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Pasado con memoria (XI)

Pasado con Memoria XI
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Sigamos con la memoria…

El buen soldado Švejk

Se trata de una novela satírica inacabada, del escritor checo Jaroslav Hašek, publicada entre 1921 y 1922 con el título original de Las maravillosas aventuras del buen soldado Švejk durante la Guerra Mundial. Gran parte de los hechos narrados son sucesos reales sucedidos a Josef Hašek – un soldado checo veterano – o de los que tuvo noticias directas, durante la Primera Guerra Mundial.

Como se sabe, la contienda comenzó tras el asesinato del archiduque Fran-cisco Fernando de Austria – heredero de la corona del Imperio austrohúngaro – y su esposa la duquesa Sofía Chotek , el 28 de junio de 1914 en Sarajevo y la historia se centra en el transcurso del primer año de guerra.

Švejk, que hablaba con otros parroquianos, es detenido por un miembro de la policía secreta por haberse atrevido a pronosticar que por tal suceso habría guerra. Tras ser interrogado en la comisaría pasa a un tribunal médico que lo interna en un manicomio, donde vive plácidamente hasta que – finalmente – es puesto en libertad sin cargos.

A continuación, es reclutado por el ejército austrohúngaro y protagoniza di-versas aventuras en diversos lugares en su marcha hacia el frente, mostrando dudas acerca de su posible estupidez, aunque él mismo presumía de que había sido decla-rado oficialmente idiota mientras cumplía el servicio militar.

La novela se interrumpe de forma inesperada antes de que Švejk llegue a participar en la contienda.

Ponerse morado

Esta expresión tiene su origen en la medicina, en una enfermedad llamada “cianosis”. Cuando una persona hace una comida copiosa – ha comido hasta hartar-se con gran satisfacción– puede tener problemas por falta de oxígeno en la sangre, lo que le provocaría que el color de la piel o de la membrana mucosa tome una colora-ción rojo-azulada.

Actualmente la expresión hace referencia a la satisfacción y felicidad obtenida tras haber comido copiosamente.

También suele decirse “Se ha puesto como el quico”, con igual significado. Aunque no se sabe a ciencia cierta si el Quico existió realmente o se trata de un per-sonaje inventado. Hay quien ha apuntado que el Quico fue un gitano sevillano que un día tuvo que ser ingresado en un hospital después de una gran comilona que le cau-só una indigestión que – finalmente – le causó la muerte.

Poner pies en pared

El diccionario de la Real Academia Española dice que “poner alguien pies en pared es ‘mantenerse con tenacidad en su opinión, insistir con empeño’”. Pero ¿qué relación guarda el hecho de poner los pies en una pared con el de manifestar tenaci-dad? O, dicho de otro modo: ¿Cuál es el origen de esta misteriosa frase? Pues bien, aquí va la explicación: Esta frase proviene de un antiguo juego de muchachos, el cual consistía en clavar en una pared a bastante altura del suelo una soga y trepar todo lo que se pudiera, asiéndose de ella y con la ayuda del apoyo de los pies en la pared, como si se caminara. La fiesta y risa de los circunstantes estaba asegurada por los batacazos que se daban los jugadores. También se practicaba sin soga, venciendo aquél que tocaba más alto en la pared con la punta del pie.

Ponerse las botas

Hoy en día utilizamos la expresión ‘ponerse las botas’ para indicar que se ha comido mucho y en abundancia o como sinónimo de enriquecerse o aprovecharse de algo, también abundantemente.

El origen de la frase lo encontramos al unísono con el nacimiento de este tipo de cal-zado, generalmente de cuero, que en sus inicios era de uso exclusivo de las clases más altas y pudientes.

Los caballeros, que iban provistos de sus botas y sus pies bien resguardados del frio y la suciedad del suelo, eran los que mejor comían y hacían los grandes negocios. Por el contrario, el pueblo llano y sin recursos usaba como calzado las sandalias, al-pargatas o sencillos zapatos (en el mejor de los casos).

De ahí que se vinculase el hecho de ponerse – calzarse –s las botas con el de tener y/o conseguir algo en abundancia.

Beber los vientos

Se trata de una expresión que hace alusión a una persona que está muy enamorada de otra e incluso por algo que puede serle inalcanzable.
Según Gonzalo Correas – Vocabulario de refranes y frases proverbiales y otras formas comunes de la lengua castellana –: “beber los vientos y los elementos: dícese de un enamorado, bebe los vientos por fulano, y del que anda en pretensión que mucho desea”

Por su parte, Julio Cejador – Historia de la lengua y literatura castellana – es-cribe que se refería a los perros de caza venteadores, que – al olfatear el aire en bus-ca de la presa – parecía como si lo estuvieran bebiendo. Se utilizaban tanto en las monterías – caza mayor – también en la caza menor.

Por su parte, Francisco Gregorio de Salas, en sus Poesías serias y jocosas, satiriza a cierto sujeto que frecuentaba una taberna más que por beber, por enamora-do de la tabernera:

Con diferentes intentos
que a beber viene imagino
por él en sus pensamientos
por el vaso bebe vino
pero por ella los vientos.

De la administración y sus funcionarios

En su divertida obrita El digesto no indigesto del abogado y escritor don Fer-nando
Pérez Barreiro – citada por Vicente Vega en su Diccionario ilustrado de frases céle-bres y citas literarias, pág. 492 – recoge varios pintorescos
CONSIDERANDOS –que aseguraba no sólo haber leído, sino incluso tener a disposi-ción de quien abrigase alguna duda respecto a su existencia o veracidad –por figurar en las correspondientes sentencias de sus correspondientes juicios. Dos de ellos, son:
CONSIDERANDO: Que al no estar los alcatraces empotrados en la alcantarilla las materias fecales debe recogerlas el demandado por el mismo conducto por el que les dio salida.
CONSIDERANDO: Que, siendo la servidumbre discutida, la de abrevadero del gana-do del actor, es visto que no pueden abrevar en esas aguas, ni el demandado ni su familia y sí solamente los demandantes.
Hace muchos años estaba al frente de la Jefatura de Policía de Madrid un co-misario muy meticuloso en la práctica de los servicios. Gustaba de recorrer personal-mente las dependencias, presentándose en Inspecciones y Negociados a cualquier hora del día o de la noche, con el fin de comprobar si se cumplía con los deberes por funcionarios afectos a ellas.
Un día se le ocurrió descender a hora desusada a la inspección de guardia de la Jefatura y hacer unas preguntas sobe el servicio al funcionario de guardia, que era hombre exageradamente cortés y subordinado. Cuando el Jefe Superior iniciaba su despedida, el mencionado funcionario quiso darle una muestra de subordinación y máximo respeto, y haciéndole una reverencia profunda, le dijo:
-Señor, Dios guarde a V.I. muchos años.
A lo que la autoridad referida, al tiempo que se marchaba, contestó con serie-dad:
-Madrid, 15 de enero de 1899.
Leopoldo Cánovas recoge también la siguiente anécdota, que leyó en la obra De Pascuas a Ramos, de José María Iribarren:
Hace muchos años, cuando todavía no había seguros contra el pedrisco, un pueblo de la cuenca de Pamplona vio destrozadas sus cosechas por una fortísima granizada. El Ayuntamiento, ante tal desastre, acordó requerir el auxilio económico de la Diputación, y el secretario, que era un viejo redicho, muy amigo de emplear fórmu-las rebuscadas –otrosí, el infrascripto, el susodicho, in continenti, ipso facto, etc. –redactó la solicitud en estos términos:
“Cuando los labradores de esta villa sonreían gozosos ante las perspectivas de una cosecha pródiga y abundante, Dios nuestro Señor permitió que en la aciaga tar-de del día 25 descargase una tronada de granizo, tan terrible y maléfica, que en cues-tión de pocos minutos destrozó las cosechas y frutos del término, sumiendo a este humilde y laborioso vecindario en la más espantosa desolación.
”El susodicho Dios y la susodicha tronada han creado una situación tan crítica que nos vemos precisados a recurrir a V. E.”
Y el compilador apostillaba:
“Dicen que en la Diputación de Pamplona conservan [o conservaban] todavía la instancia.
Del libro Las mil mejores anécdotas humorísticas es también la siguiente que – según el Sr. Cánovas – la referían diversos empleados del Ministerio de la Goberna-ción madrileña:
Acudió una comisión de vecinos de un pueblo serrano en demanda de que se les eximiese por un año del pago de las contribuciones, ya que el temporal les había dejado sin cosechas.
-Bueno – les objetó el subsecretario que les atendía –. Algo habrán salvado ustedes.
-No, señor –contestó el alcalde, que llevaba la voz cantante –. Todo se ha perdido.
-Pero si los trigos se han perdido –insistió el funcionario –, tendrán patatas…
-Allí no hay patatas.
-Bueno: quien dice patatas, dice las viñas.
-Allí no hay viñas.
-Bien; pero la huerta….
-Allí no hay huerta.
-Entonces, ¿qué clima tienen ustedes allí?
-Allí no hay clima, señor subsecretario.
Las anécdotas que siguen han sido recopiladas por mí:
Acude cierto señor a una Comisaría para que le extiendan el pasaporte, pues el tal piensa viajar al extranjero en breve. En las fotografías – que, por ganar tiempo, se ha hecho el buen señor en una cabina automática de instantáneas al minuto – de las antiguas, en blanco y negro; allá por el año 1967 o el 1968 – ha salido más bien negro y demacrado, tirando a presidiario.
El encargado de los pasaportes mira primero las fotos y luego al modelo y –con voz ronca, profesional, no exenta de sorna, dice al solicitante:
– ¡Oiga! ¿Usted viene a sacarse el pasaporte o a que lo fichemos?…
La lógica sorpresa se llevó cierto fiscal cacereño cuando preguntó a una seño-ra qué derechos tenía para acudir a él en demanda de informes sobre la libranza de determinado preso común y aquélla respondió que era la mujer del recluso en cues-tión.
-Oiga –le replicó el fiscal –, usted no puede ser su mujer porque curiosamente su mu-jer ha estado a verme a primera hora de esta misma mañana preguntándome lo mis-mo.
-Es que ella es la verdadera – confesó la mujer –; y yo la otra.
Con la otra quería decir que era su amante, algo tan asumido por la mujer legí-tima que no le causaba trauma alguno. Es más – según indica la nota del periódico – era algo tan normal en la esposa que repartía con la querida tanto los turnos de visita como los posibles “beneficios penitenciarios del recluso”.
Un hombre ha matado a su mujer de un golpe que le propinó en la cabeza con una pesada tranca. Cuando un policía le preguntó que por qué había hecho aquella salvajada, el homicida – con toda la tranquilidad del mundo – contestó:
-Es que tenía que orientarla de vez en cuando…
El comisario está en su despacho revisando unos documentos y entra el policía que cubría el servicio de puerta.
-Señor comisario… Ahí fuera está una tal Bene Solana, que quiere hablar con usted…
Luego resultó que la tal Bene Solana era una señora venezolana que había perdido cierta documentación personal y solicitaba asesoramiento al respecto.
Entresacado de un atestado policial: … y sin mediar “palabla”, le insultó de “pa-labla”.
Lo cuentan en un pueblo cacereño y dicen que, al terminar la Guerra Civil es-pañola, llegó a dicho municipio una compañía ambulante de teatro. Como entonces no había un lugar o local más apropiado, habilitaron una de las cuadras más grandes como teatro. Cuando se fue acercando la hora de la representación, los mozos –alborotadores y bromistas –ocuparon los pesebres como lugares más estratégicos para seguir a plena satisfacción la obra que iba a representarse en la pared frontera a donde se encontraban ellos.
Mas cuando los jóvenes se las proponían más felices, llegó uno de los munici-pales, y les dijo:
– ¡Fuera, fuera de aquí! ¡Los pesebres están para las autoridades!
Mas como la cuadra resultaba insuficiente para albergar tantos espectadores, fueron muchos los que se quedaron en la calle, chillando y protestando.
Salió – al fin –don Juan Tenorio – que tal era la obra a representar –, y cuando dijo eso de “¡Cuan gritan esos malditos!”, el mismo municipal – increpando al Tenorio – dijo:
– ¡Usted, don Juan, a lo suyo! ¡Que de los de fuera me encargo yo!
Allá por los años sesenta – pico arriba, pico abajo – llegó un súbdito francés a cierto pueblo extremeño. De entre los desocupados mirones que asistían al novedoso acontecer pueblerino, surgió un guarda rural que – con aires de supuesta superiori-dad y entendimiento – se dirigió hacia el recién llegado y cortésmente le ofreció sus servicios. Los indolentes mirones le vieron hablar con el visitante gabacho y que – entre otras cosas – le decía:
-Bien, bien… Fermé la porté del obús y vamos a patita…
Un policía municipal llama a una puerta y abre una mujer.
-Buenas tardes, señora – dice el policía llevándose la mano al borde de la gorra –. ¿Podría decirme si vive aquí José, el pescadero?
-No, señor guardia – responde la mujer –. Aquí no vive ningún José el pescadero.
-Es que me habían informado… – insiste el policía.
-Pues le han informado mal… ¡Buenas tardes!
Y cuando el agente se da la vuelta para irse, oye a la mujer, que le dice:
-Aquí, el que vive, es José el sardinero…
Y por último cuenta Iribarren – El porqué de los dichos, pág. 329 – que en el año 1870 los republicanos españoles contrariados por el hecho de que las Cortes Constituyentes hubieran votado la Monarquía como forma de gobierno promovieron numerosos disturbios, motines y algaradas.
Un día la sedición estalló con violencia en una populosa capital levantina, cuyo gobernador –hombre de escasa instrucción, pero de gran energía –consiguió sofocar-la rápidamente.
El gobernador telegrafió al ministro de la Gobernación, don Nicolás María Rive-ro la buena noticia y le anunció que le escribía, dándole detalles de su gestión.
La carta, muy defectuosa de redacción y de ortografía, terminaba así:
“Como digo al señor ministro, “hayer” dominé la situación, que se presentó difi-cultosa; si “oy” se repitiera, que no lo espero, el motín quedaría sofocado en el acto”.
Don Nicolás María Rivero contestó a su subordinado, felicitándole por su ac-tuación y ofreciéndole una recompensa; pero al final le decía:
“No quiero concluir sin darle un consejo que le será útil seguir: la hache es una letra moderna; no es de ‘ayer’, es de ‘hoy’”.
Suena el teléfono en las oficinas de la comisaría. La mujer de la limpieza des-cuelga el aparato y grita:
-¡Quién va!

Unos primos no tan lejanos de la virgen

Durante los siglos XIV y XV vivieron en Olmillos de Sasamón – Burgos –unos judíos conversos que decían ser primos de la Virgen María. Dicho pueblo fue sede de los Cartagena, saga familiar fundada por el obispo de Burgos don Pablo de Cartage-na.

Este hombre, de nombre Salomón ha-Levi, de rica familia y gran fortuna perso-nal – escribe el médico y escritor Juan Ramón Corpas Mauleón, médico y escritor, en Curiosidades del Camino de Santiago, guía donde se cuentan fábulas, leyendas e historias curiosas relacionadas con la ruta jacobea –, fue educado cuidadosamente en el Talmud y conoció también la filosofía clásica y escolástica. Formó parte de un reducido grupo de intelectuales judíos con los que mantenía relaciones de amistad, como Judah ibn Asher, muerto en Toledo durante la persecución de 1391; Mayor Al-guadex, médico de Enrique III; Bienveniste de la Cavallería; Joseph Orabuena,médico y consejero de confianza de Carlos III de Navarra, e Isaac ben Sheshet. “Los fragmen-tos que sobreviven de su correspondencia con estos personajes – señala Mauleón – son de un interés extraordinario. Man-tiene relación con los eclesiásticos reformado-res de la corte de Juan I, desempeña para éste importantes misiones diplomáticas, en especial la de fijar compensaciones económicas que sellan la reconciliación entre los Lancaster y los Trastámara”.

Y Mauleón continúas diciendo que, en 1391, siendo Salomón ha-Levi rabino mayor del reino de Castilla, se desencadenó en toda la Península una cruel persecución contra los judíos instigada por el celo apostólico de san Vicente Ferrer, que obligaba a éstos a convertirse so pena de sufrir infamantes castigos o, incluso, la muerte, y que, en fecha inconcreta, pero alrededor de este momento, Salomón ha-Levi se inclina hacia la conversión y cambia su nombre por el de Pablo de Cartagena y de inmedia-to, entra en el círculo de la corte de Aviñón, y Pedro de Luna – el futuro Benedito XIII – le eleva al episcopado de Burgos con el título de Pedro de Santa María. Así es como Burgos vive la curiosa anécdota de que el antiguo rabino pase a ser su obispo.
Y Corpas Mauleón añade que tiene, como es natural, una influencia directa en la conversión de muchos judíos españoles en los siglos XIV y XV. Elige por símbolo de su familia la flor de lis, señal de devoción a la Virgen María, a cuya tribu dicen per-tenecer don Pablo y don Alfonso, su hijo y sucesor en el obispado. Por ello, conceden indulgencias a quienes respondan al Ave María del siguiente modo: “Santa María, madre de Dios y prima de su excelencia nuestro Obispo, ruega por nosotros”.

Pijama mortal

En el Madrid republicano –año 1936 –un grupo de activistas anarcosindicalis-tas ejecutó a cierta persona que fue considerada fascista porque al entrar el grupo en su casa vieron que llevaba puesto un pijama. Tal atrocidad fue cometida en otras par-tes de España en la misma época con quienes portaban sombrero.

Duelos y guerras en la Edad Media

Según el escritor francés Charles Seignobos – Historia de la civilización en la Edad Media, págs. 104-105 – un pleito de esos que juzgan los caballeros se parece a una lucha. Cuando están frente a frente los dos adversarios, se les hace batirse uno con otro y el vencedor gana. Entonces se creía que si Dios le daba la victoria era por-que tenía de su parte el derecho. Esta es la batalla o duelo. Los jueces que forman el trigunal se limitan a hacer jurar a sus adversarios que creen tener de su parte la ra-zón, marcan el terreno del combate –palenque cerrado –e inspeccionan el lance. El tribunal ordena el duelo no sólo si ha habido crimen o insulto, sino para saber a quién pertenece una propiedad, y hasta qué regla de derecho deberá observarse. En pleno siglo XIII hizo Alfonso de Castilla batirse en duelo dos campeones, para resolver si debía introducir o no en su reino el derecho romano. Los caballeros consideraban el duelo como el medio más cómodo y honroso de resolver las cuestiones; ahí no había discusión que sostener ni prueba que suministrar; la única contestación que se da al adversario es ofrecerle la batalla.
No se crea –continúa Seibnobos –que sólo recurrían al duelo los tribunales de los caballeros; también se usaba entre burgueses de las ciudades y aun entre cam-pesinos; en estos últimos casos, los combatientes se batían con un palo y un escudo. Si uno de los adversarios no podía pelear en persona, lo reemplazaba un campeón. En París se seguían esas prácticas aun en el tribunal del Obispo. Algunos mostraron escrúpulos y consultaron al Papa Eugenio III; pero éste contestó: Usad de vuestra costumbre.
Según se cuenta los caballeros tenían la costumbre de pelearse entre sí y este uso se convirtió en una regla. Todo hombre de armas tenía el ‘derecho de guerra’. Por un insulto, por una duda sobre la pertenencia de una finca, el caballero enviaba a su adversario su guante o algunos pelos de su capa de pieles. Era el ‘reto’, es decir, una declaración de guerra. Los vasallos y los parientes de los dos enemigos eran alista-dos de grado o por fuerza para la guerra. Arrojábanse sobre las tierras del enemigo, robaban los rebaños de los campesinos, asaltaban su castillo y procuraban coger al castellano para hacerle pagar rehenes. Un poeta del siglo XIII describió así el co-mienzo de una guerra:
Llévanse asaz rebaños y rocines,
cotas y paños, sedas y cojines,
vacas y burros, cerdos y corderos
hasta quedar todo el castillo lleno.
La guerra hecha de este modo era a la vez un juego y un comercio. El juego no era muy peligroso para hombres armados de cotas de malla. He aquí cómo refiere Orderico Vital la batalla de Bremula –1119 –, entre el rey de Francia y el rey de Ingla-terra:

…”140 caballeros quedaron prisioneros del vencedor; pero, entre 900 que ha-bían combatido, sólo he visto que hubiesen muerto 3. Es que, en efecto, iban comple-tamente “revestidos de hierro”, y, tanto por la hermandad de las armas como por el temor de Dios, se evitaban mutuamente, procurando menos matarse que cogerse”.
Siguiendo a Seignobos, Carlos Mendoza – Historia de la civilización, pg. 348 – a menudo, los caballeros juzgaban más cómodo secuestrar labradores y mercaderes, y de esta manera la guerra se convertía en bandolerismo. Había en todos los países caballeros de la calaña de aquel Tomás de Mesle, que detenía a los mercaderes por los caminos, les robaba el equipaje, los encerraba en los calabozos de su castillo y les daba tortura para obligarles a rescatarse.

El derecho de guerra –concluye Mendoza – persistió en muchas provincias hasta el siglo XIV. Los caballeros no querían renunciar a él. La guerra ocupaba toda su vida.

Buenos y malos usos

En la Edad Media, los villanos debían al señor –o propietario de la tierra –un derecho por el arriendo –el censo –, tasas –el pecho –y tributos en trigo, avena, galli-nas, huevos, etc. a estos impuestos se les llamaba usos, porque estaban reglados por el uso; es decir, como habían hecho antes sus antepasados, y los llamaban buenos usos, porque eran pechos establecidos desde antiguo. Por el contrario, los que un señor establecía por fuerza o capricho y que –por tanto –eran contrarios a la costum-bre, se les denominaba malos usos.

Año sabático

Era el último de un período de siente años, que resultaba de aplicar a la tierra –según la ley mosaica –el descanso que se obligaba al hombre el séptimo día. Era –a la vez –una institución agrícola y religiosa. Agrícola, porque se hacía reponer a la tie-rra de las labores agrarias, dejándola en barbecho para su recuperación; y religiosa, porque descansaba en honor a Dios. Los frutos que libremente crecían durante ese año pertenecían por derecho consuetudinario a los pobres, y a los animales. Esta norma comenzó a ponerse en práctica una vez los israelitas conquistaron la Tierra Prometida.
Como correlación al año de descanso en la tierra, los prestamistas tampoco podían exigir el pago de las deudas, pues –por lógica –al carecer de cosecha, el deudor no podía satisfacer sus obligaciones con aquéllos. No se trataba de una con-donación de la misma –como han pensado algunos exégetas bíblicos –, sino de una moratoria en la misma.
Cada cuarenta y nueve años se celebraba un año sabático más solemne: el año jubilar.
Actualmente el término se aplica al año en que los profesores –principalmente de los países anglosajones –están exentos de la docencia para dedicarse a investi-gaciones o a otros estudios.

Siniestro

Zurdo es el vocablo que designa a la persona que usa la mano izquierda para las cosas que – en general – se hacen con la derecha. Así se dice A zurdos – con la mano izquierda, o de manera contraria a como se debe hacer –y No ser zurdo – ser listo, hábil – y Ahí la juega un zurdo, para ponderar – positiva e irónicamente – la ha-bilidad, destreza o inteligencia de una persona.
Sinónimos de zurdo, son: zocato, zueco y… siniestro.
Siniestro se aplica a la parte o sitio que está a la mano izquierda y – figurada-mente – es avieso, malintencionado; propenso o inclinado a lo malo; infeliz, funesto, aciago; y, resabio, vicio o desmañada costumbre que tiene el hombre o la bestia.
Siniestro – del latín sinexter, alteración de sinister – significa – simplemente – el lado del bolsillo, porque las togas romanas llevaban el bolsillo al lado izquierdo. En España – hacia 1140 – significaba izquierdo, de donde pasó luego a funesto, infeliz, connotación negativa, por el mal agüero que primero para los augures y adivinos an-tiguos –y más tarde para el pueblo – significaba la aparición de ciertas aves por la mano izquierda.
Así, en el Cantar del Mio Cid:
“Allí aguijan los caballos, allí les sueltan las riendas.
En saliendo de Vivar voló la corneja diestra,
y cuando en Burgos entraron a la mano izquierda”.
Sólo que el Cid no hizo caso de este mal agüero:
“Se encogió de hombros el Cid, y meneó la cabeza.
-¡Albricias, Fáñez, albricias!, pues nos echan de la tierra.
Con gran honra volveremos a Castilla, a nuestra vuelta”.

Penitencia
Desde muy antiguo, la Iglesia tenía por costumbre – cuando un fiel confesaba un pecado – imponerle una penitencia – o acto de arrepentimiento – antes de dejarle entrar de nuevo en el templo con el resto de la comunidad cristiana. Ese acto era pú-blico si el pecado había sido cometido públicamente.

En el siglo VIII ya existían libros penitenciales donde se indicaba el castigo co-rrespondiente a cada falta; penas que durante mucho tiempo fueron duras y humillan-tes para los penitentes.
En ciertas penitencias – que llegaron a durar hasta siete años – el culpable te-nía que pasar el primero de ellos descalzo en la puerta de la iglesia, inclinándose an-te los fieles que entraban y rogándoles que rezaran por él.

Por lo general, las penitencias consistían en ayunos, oraciones y azotes, aun-que – poco a poco – se fue precisando el sistema y se admitió que tres mil azotes equivalían a un año de penitencia. En la Italia del siglo XI hubo un ermitaño – Domin-go, apodado el Acorazado – que tenía fama de poder cumplir de este modo en quince días cien años de penitencia.
Más tarde se admitió también que las penitencias podían rescatarse con bue-nas obras, peregrinaciones a lugares santos o donativos a la Iglesia. Según decían, los santos han poseído más virtud de la que necesitaban para salvarse; estos méritos “superabundantes” han constituido el “tesoro de las indulgencias”, que permite resca-tar las faltas de los pecadores. La Iglesia dispone de él y puede conceder parte à los files, aun en provecho de las almas de los muertos, que se encuentran en el purgato-rio. En cambio, puede exigir algunos sacrificios pecuniarios. El pecador no compra la absolución, según se ha dicho inexactamente, sino sólo la penitencia o, mejor dicho, la Iglesia le hace gracia de ella. Tal es la doctrina de las “indulgencias”. “Al recibir tie-rras de los penitentes, escribe Damián, les hacemos gracia de una cantidad de peni-tencia proporcional a su donativo.

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