su real esposa

Frases con fundamento
A veces se escuchan frases no exentas de humor y malicia que te hacen sonreír. He aquí una pequeña muestra.

-Pues sí; me casé con una romana y ahora me pesa.

– Aquel obispo decía: “Yo fumo en pequeñas ‘diócesis'”.

– Si el trabajo es salud ¡que viva la tuberculosis!

– Esta niña fue pequeña.

– Sin que sirve de alusión, hay personas y hombres casados.

– Aquel que habla bien, conserva su dentadura.

– Ojos que no ven, gabardina que te llevan.

– Gaudencio: Dime una mentira: ¿Es este tu hijo?

– Como aquella corrida no se ha visto otra. Rejoneó un caballo negro que ¡olé!

– ¡Qué buena está esa tía! Lo malo es que va al water como la más fea. Nada es perfecto.

– En primavera está buena hasta la mujer propia.

– Esta vida es una polla. Y algunos se chupan cada vida.

– La vida es un bocadillo y cada cual le pega el mordisco por donde puede.

– ¡Niña! Hueles a caramelo. ¡No sé cómo no te da miedo salir a la calle!

– ¡Si a mí no me importa perder en el juego! ¡Es por la cara de gilipollas que se me queda!

– Esta nena estaría bien en esquema, pero se quedó solo en proyecto.

– Cuando los hijos joden, bien jodidos están ya los padres.

– Figúrense si sería tramposo el tío que cuando se inventó la luz debía ya diez recibos.

– Alguien dijo de un charlatán de feria: “Pues de chico querían cambiarlo por una radio, porque no hablaba”.

– Oye, Pepe: tu mujer nos engaña.

Un concejal olvidadizo
La venida de la democracia y la aparición de los partidos políticos en los consistorios españoles hizo que, al principio, algunos concejales se sintieran desorientados a la hora de votar alguna resolución, sorprendiéndose de que el partido mayoritario sacaba siempre adelante sus propuestas, mientras las de la oposición eran rechazadas.

En un pueblo extremeño sucedió algo parecido. El concejal era del PSOE y cuando ya llevaba más de una sesión viendo cómo sus proposiciones eran rechazadas por la mayoría del PP, exclamó: “¡Oye! Esto no puede ser así. Habrá que cambiar las normas, porque si no, ganáis vosotros siempre”.

Pero lo curioso era que dicho concejal había formado parte de aquel Ayuntamiento bastantes años antes de que se instaurara la democracia, y que, por tanto, era de suponer que conociese, aunque solo fuese rudimentariamente, el funcionamiento de una Corporación municipal.

La imaginación que no falte
Según los epicúreos, las estrellas se extinguían en el occidente para ser encendidas de nuevo, al día siguiente, en el Oriente. Cleómedes, astrónomo griego conocido principalmente por su libro ‘El movimiento circular de los cuerpos celestes’, hace referencia a una vieja tradición de su tiempo, según la cual los habitantes de Iberia (nuestros ancestros) oían todas las tardes el ruido que el Sol, en incandescencia, producía al sumergirse en las aguas del océano Atlántico.

Un enemigo de los conversos
Escribe Américo Castro en ‘Aspectos del vivir hispano’ (páginas 137-139) que en 1555 murió en Segovia Diego de Peralta, dejando tras de sí a seis hijas por casar. En su testamento la preocupación mayor de aquel acomodado segoviano fue que sus hijas no tomaran como esposos a cristianos nuevos. “Es sorprendente cómo se sabía en la España de entonces quién era cada quién y cómo se tenía en cuenta la limpieza de sangre sesenta y tres años después de expulsada la casta indeseable”, continúa el Sr. Américo.

El hidalgo segoviano pasa revista nominal en su testamento a sus posibles “yernos póstumos, de sangre impura”. Así, menciona a Crispín de la Torre, que vino huido de Burgos; Pedro de Castro; Damián Sánchez, cuyo abuelo se enriqueció como “tesorero de aceite”, y cuyos hijos emparentaron con muchos linajes buenos, no obstante venir los Llorente de moriscos, de la gente baja y ruin de Granada; Pedro Suárez de Torre, mercader de paños, descendiente de judíos; Juan Alonso Cimbrón, que tomó este apellido dado por un hidalgo a don Roque Martínez, judío; Francisco de Losada, nieto del doctor de la Calera, cuyo sambenito estaba en San Pablo de Valladolid; Alonso García, que descendía de un inglés hereje; Pedro Izquierdo, descendiente del judío que, cuando crucificaron a Cristo, “llevaba delante de la cruz la trompeta, y la iba tocando”.

Américo Castro añade que en el testamento aparecen otros nombres, aunque el testamentario, además de gran celo genealógico, poseía un ánimo bélico que quiso extender más allá de su muerte. He aquí sus palabras: “Digo y declaro que yo tengo una heredad junto a la iglesia de Nra. Sra. De la Fuenfrida, que se llama del Val de Terago, la cual linda con otra heredad de Diego de Porres. Mando que luego de mi hazienda se compre un cavallo para que un hombre ande continuamente en él, y se le pague su ocupación y trabajo conforme al asiento que con él se hiziere; y traiga siempre una lanza para que defienda que el dicho Diego de Porres, ni sus hijos ni deudos, entren en la dicha mi heredad, ni usen ni se aprovechen de ella. Y si intentaren entrar en la dicha mi heredad quales que de ellos, haviéndoles pedido primero con cortesía que salgan de ella, y no lo queriendo hazer, los alance con ella, y haga de tal suerte que no entren ni usen más de la dicha mi heredad; porque como son mis enemigos declarados, por cierto que después de mi muerte intentarán hacer todo el mal que les fuere posible”.

Y Américo Castro concluye: “Magnífico ejemplo de gesto y actitud más allá de la tumba, de un hombre cuya intimidad consiste simplemente en un furor voluntarioso, referido a un mundo de mitos y convenciones”.

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