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Pasado con memoria (XV)

Pasado con memoria (XV)
El papa Formoso y Esteban VI. (Jean-Paul Laurens). Foto: Cedida
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La memoria no miente, a no ser que esté borracha.

El sínodo horrendo
Desde que, en el año 328, el emperador Constantino trasladase la capital del Imperio Romano a Constantinopla, el núcleo central del mundo romano, su centro de gravedad, se desplazó inexorablemente hacia Oriente. Ello implicó que el trono imperial fuese ocupado poco a poco por griegos; que el latín fuese desplazado por el griego; que los cambios de costumbres fueran dejando paso a una nueva civilización, la bizantina, tomada del antiguo nombre de la ciudad: Bizancio. Todo ello hizo que los lazos existentes entre Oriente y Occidente fueran debilitándose cada vez más.

Este declive del poder bizantino sobre el Imperio de Occidente se vio acompañado por el auge de los lombardos que, procedentes de las orillas del río Elba, habían constituido un reino en el norte de Italia, con centro en Pavía, iniciando una posterior expansión hacia el centro de la península que culminó bajo el reinado de Astolfo (749-756), que conquistó Rávena a los bizantinos y amenazó la misma Roma. “Aislado, amenazado a distancia por los bizantinos (escribe E. R. Chamberlain en ‘Los papas malos’, página 25), asediado activamente por los lombardos, Esteban, el papa reinante, buscó un campeón. Y lo encontró al otro lado de los Alpes, cuando Pipino, rey de los francos, le ofreció su ayuda”.

En las negociaciones entre Esteban y Pipino el pontífice no solo consiguió la protección del monarca franco contra los lombardos, sino también tierras: las ocupadas por los lombardos, ya que cuatro siglos atrás tales territorios habían sido regalados por el emperador Constantino al apóstol Pedro, representado por el papa Silvestre, según constaba en la ‘Donación de Constantino’, documento amañado por un funcionario papal llamado Cristóforo.

Pipino, fiel a su palabra, subyugó a los lombardos y Esteban, como representante de Pedro en la tierra, se vio en posesión de una veintena de ciudades, entre las que figuraban Rávena, Bolonia, Ferrara y Gubbio, en la costa del Adriático, precedente de lo que más tarde serían los Estados Pontificios.

La creación de estos Estados (el llamado ‘patrimonio de San Pedro’, escribe Chamberlin en la obra citada, página 26) convirtió al papa en un señor feudal y dio a su cargo un valor financiero considerable. La Silla de Pedro fue, a partir de entonces, una presa codiciada por las grandes familias de Roma y sus contornos, creando con ello para el Papado un peligro más insidioso que las amenazas de los bizantinos y lombardos. Fue posible cierta resistencia a sentarse en la Silla mientras lo único que esta ofrecía era una corona espiritual y la probabilidad de coacción física por parte de un emperador demasiado corpóreo. Pero, ahora que el obispo de Roma poseía, no solo las llaves del cielo, sino las de un buen puñado de ciudades, cada una de ellas con sus correspondientes ingresos, la atracción del cargo se incrementó ostensiblemente.

Y dio lugar a una serie de actos tan nefandos e innobles que convirtieron la posterior historia del Papado, durante mucho tiempo, en una auténtica cloaca.

El primer disturbio papal, provocado por las ‘donaciones’ tuvo lugar en el año 767, cuando a la muerte de San Pablo I uno de los numerosos hidalgüelos locales vio la oportunidad de colocar en el solio pontificio a su hermano, a pesar de ser seglar. Pero ello no fue un obstáculo insalvable. En un mismo día se le ordenó clérigo, subdiácono, diácono, sacerdote, consagrado obispo y papa.

Las facciones rivales se sublevaron, apareciendo dos papas más. Pero los partidarios del papa electo sacaron los ojos y dejaron morir al primer impugnador y al segundo lo asesinaron sin más. El nuevo papa se llamó Esteban III o IV.

Elegido en 768, celebró un concilio en Roma en 769 y decretó que la elección papal fuera hecha exclusivamente por el clero romano y entre las órdenes de diáconos y presbíteros. También se opuso al Sínodo iconoclasta de Constantinopla de 754 y al matrimonio de Carlomagno con la hija del rey lombardo Desiderio por temor a perder la protección francesa. Murió en 772 y le sucedió Adriano I.

En los últimos años del siglo IX las luchas entre las facciones aspirantes al papado llevaron a Roma al borde de la desintegración social y religiosa. Desde Alejandro I (nombrado en 772) hasta la muerte de Esteban V, en 891, hubo 16 papas y dos antipapas: Juan, en 844, y Anastasio, en 855.

A la muerte de Esteban fue elegido Formoso, que en 892 coronó a Lamberto de Espoleto como emperador; pero al año siguiente se alejó de este y entró en relación con Arnulfo, rey de Alemania, a quien invitó a Roma, donde lo coronaría emperador. Muerto Formoso, su sucesor Esteban VI, partidario de Lamberto, iba a protagonizar en su corto mandato de un año uno de los más fantasmagóricos sucesos en la historia del papado: El ‘Concilio cadavérico’, el ‘Sínodo del terror’ o ‘Sínodo horrendo’, que de los tres modos se conoció el esperpéntico juicio al que Formoso, ya cadáver, fue sometido por Esteban.

En marzo del año 896 la facción de los Espoleto, a cuyas exigencias doblegaron el ánimo de Esteban, puso en marcha un proceso solemne (una venganza) contra Formoso, a quien se acusaba de usurpador y de traidor, por haber roto con ellos y coronado emperador a Arnolfo, por lo cual el duque Lamberto de Espoleto y su madre Ageltrudis habían conservado contra el difunto papa un odio terrible.

Según cuenta Chamberlin, el acto del juicio no fue un simple formalismo. Sacaron el cadáver de la tumba, donde llevaba ya ocho meses, lo vistieron de nuevo con sus ropas sacerdotales y lo llevaron a la cámara del concilio. Una vez allí, lo colocaron en el trono que había ocupado en vida, y el “juicio prosiguió su blasfemo curso en una parodia de legalidad”.

Se le proporcionó al cadáver un abogado, que mantuvo un profundo silencio mientras el papa Esteban gritaba y cubría de insultos al muerto. El pretexto del juicio fue que Formoso, contrariamente al derecho canónico, había aceptado el obispado de Roma cuando todavía era obispo de otra diócesis. Pero en el concilio, pocos, si es que hubo alguno, se dejaron impresionar por la acusación. El crimen real de Formoso había sido pertenecer a la facción rival y haber coronado ’emperador’ a uno de los numerosos descendientes ilegítimos de Carlomagno tras haber hecho lo mismo con uno de los candidatos apoyados por el partido del papa Esteban.

Pero este crimen también era ilusorio, pues entonces nadie se preocupaba de que un emperador títere ciñera una corona sin sentido. En realidad, la exhumación del cadáver de Formoso fue “un acto de magia, un medio para que la facción fuese degradada y quedara desprovista de poder”. Varios de los presentes en la cámara del consejo debieron compartir los horrorizados pensamientos del testigo que registró la escena. Si el cadáver hubiera replicado, como Esteban le pidió burlonamente que hiciera, “¿no hubiera huido, gritando de terror, toda aquella asustada muchedumbre? ¿Quién hubiera juzgado entonces a Formoso?”.

Pero no se produjo ninguna intervención divina (continúa Chamberlin) y el sínodo condenó obedientemente al muerto y todos sus actos. Sin embargo, Esteban no dio por terminada su venganza. Desnudaron el cadáver y le arrancaros los tres dedos de la mano derecha que utilizan los papas para dar la bendición. Después lo arrastraron por el palacio y lo entregaron a una vociferante multitud que aguardaba en la calle, la cual a su vez lo arrastró hasta el Tíber y lo arrojó a sus aguas. Posteriormente, un grupo de pescadores recogió el cuerpo y, compadecidos, lo enterraron decentemente. En 897 Teodoro II mandaría enterrar el cadáver de Formoso en San Pedro.

Dio la casualidad de que, inmediatamente después del ‘Sínodo horrendo’, un terremoto derrumbase la antigua basílica laterana: “Un presagio demasiado oportuno. Más tarde empezaron a circular historias según las cuales las imágenes de san Pedro saludaron al muerto Formoso, cuando al fin lo devolvieron al lugar de su primitivo enterramiento. Pero no eran necesarios signos sobrenaturales para persuadir a los romanos de que el partido del papa Esteban había sobrepasado los límites, bastante amplios, de su tolerancia”.

Poco después estalló en Roma un levantamiento popular contra Esteban, que fue depuesto de su dignidad, encarcelado y estrangulado, al parecer por los partidarios de Formoso.

La navaja en la liga
En París, a principios del siglo XX, comenzaron a aparecer pequeños delincuentes y matones que dos periodistas comenzaron a llamar ‘apaches’ y que se movían en grupos, que fabricaban sus propias armas y tenían sus propios métodos de lucha. Algunos de estos ‘apaches’ pasaron a España huyendo de la policía francesa y cometieron algunos atracos y agresiones en nuestro país, lo que motivó que comenzaran a usarse chuchillos y navajas a modo de defensa, moda que acataron las mismas españolas para defenderse de lo temidos ‘apaches’, ocultando una navaja en la liga. Moda que debió durar mucho tiempo, pues en el Teatro Apolo de Madrid se estrenó el 10 de abril de 1914, con gran éxito de público y crítica, una zarzuela titulaba ‘Las Musas Latinas’, donde se hablaba de mujeres armadas con navajas en la liga:

Con mi navaja en la liga
no le tengo miedo a ná
porque soy la perchelera
más valiente y más templá 

Entendiendo perchelera como persona “que vive o frecuenta el Perchel de Málaga y participa de sus peculiares caracteres en modales y lenguaje”.

A todo lo dicho anteriormente debe añadirse que el historiador madrileño José Deleito Piñuela en su libro ‘La mala vida en la España de Felipe IV’, escribió que durante una época del siglo XVII estuvo de moda entre las mujeres llevar, sujetas a la cintura, pequeñas pistolas para defensa personal, y publica la fotografía de un cuadro donde se ve a una dama ostentando una pistola sobre el guardainfante.

Por otra parte, quien también hace referencia a la navaja en la liga es Antonio de Trueba, escritor nacido en Galdames (señorío de Vizcaya) quien, según el periodista lucense Evaristo Correa Calderón wn su ‘Antología de Costumbristas Españoles’, tomo 2º, página 746, escribió un artículo donde hablaba del “populacho madrileño” y decía que “Lo de la navaja en la liga, de que tanto han hablado los franceses, no he llegado yo a conocerlo, aunque era necesario ser ciego para no ver si la llevaban o no las manolas, particularmente cuando subían a las calesas para ir a los toros; pero, en cambio, no les faltaba a algunas en el seno, ni a muchas en el bolsillo interior de la chaquetilla”.

A pan y agua
Actualmente se dice como referencia a los ayunos en que no se consume otra cosa aparte de pan y agua. También se aplica a los castigos en los que, igualmente, no se da ningún otro alimento a la persona objeto de dicho castigo.

En otro tiempo era la cantidad limitada de maravedís que daban las órdenes militares a sus caballeros por razón de alimento. Por ejemplo, los templarios, que el día de Viernes Santo se consagran a la adoración de la Cruz, andaban descalzos y se sometían a una dieta de pan y agua. Quedaban exentos de este ayuno obligatorio los hermanos que estuvieran enfermos.

El cuarto poder
Es la expresión que hace referencia a los medios de comunicación y la prensa como sector dotado de gran poder o influencia en los asuntos sociales y políticos entre la opinión pública. Los otros tres, según recoge Montesquieu en ‘Espíritu de las leyes’, son el ejecutivo, el judicial y el legislativo, como base de la fuerza de toda buena democracia.

La expresión ‘cuarto poder’ se atribuye al escritor, político y orador inglés Edmundo Burke, quien al designar así por primera vez a la prensa dio una prueba de su perspicacia política, pues en aquel entonces no había logrado todavía la prensa, ni en la misma Inglaterra, la extraordinaria preponderancia que luego había de alcanzar en todos los países libres.

La acústica en la antigüedad
El maestro de Alejandro Magno,  Aristóteles, ideó para el macedonio una bocina que podía transmitir la voz humana hasta cuatro leguas de distancia. Y Alcmeón de Crotona, filósofo pitagórico del siglo VI a. de C. dedicado a la Medicina, e Hipócrates, nacido en la isla griega de Cos en el 460 a. de C. (tenido como el médico más grande de todos los tiempos) también inventaron bocinas que, como la ideada por Aristóteles, podían alargar la voz de mando a grandes distancias.

Niágara
Este nombre, que es como se conoce la colosal catarata de Estados Unidos, es indio y está compuesto de dos palabras, que significan ‘Oye el trueno’.

Vesalio y la anatomía
Según cuentan el distinguido médico y cirujano bruselense Andrés Vesalio, célebre por su renovación de la anatomía, que publicó en 1343 su gran obra, ‘De corporis humani. Fabrica’, el amor a la ciencia le hizo meterse en mil lances aventurados, pues desenterró cadáveres e hizo voluntariamente cosas que son repulsivas a todos los hombres, solo por adelantar en sus estudios. Llegaron a acusarle ante la Inquisición de haber disecado a un noble caballero español antes de haber muerto. Con gran trabajo pudo escapar de la pena capital tan prodigada por tan nefasto y odiado tribunal, pero tuvo que emprender en penitencia una peregrinación a Jerusalén. Durante la travesía el barco naufragó y él murió de hambre en una isla del archipiélago griego.

Muerte por falta de sueño
Este era un terrible castigo que aplicaban las leyes de China a algunos criminales. Así, en 1850, un comerciante que había asesinado a su mujer, fue condenado a morir por privación de sueño. El reo fue colocado en una prisión bajo la custodia de tres carceleros que se relevaban impidiéndole dormir durante ningún momento del día o de la noche. Al empezar el octavo día sufría tanto, que rogó que le “ahorcasen por misericordia”, y se accedió a su ruego.

Vino/Mujer
La escuché en más de una ocasión en los bares de mi pueblo:

La mujer linda y juncal
que a los quince años trabaja
es gentil como baraja
para un monte de club social,
que con vestido percal
cruza graciosa la acera
como linda primavera
con sus ricitos divinos.

Esta es botella de vino,
pero de vino de primera.
La de quince a veinte años,
de ojos grandes y mirones,
que van sembrando ilusiones
y recogen desengaños
con sus atractivos extraños
que hacen bien o hacen mal,
y su presencia divina,
esta es botella muy fina
de un valor sin igual.

La de veinte a veinticinco,
de ojos grandes y hermosos,
que corre bailes con ahínco,
porque le falta el amor,
que debe apurar la cosa;
esta es botella espumosa
del garguero del mejor.

La de veinticinco a treinta,
esta es vieja solterona,
que va llegando a jamona,
pero que aún tiene esperanza
de que caiga en la balanza
algún viejo solterón
de tal o cual condición;
aunque muy guapa no sea,
este qué quieren que sea;
este es un vino peleón.

Las de treinta a cuarenta años
dicen para sus males
qué buenos son los cordiales
y los caldos de gallina.

Se paran en cada esquina
y nadie les hace caso.
Estas, qué quieres que sean:
son vino de a cinco el vaso.

Y, en fin, las de cincuenta,
van pasando, caballeros,
con ese genio tan fiero
cual de nube de tormenta,
persiana que ya no asienta
porque no hay quien la abisagre;
esta, amigo, es un barril,
pero un barril de vinagre.

¿Por qué derramar sal trae mala suerte?
Sobre el origen de superstición existen diferentes teorías, aunque la que parece más razonable es la que hace referencia a que la sal era un bien preciado en tiempos pasados debido a la dificultad que implicaba conseguirla y por su alto precio, la sal llegó a ser una especie de moneda.

De hecho, la palabra ‘salario’ tiene su origen en sal, derivado del latín; posiblemente porque los soldados romanos recibían sal como parte de su compensación. Por ello derramar algo tan preciado como es la sal significaba un menosprecio hacia ella, lo que sirvió como aviso de que ello traería mala suerte.

También es creencia popular que para anular esa mala suerte hay que arrojar una pizca de sal sobre el hombro izquierdo, remedio que hay que aplicar inmediatamente después del derrame. Y se dice lo del hombro izquierdo porque suele colocarse el diablo.

El fuero de clericatura
Escribe Seignobos, en ‘Historia de la civilización en la Edad Media’, páginas 121-122, que en cada diócesis había desde el siglo XIII un tribunal eclesiástico en que juzgaba el delegado del obispo, el ‘oficial’. Allí se examinaban los asuntos en que tenía que ver algún clérigo, pues no se admitía que un seglar pudiera poner la mano sobre un hombre consagrado a Dios. Todo clérigo tenía que ser juzgado por otro, aun cuando hubiese cometido un crimen: este era ‘el fuero de clericatura’, cosa muy apetecida porque los jueces eclesiásticos no condenaban nunca a muerte; solía suceder que un criminal para escapar a la horca se hacía una tonsura, aprendía una oración en latín y decía que era clérigo.

El poder eclesiástico juzgaba también los testamentos, pues un hombre no podía dictar sus últimas voluntades sino después de confesarse, y la confesión era un sacramento. “Inconfeso, intestato”, decía un proverbio. La Iglesia se negaba a enterrar al que muriese sin confesión y sin testar; y la costumbre exigía que en este hubiera siempre un donativo a favor de un templo. Las cuestiones testamentarias eran sometidas siempre, por estas razones, a los tribunales eclesiásticos.

La Iglesia juzgaba también a los seglares acusados de un crimen, llegando Inocencio III a pretender que los tribunales eclesiásticos entendiesen en todos los delitos.

Multa
Según escribe Covarrubias en su ‘Tesoro de la lengua castellana o española’, artículo ‘Multa’, era la pena que se ponía al que hacía una falta en su oficio. Este término lo usaba la universidad de Salamanca cuando el catedrático dejaba de leer o hacía alguna falta. Su origen es muy antiguo y pastoril; porque aquellos “primeros padres que sólo se ocupavan en el trato de la criança del ganado y labrança de la tierra, en los días que se juntavan a tener sus ayuntamientos y concejos, si se catava alguna quexa de alguno y se le provaba tener culpa, le ponían igual y justa pena, condenándole a que fuessen a su hato y le ordeñassen tanta cantidad de leche. Ésta se devía de bever en concejo, como agora les beven cierta cantidad de vino; y assí del verbo “mulgeo, mulsi, mulctum”, que vale ordeñar, se dixo multa y multar. Otros le dan otro origen; yo tengo para mí que esto fuè lo cierto al principio. Agora en lugar de ordeñar las reses, ordeñan y vazían las bolsas. Y aludiendo a esto dixo Plutarco: ‘Mulgere cramem’”.

Origen de la palabra tarifa
Según algunos autores esta palabra, sinónimo casi siempre de impuesto o tasa, procede del nombre de la antigua fortaleza andaluza, desde la cual obligaban los moros a pagar cierta cantidad a todos los buques que pasaban por el estrecho de Gibraltar, cosa no difícil, dada la posición de la plaza y la angostura del mar en aquel sitio.

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