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‘Pérdida continua’

'Pérdida continua'. Matías Sánchez
Fuente: Elissor
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Aún recuerdo con qué ilusión me presenté a los exámenes con la intención de conseguir el permiso de conducir. Mis padres no pudieron pagarme los gastos y tuve que hacer malabares con el dinero que obtuve de una beca.

La parte teórica lo pasé a la primera y el práctico a la segunda. El primer examen del práctico me tiraron porque estaba hecho un manojo de nervios; cómo sería, que la persona que me examinaba me pidió que si podía ir un poco más deprisa. Y no había más, o lo sacaba a la segunda, o ya me podía olvidar. Fue fantástico, ni siquiera pensé en mi vista. ¿Quién piensa en la vista a los 18 años?

A los 28 años tuve que renovar el permiso de conducir. Habían pasado 10 años y solamente había que presentarse a un examen médico. Es entonces cuando en la comprobación de mi agudeza visual me indicaron que no podía renovarlo porque estaba por debajo de los límites. Claro es que llevaba unas lentillas viejas y eso no me permitía ver mejor, así lo expliqué y así lo entendieron, permitiéndome acudir cuando tuviera unas nuevas con la corrección adecuada.

Y acudí con las lentillas nuevas, pero tampoco lo pasaba, Estaba con 0,4 de agudeza visual, muy cerca de los 0,5 de limite para poder renovar la licencia. No poder obtener el permiso de conducir suponía no poder trabajar para la empresa pues me hacía falta desplazarme y así lo di a conocer. Parece ser que se apiadaron de mi porque al final obtuve la renovación.

Al poco acudí a mi oftalmólogo para hacerme una revisión más profunda de mi visión, y le conté que pasé las pruebas médicas muy cerca del límite. Me aconsejó que no pasara de 80 kilómetros/hora. Al tener una agudeza baja mi tiempo de reacción era menor, y a velocidades mayores no podría reaccionar a tiempo.

Pasado 10 años más tenía que volver a pasar las pruebas médicas para renovar mi permiso de conducir. Esta vez no acudí. A los 38 años tenía 0,1 de agudeza, y sabía que era imposible que me lo concedieran. Por entonces ya hacía tiempo que había dejado de conducir, y cada vez que debía desplazarme por motivos de trabajo era a través de taxis.

Es ahora cuando observo la trayectoria de mi visión y sus consecuencias. De manera gradual y constante ha ido disminuyendo, y progresivamente ha supuesto la pérdida de mi independencia. Antes, cuando necesitaba desplazarme yo mismo conducía, y ahora necesito de otra persona que conduzca por mí, dejando de ser esa persona que va por la vida por sus propios medios.

La pérdida de independencia de una persona puede cambiar en un instante, como cuando le sobreviene un accidente, o poco a poco, a lo largo del tiempo, cuando a través de una patología visual va perdiendo visión continuamente.

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