Inauguro el año presentando a una artista que creó un taller de pintura en la cocina de su casa a los 69 años, tras dedicar toda una vida a la enseñanza. Alma Woodsey Thomas tuvo una carrera asombrosamente tardía en un período de tiempo relativamente corto. Su legado se define por la aclamación crítica y los logros, su triunfo fue hacerse hueco como mujer afroamericana dentro de la comunidad artística en gran parte blanca y masculina de mediados del siglo XX.

Alma nació en 1891 y, debido a la violencia racial imperante en Georgia, en 1906 la familia se mudó a Washington para escapar de los crecientes prejuicios raciales, y por las oportunidades educativas de la ciudad para los afroamericanos.

De niña siempre mostró especial sensibilidad por el arte, haciendo títeres y construyendo esculturas caseras. Estudió Educación Infantil y Economía Doméstica con la intención de crear disfraces de teatro. También estudió Bellas Artes, obteniendo su licenciatura y convirtiéndose en la primera en esa especialidad en la Universidad de Howard.

Su máxima de vida fue “El arte creativo es para siempre; por lo tanto, es independiente del tiempo. Es de todas las edades y de todos los lugares, es común para la civilización entera, independiente de la edad, etnia y nacionalidad”.

Alma fue parte esencial de la Color Field School de Washington. Sus pinturas recuerdan a mosaicos bizantinos y a los puntillistas. Su estilo fue influenciado por el expresionismo de Matisse y Kandisnky, al tiempo que representa una visión artística y un cuerpo de trabajo totalmente independientes. Experimentó con el poder del color, con diferentes texturas y líneas. Incorporó una paleta muy intensa y experimentó con efectos ópticos, pintando flores y árboles como se ven desde el espacio.

Inspirada por la naturaleza, los descubrimientos recientes en las ciencias y sus propias observaciones de los fenómenos terrenales y celestes, el trabajo de Thomas careció de contenido político. Su dedicación a la abstracción reflejaba su creencia de que el arte moderno en su mejor momento podría trascender las preocupaciones políticas e históricas.

En sus últimos años Thomas desarrolló su estilo característico de pinceladas rectangulares dispuestas como un mosaico, lienzos sueltos pero meticulosamente construidos, llenos de celosías de colores brillantes que crean patrones desde el espacio negativo; las llamó ‘Rayas de Alma’.

A pesar de los crecientes problemas de salud, Thomas continuó pintando hasta que murió en la misma casa donde vivió durante más de siete décadas.

Su legado incluye un fuerte mensaje para todos los que alguna vez hemos dudado de nosotros mismos, que nunca es demasiado tarde para hacer un cambio, reinventarse o expresarse, aprender y crear, mantenerse activo, enfocarse en la belleza en lugar del dolor y ver cada día como una nueva oportunidad.

Dos de sus trabajos adornan las paredes de la Casa Blanca como parte de la colección permanente en las habitaciones que fueron habitadas por los primeros ocupantes afroamericanos de la casa, los Obama.